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ENVIDIA:TRASTORNO PARANOIDE

Abel Sánchez: Miguel de Unamuno


Dice la Escolástica: “hay hombres a los que pesa todo el bien que tiene el prójimo, porque con ello piensan que quedan ellos menguados, como si el bien del otro, y la honra que se les hace, se les quitara a ellos”.

   En esta definición, en la que se hace bien patente como el individuo está pendiente de los “bienes” de los que disfruta “el otro”, tenemos la clave de lo que significa el Trastorno Paranoide: la percepción amenazadora del otro como usurpador del bien supremo, el amor de Dios, el amor del Padre.

   Pero tras esta proyección amenazadora se esconden las instancias hostiles hacia el padre que el individuo identifica con el “otro” en cuanto que el otro, como elegido del padre, está más identificado con él.

   En la tragedia bíblica de Caín y Abel, el odio de Caín hacia Abel no es más que un desplazamiento del odio al padre visto como objeto persecutorio.

   La envidia sólo existe en función de un “otro” y lo paranoide implica un patrón de desconfianza y suspicacia que interpreta maliciosamente a los “otros” al proyectar en ellos las instancias hostiles del sujeto.

   Se cuestionan las intenciones de los demás, la lealtad, la fidelidad y los sentimientos de ese otro a quien se envidia por poseer aquellos bienes de los que se carece y a los que se cree merecedor.

   Y, en este juego especular del bien del otro que es el reflejo del bien que el sujeto desearía poseer y que interpreta maliciosamente que le ha sido usurpado, sin ver que no se atreve a disfrutar del mismo precisamente para no identificarse con el otro odiado.

   Y junto a ello la profunda tristeza de la incapacidad de amarse a sí mismo para poder amar en el otro el reflejo del yo.

   Y el odio y la tristeza es pecado, y es rivalidad fraterna con respecto a un Padre-Dios al que se ama y se teme como objeto supremo de una pulsión imposible y culpable.

   Analíticamente Freud interpreta que se trata de la pulsión homosexual reprimida la que convierte el amor en odio y este en amenaza para el sujeto.

 Abel Sánchez  : M de Unamuno

Abel Sánchez, la novela que Unamuno escribió con intención “quirúrgica”,    (en palabras de su autor), tratando de desbridar el sentimiento de la envidia como si de un absceso purulento se tratara, ha sido ya analizada psicodinámicamente por diversos autores que han profundizado en el trasfondo de las claves psicoanalíticas del personaje Joaquín-Caín que es el verdadero protagonista de la novela.

En cualquiera de estos documentados estudios se aborda la perspectiva de la dualidad que late en el alma de Joaquín y en los mecanismos de proyección que le llevan a estar siempre pendiente de la imagen especular que le devuelve Abel y que representa permanentemente lo que Joaquín “no es” y precisamente, por esa misma razón, se torna objeto persecutorio.

Nos encontramos así con el aspecto que nos hace identificar al sujeto afecto de Envidia, con el sujeto afecto de un Trastorno Paranoide de la Personalidad.

El Trastorno Paranoide, para desarrollarse, precisa la presencia del “otro”, es el otro en quien se proyectan las pulsiones hostiles y agresivas dirigidas a uno mismo, y quien, debido a este mecanismo, se convierte en potencial agresor y perseguidor.

En la novela se hace patente, desde que conocemos que la identidad de Abel  y de Joaquín se ha realizado a partir de la percepción que cada uno tiene del otro, como ha asumido una actitud antitética frente al mundo, constituyendo de este modo un vínculo indivisible, precisamente porque está hecho de proyecciones.

Joaquín-Caín comienza a darse cuenta de que los rasgos que exhibe Abel son atrayentes para los demás, como le resultan atractivos a él mismo, pero su problema es que si él los asumiera también dejaría de ser él para convertirse en “el otro”, por lo que le parece que “el otro”, Abel, le usurpa de algún modo el lugar que él desearía ocupar para sí mismo y para el entorno.

Y, de este modo, ama a Abel que es una forma narcisista de amarse a sí mismo, amando los aspectos de su Yo que existen en Abel, pero no puede amarse a sí mismo de una forma auténtica, por lo que su amor a Abel queda convertido en odio, y desearía  que  Abel también le odiase y envidiase a él, pues sería su forma de ser amado por Abel.

Aquí comienza a forjarse el sentimiento de desconfianza, ante el perjuicio que percibe a partir de esta usurpación de personalidad por parte de Abel, ante el temor de que los demás se den cuenta de sus sentimientos (¿amor-odio a Abel como trasunto de una pulsión homosexualidad inconsciente?) y se burlen de él:

“Ten compasión de mi, ten compasión. Ve que todos me miran de reojo, ve que todo son obstáculos para mí.”

“No, sino que no me engañe, que me diga la verdad, que no se burle de mí, Helena, ¡que no se burle de mí!”

Esta tormenta de afectos se  ve materializada en la elección, por parte de su prima Elena, de Abel para esposo, y por los éxitos que Abel consigue y que siempre le parecen a Joaquín que oscurecen los suyos, y le sirven para admirarle-amarle-odiarle más:

“No puedo olvidarle...Me persigue... Su fama, su gloria me sigue a todas partes”.

De esta forma, siempre al acecho de la vida de Abel, su alter-ego, refuerza sus rasgos de identidad más negativos, los que más le diferencian de Joaquín y por ello resultan los más penosos, los más duros, los que le hacen no contar con el afecto de nadie al tiempo que Abel es estimado por todos.

La presencia de una mujer, Antonia, que le ama sinceramente, no refuerza en absoluto su sentimiento de identidad, ya que ni siquiera él mismo puede creer en su amor auténtico, toda vez que él no podría querer a alguien como él, por lo que también desconfía de que sea precisamente a Joaquín-Caín a quien Antonia quiere, salvo con lástima y por caridad:

“¡Pobre mi mujercita!, empeñada en quererme y en curarme, en vencer la repugnancia que, sin duda, yo debía inspirarle. Nunca me lo dijo, nunca me lo dio a entender, pero ¿podría no inspirarle yo repugnancia, sobre todo cuando le descubrí la lepra de mi alma, la gangrena de mis odios?”.

A lo largo de todo el texto, se pone de manifiesto que Unamuno percibe el sentimiento de la envidia como una verdadera enfermedad del alma y hay varias referencias explícitas:

“Tomaba por marido a un enfermo, acaso un inválido incurable, del alma”.

“Sentía Antonia que entre ella y Joaquín había como un muro invisible, una cristalina y transparente muralla de hielo. Aquel hombre no podía ser de su mujer, porque no era de sí mismo, dueño de sí, sino a la vez un enajenado y un poseído”.

Esta enfermedad del alma, que con la nomenclatura actual definiríamos como Trastorno de la Personalidad, y que, en este caso, cumple exactamente el criterio de convertirse en una pauta inflexible a comienzos de la edad adulta, cuando se manifiesta con toda virulencia en el momento de la elección de pareja y de trayectoria profesional:

“Ellos se casaron por rebajarme, por humillarme, por denigrarme; ellos se casaron por burlarse de mí; ellos se casaron contra mí”.

“- Mira, Abel, que me quitaste, por humillarme, por rebajarme, a Helena...

 - ¿Y no has tenido a Antonia...?

 - ¡No, no es por ella, no! Fue el desprecio, la afrenta, la burla.”

No faltan en la novela tampoco las pinceladas que nos hacen ver la lucha titánica del protagonista para “curarse de su mal. Curación que nunca se produce, porque la intenta poniendo en marcha los mismos mecanismos de defensa: proyección, aislamiento, racionalización, fantasía, que sirven de sostén al Trastorno.

Ninguna de las circunstancias favorables que se producen a lo largo de su trayectoria vital sirven para modificar esta percepción paranoide del mundo. La feroz manipulación que realiza de las vidas de su hija y del hijo de Abel al que ha conseguido atraer a su lado, no consiguen más que trasladar el conflicto a la siguiente generación cuando revive en el objeto de su nieto la competitividad patológica:

“- No, que le envenenas con tus sueños, que le despegas de mí, que le enseñas a despreciarme...”

No existe ciertamente alternativa de curación para el Trastorno Paranoide, como no existe salvación eterna para Caín: la perspectiva es sombría desde cualquiera de los dos enfoques, el psiquiátrico y el teológico.

Joaquín se acerca a la Religión en busca de solución, pero lo hace de forma fanática, con exigencias, como corresponde a un Paranoide, y no encuentra esta solución, llega entonces a pensar en que su “falta” es demasiado primigenia, arranca de la “leche de odio” que mamó o de la “mala sangre” que le trasmitió su padre, trasladando así hacia el exterior, una vez más, como todo Paranoide, el origen de sus sufrimientos.

Reconoce, en último extremo, que si hubiera podido amar a su esposa, se hubiera podido curar, pero, como todo sujeto afecto de un Trastorno de Personalidad es incapaz de amar, aunque la intensidad de sus afectos sea omnipresente en todos los que le rodean, pero es un afecto tan ponzoñoso, tan oscuro y tan angustiante que no puede ser percibido mas que como fruto del pecado.

 

 

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