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AVARICIA: TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO

Canción de Navidad.- Ch. Dickens


Hemos identificado la Avaricia definida por la Escolástica como “deseo desordenado de tener bienes exteriores” con el Trastorno Obsesivo-Compulsivo, al tener en cuenta que es lo que late en el fondo de ese “daría su alma por acaparar” que indican los Santos Padres.

    Porque el afán de poseer bienes materiales y riqueza del avaro supone un mecanismo de defensa ante la angustia de la carencia. Y la carencia es el miedo a sentirse sin recursos de todo tipo para afrontar cualquier situación nueva, inesperada, en la que haya que tomar decisiones sin un plan previo y preconcebido.

    El avaro cuenta su dinero de una forma compulsiva, comprobando rutinariamente, casi diríamos que ritualmente, las monedas, las escrituras de propiedad, los valores bancarios.

    No obtiene placer en el goce y disfrute de sus bienes sino en su posesión, tratando de asegurarse así frente a un futuro incierto y angustioso.

    El afán por el orden, por la meticulosidad, lo escrupuloso de su quehacer diario, la falta de espontaneidad, de liberalidad, son corazas que constriñen al Obsesivo y al avaro.

    El avaro “está dispuesto a hacer cualquier injusticia a trueque de adquirir riqueza”, pero como no es para gozar de ella encuentra mecanismos de defensa racionalizadores que justifican a sus ojos esta injusticia.

    El avaro y el Obsesivo lo son en pos de la seguridad; la rigidez y la obstinación en sus planteamientos, los plazos inapelables y la dictadura de la letra impresa, los documentos firmados, los pactos que no admiten demora en su cumplimiento llevan al avaro a conductas que no dudaron en ser considerados “viciosas” por los Escolásticos, teniendo en cuenta que parecían anteponer la necesidad de acaparar a la salvación de su alma.

    Para el Obsesivo, la angustia ante la incertidumbre del futuro hace que pierda una perspectiva trascendente aferrado a la miseria de unos bienes materiales de por sí, efímeros.

 

 Canción de Navidad: Ch. Dickens

El viejo Scrooge, el protagonista de este prototipo de cuento de navidad victoriano, permanece en la mente de todos los lectores como ejemplo del feo vicio de la avaricia. Desde niños, se nos ha mostrado esta imagen del anciano reseco, solitario, triste e incapaz de compartir la alegría del entorno, de conmoverse con los sufrimientos ajenos, ni siquiera en Navidad, como demostración de los graves perjuicios que para el hombre se derivan de la pasión por los bienes materiales, por el acaparar riquezas como meta fundamental de la existencia.

Pero si nos acercamos a Scrooge un poco, podremos ver algo más que esa primera impresión de viejo avaro que se hace odioso por su incapacidad para dar, para compartir, para tolerar, para amar en suma; nos daremos cuenta de que se trata de un Trastorno de Personalidad del ámbito de lo Obsesivo-Compulsivo.

Ya en las primeras páginas, se nos presenta como un hombre extremadamente apegado a sus rutinas cotidianas y con unas defensas de racionalización que niegan el componente fantástico de la aparición del espectro de su socio Marley.

La reacción ante esta presencia sobrenatural es tratar de encontrar una explicación lógica, dentro de esa necesidad del Obsesivo de poder controlar cualquier circunstancia, por insólita que ésta sea, pero como muy bien capta Dickens: “se puso a pensar y a pensar, y le daba mil vueltas a todo en su cabeza, pero no podía discurrir nada. Cuanto más pensaba, más perplejo se quedaba, y cuanto más esfuerzo hacía por no pensar, más pensaba”; ¿no es ésta la queja más común de nuestros Obsesivos?

De la misma manera, incluso ante la extraordinaria situación que está viviendo con la visita de una presencia sobrenatural, se aferra a banalidades y detalles mínimos: “estoy resfriado y soy susceptible de caerme”, cuando el Espíritu de las Navidades Pasadas le insta a su insólito viaje.

Hay también en la biografía de Scrooge, tal y como la rememora junto a este espíritu del pasado, los elementos característicos que fraguan la Personalidad Obsesivo-Compulsiva.

Es un niño solitario, más amante de la lectura reconcentrada que de los juegos vivos y espontáneos de sus compañeros, hay un conflicto con la figura paterna que su hermana trata de resolver, y permite que su novia rompa el compromiso antes que afrontar los riesgos de una vida en común con la inseguridad de una economía precaria en su afán de evitar la censura del entorno: “Tú temes al mundo demasiado –contestó ella con dulzura-. Todas tus otras esperanzas se han fundido en el deseo de estar por encima de sus reproches”.

Desde lejos, Scrooge contempla el desarrollo feliz de la trayectoria vital de aquella muchacha que le amaba y ahora es dichosa junto a otro hombre modesto, pero aun en la distancia de su presencia fantasmal dice: “Yo no podría por todo el oro del mundo haber tirado de esa trenza y haberla deshecho. Y en cuanto al precioso zapato, yo no se lo habría quitado, ¡Dios me libre!, ni para salvar mi vida. En cuanto a jugar a medirle la cintura como hacía aquella joven camada, yo no lo habría hecho, porque podría haber sido castigado a rodearle la cintura con el brazo sin poderlo estirar más. Y sin embargo me habría encantado, lo confieso, haberle tocado los labios, haberle preguntado algo para que hubiera tenido que abrirlos, haber observado las pestañas de sus ojos caídos, haber dejado libres las ondas de sus cabellos, de los que sólo un mechón sería un regalo inestimable”.

Pero Scrooge temía demasiado a la pérdida de control, a la espontaneidad, a la diversión por lo que tiene de libertad, y por ello se aferra al trabajo y al rendimiento reflejado en una contabilidad y en unas cifras precisas. Por eso se ha ido alejando de la vida que bulle a su alrededor y que Dickens refleja admirablemente en su descripción de las calles y los hogares felices en la víspera de Navidad.

Scrooge sigue tratado incluso de controlar el flujo de imágenes y las emociones que éstas le despiertan en una situación tan extraordinaria como la que está viviendo con la visita de los tres fantasmas, pero como muy bien capta el autor: “al estar preparado para casi todo, no estaba ni mucho menos preparado para nada”.

Y aquí entramos en el aspecto “terapéutico” que nos propone el cuento. Desde el punto de vista moralizante, se interpretaría como que la visita de una presencia sobrenatural viene a advertir al viejo Scrooge para que se arrepienta de sus pecados y expíe sus culpas ejerciendo la virtud de la caridad y la generosidad, a fin de salvar su alma, evitando la condenación eterna de vagar arrastrando una pesada cadena hecha de cajas fuertes y de pagarés (materialización, por otro lado, muy jocosa del hecho de estar encadenado a los bienes materiales).

Pero, desde el punto de vista de la psiquiatría nos parece un ejemplo paradigmático de un modelo de terapia breve, ¡espectacularmente breve, por supuesto!, de corte cognitivo-conductual que es el más aplicado en los Trastornos Obsesivo-Compulsivos.

Scrooge vive en espacio de tiempo cortísimo, una noche, la experiencia de tomar conciencia de su trayectoria vital, de contemplar desde fuera su vida y la de su entorno, como espectador privilegiado y, por lo tanto, para tener la distancia suficiente para darse cuenta de los errores cometidos y del patrón de preocupación excesiva por el orden, el perfeccionismo y el control que le han llevado a desaprovechar su tiempo y las ocasiones de felicidad y placer que se ha negado a sí mismo.

Por ello, la solución aportada, es totalmente conductual: decide cambiar sus actitudes de la noche a la mañana, y nunca mejor dicho: “Espíritu benévolo ‑prosiguió Scrooge que seguía arrodillado- que tu naturaleza interceda por mí y tenga piedad. ¡Asegúrame que todavía puedo cambiar estas imágenes que me has mostrado si modifico mi vida!”, le suplica al Espíritu de las Navidades Futuras.

Así pues, en el último capítulo asistimos a un despliegue de nuevas conductas que Scrooge, con la característica minuciosidad del Obsesivo, también lleva hasta sus últimas consecuencias, comprobando que su cambio de actitudes conlleva que el entorno se relaciona con él de una forma más satisfactoria y placentera.

 

 

 

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