UN MICROSCOPIO
En el centenario de la concesión del Nobel a D. Santiago Ramón y Cajal
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Fragmento manuscrito atribuido a D. Santiago Ramón y Caja y hallado junto a un microscopio marca Zeiss 1/12 fabricado en 1883.
“Cuando llegué destinado como Catedrático de Anatomía a la Facultad de Medicina de Valencia en 1884, hallé una bonita ciudad alegre y luminosa, con todo el esplendor de su exuberante huerta y hermosos edificios monumentales en los barrios contiguos a la Universidad.
En los cafés se mantenían tertulias como las que había encontrado en otras capitales de provincias, y a las que pronto me aficioné, pues fui admitido de buen grado debido en parte al talante abierto de los valencianos, y en parte a mi cargo académico que inspiraba respeto y consideración.
Pero como en todas las demás ciudades que conocía en estas tertulias se pasaban las horas desgranado los males de nuestra Patria, más sin poner remedio valiente y decidido.
La incultura en los gobernantes y el apego a las más recalcitrantes tradiciones de los próceres frenaba el desarrollo de la ciencia, e incluso entre mis colegas más destacados, sólo hallé trabas a cualquier propuesta para mejorar las obsoletas instalaciones de mi Cátedra.
Por eso acepté encantado la oferta de aquel muchacho, Alfonso Martí, alumno del primer curso, cuando me rogó que viera de adquirir para el Laboratorio aquel microscopio, magnífico por cierto, que se veía obligado a vender tras la apoplejía sufrida por su padre, farmacéutico de Xátiva, con lo que paliaría de algún modo la difícil situación en que quedaba su familia.
Impresionado por la triste anécdota cumplimenté trámites, justifiqué la adquisición e incluso, discutí airadamente con el Decano y por fin logré un precio satisfactorio para Alfonso, a la vez que dotaba a la Cátedra de un instrumento avanzado para nuestros trabajos. En un par de meses podríamos dejar cerrada la operación.
Observé al joven Martí en las clases, era un muchacho pelirrojo, bien parecido, simpático y jovial, que pronto dejó de asistir regularmente a las mismas y en el que no parecía apreciarse la esperada expresión de seriedad que su situación, como responsable de una familia sobre la que se ha abatido la desgracia, cabía esperar.
Cuando el decano me entregó el dinero y el recibo que debía firmar el vendedor se me ocurrió trasladarme hasta la vecina ciudad de Xátiva a recoger el precioso instrumento y ofrecer mis respetos a la esposa del Sr. Martí y a él mismo, si se hallaba en disposición de recibirme.
El tren recorrió un magnífico paisaje de naranjos preñados de frutos en aquel mes de noviembre al atravesar los campos de Algemesí, Alcira y Carcaixent y después de destacó la airosa muralla del castillo de Xátiva y a sus pies la torre de su Colegiata en la que las campanas tañían armoniosas a Misa Mayor en aquel domingo de tibio sol otoñal.
Bajé en la estación y caminé por una avenida de moreras hasta la Alameda de plátanos que perdían sus hojas doradas dejando una alfombra ocre bajo mis pies. Me informé por la botica del Sr. Martí y me encaminaron a la plaza de la Colegiata. Allí frente a las verjas de imponente factura que protegían la escalinata aparecía un restaurado edificio que había albergado a los boticarios setabenses de la familia Martí desde el siglo XVII, pero remozado, con un escaparate en el que las maderas nobles destacaban brillantes y cuidadas y los más recientes remedios se exponían con orgullo. Las puertas de cristal ostentaban una A y una M talladas en una hermosa caligrafía rodeada de adornos modernistas, detrás de las mismas, en el establecimiento, pude ver a unos cuatro muchachos que se afanaban despachando una muy nutrida clientela bajo la sonrisa complacida, esbozada tras una poblada barba rojiza, de un hombre de unos cuarenta y poco años en la plenitud de su vigor físico y mental.
Esperé que menguara la clientela con el comienzo de la Misa y me presente al boticario quien me acogió lleno de entusiasmo al saberme profesor de su hijo, que andaba por Valencia sin acercarse ya mucho por casa para sufrimiento de su pobre madre que le aguardaba cada domingo.
Aquella familia evidentemente nadaba en la abundancia, su casa situada en la planta noble de la Farmacia era la clásica vivienda burguesa, la esposa del anfitrión me dedicó un amable saludo tendiéndome su mano, era una mujer entrada en carnes y todavía hermosa, y acepté de buen grado su invitación a compartir la mesa.
Las dos muchachas de servicio eran amables y rebosaban salud igualmente que sus señores, un jovencito adolescente me fue presentado como el hijo segundo y una encantadora chiquilla de unos diez años era la menor de la casa.
A los postres rogué al Sr, Martí me mostrara el Laboratorio de su botica, pues quería comentar con él algunas de las conclusiones de mis últimos estudios.
Con gran satisfacción descendimos de nuevo a la planta baja, ahora cerrada al público y pude contemplar el espléndido equipamiento con el que contaba.
En estas el boticario me mostró un microscopio Zeiss que tenía apartado y me espetó:
.- Por cierto, que ya sé lo escasa de material que anda la Facultad, así que le he sugerido a Alfonsito que se lleve este a la pensión para que vaya practicando por su cuenta; ya que podemos....
.- El caso es, Sr. Martí, -.le respondí – que su hijo ha tenido la generosidad de donarlo a la Cátedra y es por ello por lo que es esta visita de agradecimiento.
El farmacéutico me miró con cierta sorpresa que más tarde trocó en sorna y complicidad. Yo no sé si llegó a vislumbrar el abultado fajo de billetes en el interior del sobre con membrete de la Universidad que asomaba del bolsillo de mi gabán, pero tuve que decirle que el Decano le enviaría el resguardo de la donación en otro momento.
Cargué el microscopio en su caja de madera con asa y un coche de punto nos condujo a los dos de vuelta a la estación.
A punto de arrancar el tren el Sr. Martí se me acercó al oído y me susurró:
.- Procure que Alfonso vea lo feos que son los treponemas a través del objetivo, se lo ruego, me parece que conoce sólo el lado amable de esta enfermedad.
Le sonreí, pero desafortunadamente, Alfonso Martí abandonó la Universidad antes de que pudiera cumplir la petición de su padre.
Conste pues que este Microscopio Zeiss 1/12 fue donado a esta Facultad de Medicina de Valencia por D. Alfonso Martí, Doctor en Farmacia y con botica en Xátiva, plaza de la Seu, número 4.”