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INTRODUCCIÓN

 

El objetivo de este trabajo es, tanto establecer un paralelismo entre lo que la Escolástica medieval define como Pecado Capital y lo qactualmente la Psiquiatría entiende como Trastorno de Personalidad, como efectuar una reflexión sobre el cambio que a través de la historia se ha ido produciendo en la calificación y conceptualización de determinadas conductas, actitudes, formas de entender la vida y de relacionarse con el entorno, que resultan, cuando menos, conflictivas para los demás.
Recordemos que la Medicina Clásica toma en consideración la enfermedad mental en sus manifestaciones más aparentes; pero al hablar de temperamentos, predominio de humores y elementos, está estableciendo solamente una clasificación de lo que se considera la forma predisponente para obrar de tal o cual manera, para entender cómo reaccionará tal o cual individuo.
Así, las personas eran clasificadas según los cuatro temperamentos concordantes -sanguíneo, colérico, melancólico y flemático- que se consideraban indicativos de su orientación emocional.
El funcionamiento de la personalidad alcanzaba un nivel óptimo al alcanzar la "crasis", la interacción apropiada de las fuerzas internas y externas.
El concepto de "areté" o de virtud era entendido precisamente en un sentido semejante al de justicia o "diké", y se consideraba como la disponibilidad del individuo ante una comunidad en la que a cada uno de los géneros y estamentos correspondía una función.
Pero, paralelamente a una sociedad constituida en términos legislativos y racionales, la filosofía platónica pretende diseñar un plan para la explicación del desorden y para acceder a lograr una ética a nivel personal.
Al mismo tiempo, la literatura está ofreciendo las grandes obras trágicas, con personajes ficticios tan dramáticos, agónicos y alienados que dan salida a la expresión de las prohibiciones sociales -incestos, parricidios- y las transgresiones morales -sacrilegios- como manifestaciones emocionales de la personalidad, si bien se subraya la relación entre la violación de estos principios y el castigo consiguiente de los dioses como parte inevitable del destino del hombre.
En el contexto del hombre medieval, individuo eminentemente religioso que vive en relación a la divinidad y sus leyes, la categorización de conductas desviadas que hacen sufrir al individuo y crean malestar en la comunidad se entienden como pecados derivados de la intervención de las fuerzas del mal, del demonio.
Se categorizan como Pecados Capitales por Gregorio el Magno hacia el año 600, porque los teólogos se percataron de que eran origen de otros muchos, es decir, el que los comete, también desarrolla otras muchas conductas y actitudes indeseables; de la misma forma que lo que hoy llamamos Trastornos de Personalidad tiene unos límites imprecisos, porque suelen coexistir en un mismo individuo rasgos disfuncionales que pertenecen simultáneamente a varios de ellos.
Consideramos que esta primera clasificación de la conducta humana imputable (pues para hablar de pecado ha de haber libertad en el consentimiento, por lo tanto no alienación ni locura) y que privan de la Gracia, es decir, del desarrollo de la vida armónica y en paz, es una primera aproximación de la Escolástica a una clasificación de la psicología humana. La Escolástica dedica un interés especial al desarrollo y tipificación de cada uno de estos pecados o vicios capitales, como tratando de encontrar unos criterios definitorios en los que encuadrar los pensamientos, sentimientos, pasiones y actitudes humanas, para calificarlos adecuadamente con arreglo a un cuerpo doctrinal y filosófico basado fundamentalmente en la Teología.
Era central en la teoría de la psicopatología postulada por Alberto Magno y Tomás de Aquino, la idea de que el alma no podía enfermar, por lo que la insania era fundamentalmente una enfermedad somática. En la literatura místico-religiosa, la enfermedad del alma es el pecado.
Alberto Magno atribuye los rasgos de carácter como la timidez, la amargura, el resentimiento o la impulsividad a factores somáticos; en caso contrario, si las pasiones son tan intensas que interfieren el razonamiento, estas pasiones se consideran pecados.
El saber esotérico, muy próximo por otro lado a lo religioso, nos ofrece una clasificación de las personalidades basada en la influencia de los astros que se ha mantenido vigente hasta la actualidad, en un intento más de justificar, en base a influencias incontrolables para los hombres, las conductas.
Durante la Edad Moderna, el pensamiento científico natural no puede considerar a la personalidad desviada como patológica, carga sus tintas en lo moral, en la imputabilidad de sus actos. El Protestantismo, con su insistencia en la corrupción de la naturaleza humana, considera que el hombre es incapaz de evitar el pecado, que es algo consustancial con él mismo, pero en absoluto lo achaca a ningún tipo de enfermedad física o mental.
El concepto de "insania moral" aparece por primera vez en Jerónimo Cardano (1501-1567) , y Huarte de San Juan en su obra “Examen de Ingenios” (1574) establece una primera clasificación de la personalidad.
El fenómeno de la brujería que aparece en el siglo XIV y se extiende hasta el XVII, cuya significación para la historia de la psiquiatría no vamos a tratar aquí, es una exponente más de la íntima relación entre el pecado y las desviaciones de la personalidad y la conducta humana.
Puesto que la brujería consiste fundamentalmente en una transgresión del orden existente, cabría identificar a la bruja con la persona que cumple uno de los criterios básicos en el Trastorno de Personalidad que es la inadaptación o mala adaptación a las demandas sociales y del entorno .Este fenómeno se puso de manifiesto especialmente en un periodo de elevado estrés relacionado con guerras, hambruna, peste, pobreza y migraciones, al igual que los Trastornos de Personalidad se hacen más patentes cuanto mayor es la demanda de adaptación hacia el sujeto por parte del medio..
Por otro lado, el liberalismo en la economía y el puritanismo en religión, identifican el trabajo con la moralidad y el ocio con el pecado, por lo que las dificultades que una persona con un Trastorno de Personalidad tiene para conseguir y mantener una adecuada actividad productiva, harían que fácilmente se la considere como "pecadora".
Pero si se perfila lo que hasta principios del siglo XIX se califica de insania moral, se trataría de una enfermedad del alma en sus atributos morales. Así es definido por Pirchard (1837) este concepto: “una locura consistente en una perversión mórbida de los sentimientos, afectos, inclinaciones, temperamento, hábitos, disposición moral e impulsos naturales normales sin trastorno llamativo del intelecto o de las facultades de conocimiento y raciocinio y, especialmente, sin ninguna ilusión o alucinación insana”.
El final del siglo XVIII y el XIX, suponen un cambio substancial en la concepción de la importancia que tienen las pasiones en la salud mental, unidas a la predisposición del individuo. Pinel es el primero en hablar de tratamiento moral para equilibrar estas pasiones, e identifica pasión con emociones.
El romanticismo entroniza como héroes de sus producciones literarias a personajes que hoy podemos calificar de Trastornos de Personalidad, por exhibir unos rasgos tan disfuncionales y desadaptativos que no pueden por menos que llevar a una peripecia vital azarosa y dramática.
De nuevo la ruptura con la norma, pero esta vez considerada como un triunfo de la afectividad sobre la razón y por lo tanto con una perspectiva hasta cierto punto "positiva".
Estas "personalidades desviadas" no dudan de ser calificadas como pecadores por sus creadores, pero dándole al pecado, en estos casos, una connotación de fatalidad que no hace sino acentuar el sufrimiento del héroe.
Encontramos aquí el inicio de la corriente exculpatoria de la responsabilidad del pecador que no es sino un individuo pasional que hace sufrir inevitablemente, toda vez que es él, el que sufre en primera instancia por sus rasgos de personalidad.
A finales del siglo XIX, Ribot (1890) y Queyral (1896) intentan formular una tipología caracterial a modo de las clasificaciones botánicas.
Es a principios del siglo XX, en 1907, cuando Kraepelin describe cuatro personalidades psicopáticas con un carácter predominante de aberración moral, como personalidades mórbidas que tienden a la criminalidad y a otras actitudes desviadas..
Entre las personalidades mórbidas, Kraepelin incluyó un amplio abanico de tipos predispuestos a las actividades criminales y describió detalladamente los denominados “tipos holgazanes, impulsivos, mentirosos, estafadores, buscadores de problemas y otros caracteres de mala reputación”. Pero, aún con estas connotaciones, se perfila, desde esta época el concepto de "inferioridad psicopática" que trataría de encontrar una exculpación para la responsabilidad de sus actos.
Debemos a Kurtz Schneider la primera clasificación de las personalidades anormales sobre la que luego se construirán los modelos Trastornos de Personalidad.
Para Kurt Schneider la norma que da la medida del concepto genérico de personalidades anormales es la norma del término medio, y no una norma de valor. Las personalidades anormales efectuarían por doquier transiciones hacia las personalidades que llamamos normales sin que sea posible señalar un límite que separe unas de las otras.
La presencia habitual de una estructura de personalidad no excluye según Kurt Schneider su variabilidad, no excluye oscilaciones y cambios que se producen en el transcurso del desarrollo y del despliegue de una personalidad y que dependen de factores pertenecientes al mundo circundante, o sea, las experiencias, vivencias y destinos.
Kurt Schneider relativiza el criterio de lo perenne y constante, queda cierto espacio de juego para la libertad, es decir, queda la posibilidad de la autoconfrontación frente a una completa determinación por parte de factores pertenecientes a la disposición y al mundo circundante.
A diferencia de sus contemporáneos, Kurt Schneider no contempla la patología de la personalidad como precursora de otros trastornos mentales, sino que la concibe como entidades separadas de estos: "A los sujetos, a las personalidades, no se les puede poner la etiqueta diagnóstica de que son enfermedades o causa de enfermedades. Lo más que se puede hacer es mostrar, subrayar, destacar propiedades que aparecen en estos sujetos y que los caracterizan de una manera llamativa, sin que por ello tengamos en la mano algo comparable a los síntomas de enfermedad".
Kurt Schneider considera que a parte del punto vista de cómo se encuentra "subjetivamente" el individuo existen los puntos de vista éticos en relación a la conducta desarrollada por éste.
El hecho de que la personalidad sea un continuo dinámico permite, según Kurt Schneider, que ciertos rasgos sean frenados, fortalecidos, debilitados o educados, lo que nos acercaría a la idea de que el "pecado" puede ser corregido y el "pecador" dejar de serlo.
A lo largo del siglo XX, vemos que los Trastorno de Personalidad han tenido diversos enfoques según tres direcciones o modelos: el modelo religioso-legal que ha considerado a las personas con Trastorno de Personalidad como inmorales o malvadas, el modelo sociológico ha clasificado a estas personas, no como malvadas o enfermas, sino necesariamente como marginales desviantes con respecto a los usos sociales dominantes y la psicología académica que ha concebido los Trastorno de Personalidad como extremos del continuo de las dimensiones normales de la personalidad.
 

Vamos a tratar ahora de referirnos a los elementos de paralelismo que encontramos entre el concepto de pecado y el de Trastorno de Personalidad
1.- En primer lugar, los niveles en los que se manifiestan; recordemos que se habla de que se puede pecar de pensamiento, palabra, obra u omisión, lo que nos parece superponible a los niveles en los que se manifiesta el Trastorno de Personalidad: nivel cognitivo (pensamiento), nivel expresivo (palabra) y nivel conductual (obra u omisión) .
2.- Pasemos luego a analizar el concepto de libertad; según la doctrina escolástica el pecado original nos condiciona a ser pecadores, lo que se equipararía a lo disposicional, al temperamento de cada uno de nosotros, pero también existe la libertad para elegir entre el bien y el mal, y ya hemos visto como todos los autores hablan del continuo entre la personalidad normal y la desviada en función de una interacción del individuo y su entorno, del aprendizaje social.
La personalidad es historia, la historia de este permanente proceso dialéctico entre necesidad y libertad (Kierkegaard), de esta especie de lucha entre lo que nos viene dado, como capacidades y determinaciones fijas y la elección libre de tal o cual opción en un estar anticipándose al futuro.
3.- Insisten mucho los Padres de la Iglesia en la tristeza que acompaña al pecado: con una concepción teológica se interpreta como causada por el alejamiento de Dios que es el Bien Supremo; nosotros nos limitamos únicamente a subrayar que el Trastorno de Personalidad causa al individuo un malestar vital, un sentimiento de vacío e infelicidad para cuyo origen se ofrecen explicaciones desde las diversas corrientes psicológicas. Como dice Von Gebsattel “el psicópata se encuentra incapacitado frente al amor”. Y el paradigma supremo del amor, es el amor a Dios.
4.- Al pecador se le ofrece el tratamiento “moral” o educativo, tras el Sacramento de la Penitencia, liberado de su culpabilidad por el arrepentimiento y propósito de enmienda, se le insta modificar su conducta o hábitos vitales. El tratamiento del Trastorno de Personalidad se enfoca desde la psicoterapia a equilibrar polaridades (Millon) con un planteamiento cognitivo-conductual que sugiere al sujeto que analice sus patrones de conducta, conozca el patrón predominante de ésta y sus respuestas y los modifique acercándose a pautas más sanas de reacción.
5.- El pecador está imposibilitado para desarrollar su existencia conforme a un plan armonioso y en paz, porque se aparta del plan de Dios, al igual que el sujeto afecto de un Trastorno de Personalidad presenta un patrón desadaptativo que le impide vivir en paz y armonía con su entorno afectivo y social, siendo incapaz de asumir la experiencia de la angustia existencial y del ser-relativamente-a-la-muerte, al faltarle el contacto con Dios, sentido último de la vida.
6.- Y, por último, al igual que se habla de una “carrera del pecador” en la que parece que éste se va hundiendo cada vez más en la miseria moral, existe un “desarrollo psicopático” de la personalidad por el que el individuo se va haciendo cada vez más inadaptado y desviado al reforzar los patrones disfuncionales en su interacción con el mundo.
En ambos casos se trataría de quedarse atrapado en un presente vacío e inauténtico que impide la capacidad de proyectarse, elegir y decidir hacia la trascendencia.
Planteamos ahora, brevemente, las similitudes que creemos encontrar entre cada uno de los siete Pecados Capitales y el correspondiente Trastorno de Personalidad, con la salvedad de que se trata de una identificación en base tanto a rasgos conductuales como estructurales y cognitivos.
Está claro que la realidad del ser humano con el que nos encontramos cada día, puede ser mucho más compleja, menos delimitada, con todas las posibles gradaciones entre unos patrones y otros.
Como dice Kurt Schneider, “la gran cantidad de configuraciones y uniones individuales convierte en un rareza que una propiedad ejerza un dominio tan completo y caracterice de un modo tan profundo a un sujeto que sea posible nombrar certeramente a este con el nombre de una sola propiedad”.
De la misma manera, la Escolástica hace hincapié en que Pecado Capital es el que “es cabeza y raíz de otros” y que unos pecados se entrelazan con los otros habitualmente: “los que tienen estos vicios de ordinario tienen otros”, pudiendo un mismo individuo cometer varios de ellos simultánea o sucesivamente, como reconocimiento de la imposibilidad de acotar, en un ser humano, una característica única, ni siquiera para el mal.
Hemos establecido el orden de presentación de los Pecados buscando una coherencia interna basada en el nivel fenomenológico más evidente en cada uno: así nos parece que la Soberbia y la Envidia tienen un asiento fundamental en el plano noético, en las ideas y pensamientos; la Avaricia tiende ya un puente hacia lo material, la Gula y la Lujuria se anclan básicamente en lo corporal, casi diríamos que son pecados “somáticos”; y la Ira y la Pereza, aparentemente, son conductuales, uno con hiperactividad y explosividad, y otro con inercia y pasividad.
Pero parece evidente que en la mente de los Escolásticos, al considerar que se caía frecuentemente en varios de ellos, estaba presente la observación de que existía una relación íntima entre los niveles cognitivo, corporal y conductual, y que los pecados no eran sino la expresión de una única falta primordial, que ellos definieron como la pérdida de la Gracia.
Igualmente, en los Trastornos de Personalidad consideramos que el Narcisismo patológico deriva en las manifestaciones de los Trastornos y que igualmente se pueden deslizar de unos a otros .
La omnipotencia del Narcisista, se convierte fácilmente en hostilidad Paranoide cuando la realidad le pone sus límites. la desconfianza del Paranoide trata de ser estabilizada con hipercontrol Obsesivo y la angustia insoportable de los Compulsivos perfeccionistas que reprimen la agresividad de la que se culpabilizan puede invertir la polaridad acercándose a la plasticidad de lo Histriónico, en un mismo intento de manipulación del entorno. Los fracasos de esta manipulación y la dificultad en tolerar la frustración llevan al dominio de la impulsividad del Límite en busca constante de satisfacción inmediata que puede traspasar la barrera de lo Antisocial si domina la agresividad. La indiferencia afectiva del Antisocial y su total falta de empatía tienen mucho en común con la frialdad y el distanciamiento del Esquizoide, en quien es patente, por otro lado el tremendo repliegue narcisista.
Encontramos pues, que el deficiente desarrollo del narcisismo primario ha ido deslizándose desde los extremos de la omnipotencia al repliegue a través de las distintas formas de manifestarse en los diferentes Trastornos de Personalidad, que forman así un continuo como define Kurt Schneider.
 CONCLUSIÓN

Hay quien ha observado que en las últimas décadas del siglo XX ha habido un resurgimiento del interés por el Demonio. Desde la estética “gore” en el cine y en la literatura, hasta la proliferación de sectas satánicas, parece que en el imaginario popular reaparece la tendencia a interpretar lo terribles sucesos de violencia y crueldad que inundan los noticiarios como un resurgimiento del Mal, así con mayúsculas, encarnado en el Diablo y sus seguidores.
Paralelamente también se ha ido prestando mayor interés desde la psicopatología académica a los Trastorno de Personalidad que se han ido enriqueciendo y perfilando en las sucesivas ediciones de los DSM a partir de las ya citadas formulaciones de Kurt Schneider a mediados del siglo pasado.
Hemos querido plantear este trabajo, sin ánimo de ser exhaustivos, ni mucho menos, como una reflexión a cerca de lo que existe de “malo” en el fondo de la personalidad humana, entendiendo por malo aquello que causa dolor, ya sea al propio individuo, ya sea a su entorno o a la sociedad entera si las circunstancias lo favorecen.
La maldad siempre ha tenido un atractivo especial para el hombre, y el dolor también. El arte ha sabido entenderlo así desde la antigüedad como veíamos en los personajes de la tragedia griega. La maldad y el dolor han tenido que ser explicados y justificados para poder convivir con ellos sin que la angustia sea excesiva, para poder contenerlos en unos límites que nos parezcan comprensibles, en el sentido existencial del término. Si podemos comprender, es decir, controlar el mal y el dolor estamos más tranquilos.
Por eso las sociedades han tratado de etiquetarlo, clarificarlo, encuadrarlo y nombrarlo de tal manera que sea posible hablar de ello dentro de un orden. Si se dice: es un envidioso, es un avaro, es un soberbio, sus conductas y también sus sentimientos estarán claros para los demás, sabrán a que atenerse, ya no les pillará desprevenidos aquello que venga de él y ya no hará tanto daño, y, por ende, queda el consuelo (¿?) de que pagará por ello con la condenación eterna si no se arrepiente y rectifica.
Si decimos: es un Caracterial, es un Paranoide, un Compulsivo, un Narcisista, podemos incluso, en un acto de magnanimidad, justificar y perdonar (¿?) aquello que nos hace sufrir por causa de su Trastorno de Personalidad y además podemos esperar de los profesionales de la Salud Mental que le “curen”, que le cambien, que hagan de él una persona encantadora.
En consecuencia, ¿hemos psiquiatrizado el mal?, ¿se trata de un mecanismo de defensa de la sociedad para justificar lo injustificable?.
Porque a nuestro entender, seguimos en la misma disyuntiva que se planteaba la Teología cristiana sobre si el pecado (el mal) es innato y consustancial al ser humano, (tesis seguida preferentemente por la Reforma), o bien puede ser eliminado por el bautismo y limpiada la conciencia una y otra vez por la penitencia hasta que el pecador recupere la Gracia, según los católicos.
La Psiquiatría tampoco ha encontrado todavía solución al “tratamiento” de los Trastorno de Personalidad Las psicoterapias de muy diversas orientaciones, tratan de ayudar, en principio a aquel que es capaz de dar el primer paso para pedir ayuda y la psicofarmacología, en base a ciertas alteraciones neurobiológicas encontradas en los Trastorno de Personalidad que los acercarían a lo psicótico, de alguna manera trata de modificar el fondo endógeno de la personalidad.
Tampoco las leyes vigentes llegan a ninguna conclusión definitiva sobre la imputabilidad/inimputabilidad de ciertos actos delictivos cometidos por quien puede ser diagnosticado de Trastorno de Personalidad y ello da lugar a interminables debates técnicos que se acaban decantando en base quizás más a criterios de interés político o sociológico del momento que científico.
Pero, sin alcanzar a aquellas conductas que llegan a los Tribunales, pensemos en el mal cotidiano, en el dolor del día a día, en la tortura que supone la convivencia con una persona diagnosticable, que no diagnosticada en muchos casos, de un Trastorno de Personalidad, con la persona a quien su entorno llama “mala persona”, “viciosa”, “de mal genio”, “maniática”, “vaga”...
¿Sería posible que este mismo entorno le exigiera responsabilidades por el daño que causa a sus padres, hermanos, pareja o hijos?, ¿sería adecuado que no le justificaran con un diagnóstico psiquiátrico y simplemente se apartaran de él hasta que tocara fondo y se pusiera a la tarea de “redimirse”, de cambiar?
Si, pero con matizaciones. Hay Trastornos de Personalidad más “curables “ que otros.
Nos parece apreciar que el elemento que puede cambiar el pronóstico de un Trastorno de Personalidad es la presencia en la personalidad del individuo de una estructura suficientemente desarrollada o bien no tan desestructurada para mantener de alguna manera la capacidad de amar.
Y volvemos a encontrar aquí al Amor por antonomasia, que los teólogos identifican con el amor a Dios y la psicología identifica con la libido.
Y así como para la Teología, la Gracia es el amor de benevolencia que Dios tiene a los hombres, y el que salva al hombre y al mundo convertido en respeto y amor fraterno por la intervención del Hijo, la libido narcisista, innata, cargada de omnipotencia, se convertirá en libido objetal con la maduración del individuo para investir a los objetos de carga afectiva.
Y es en este desarrollo de la libido narcisista a la libido objetal donde encontramos las formas patológicas de desarrollo de la personalidad.
Nos parece también interesante, a la hora de plantear las modalidades tácticas de psicoterapia para cada uno de los Trastornos, hacer de nuevo una referencia a la Escolástica cuando nos indica que a cada uno de estos siete “vicios” corresponde una virtud. ¿Intento de equilibrar polaridades? Seguramente.
A la Soberbia, contrapone la humildad, así el enfoque terapéutico tratará de que el paciente internalice la aceptación empática por parte del terapeuta de sus fallos y deficiencias. La actitud terapéutica de que los errores son inevitables y por lo tanto humanos, proporciona una oportunidad de evaluar su propia valía de una forma realista como nunca tuviera en sus aprendizajes tempranos.
En el campo de la envidia, nos hablan de la caridad, y la caridad no es sino amor, el primer objetivo de la terapia es librar a los Paranoides de la desconfianza demostrándoles que pueden compartir con otras personas sus ansiedades sin sufrir el maltrato o la humillación. Es decir, que pueden querer y ser queridos. Entonces no sólo percibirán el mundo desde su perspectiva, sino a través de la mirada de los demás.
Al Avaro le sugieren largueza, largueza a la hora de arriesgarse, desprendiéndose de todas las corazas defensivas con las que se han protegido de los cambios y novedades.
Fomentar en el Obsesivo la posibilidad de perder la seguridad proporcionada por el acaparar y acumular “bienes” de cara a futuros desastres y aceptar que abrirse a la posibilidad del dolor, el desengaño y el fracaso, es la única esperanza para una recompensa auténtica.
Como son pacientes y cumplidores, la terapia estructurada les funciona, pero hay que enseñarles a actuar con espontaneidad, es decir, con generosidad y largueza.
En el terreno de la lujuria, proponer castidad. Pero castidad también significa tener la capacidad de estar solo, valerse por sí mismo para lograr satisfacciones más duraderas y con una perspectiva de mayor profundidad y trascendencia, ser capaz de introspección y conseguir tolerar la ansiedad existencial sin huir a la superficialidad.
El Histriónico debe corregir la tendencia a satisfacer todas sus necesidades recurriendo a los demás, no utilizar a los otros como medio de gratificación buscando constantemente el estímulo de acaparar una nueva fuente de atención.
Con la templanza los Escolásticos definen con una sola palabra todo lo que tratamos de conseguir y equilibrar en el paciente Límite.
Intentamos equilibrar, templar, las polaridades entre las que oscila el paciente Límite: dolor-placer, pasividad-actividad, pensamiento-sentimiento, aunque resulta uno de los Trastornos de más difícil tratamiento.
Manipulador y necesitado de gratificación, tendría que aprender estrategias para potenciar su independencia sin sentirse abandonado, poniendo unos límites claros a la intervención terapéutica y unos objetivos de control de sus impulsos (apetitos) mediante técnicas de feed-back.
Se contrapone la paciencia a la ira, entendemos que la paciencia comparte etimológicamente la raíz de las palabras “padecer” y “padecimiento”, y así consideramos que la orientación terapéutica sería conseguir que el individuo Antisocial fuese capaz de sufrir con y por los demás, es decir, tuviera la capacidad de experimentar empatía.
Se trata de incrementar la orientación hacia los otros, incrementar la sensibilidad hacia las necesidades y sentimientos de los demás y, de esta forma, tratar de buscar recompensas no a costa del sufrimiento ajeno.
Al perezoso, le exigen diligencia, nosotros intentamos mostrarle la posibilidad de movilizarse para la búsqueda de gratificaciones y la evitación del dolor.
Activar el aplanamiento afectivo del Esquizoide para incrementar su capacidad para experimentar sentimientos, elevar el nivel de energía y promover las capacidades expresivas.
Ayudar al paciente a identificar sus emociones y modificar sus cogniciones pobres y desvinculadas.
Las técnicas comportamentales resultarán efectivas si mejora mínimamente el nivel basal energético.
La religión católica propone contricción, arrepentimiento, propósito de enmienda y penitencia para quedar limpio de pecado. La psiquiatría ofrece técnicas psicoterapéuticas basadas en lo psicodinámico, lo cognitivo y lo conductual, y, en ambos casos se apela al apoyo del entorno afectivo y los recursos psicosociales del sujeto.
Pero, de cualquier manera, los hombres y las mujeres que exhiben un Trastorno de Personalidad al igual que los etiquetados como pecadores según los criterios de la moral cristiana, siguen siendo personas que se debaten entre los imprecisos límites del bien y el mal, haciendo grandes esfuerzos para adaptarse a un mundo que no entienden ni les entiende, al que culpan de todas sus desdichas y, en consecuencia, en el que no pueden dejar de sufrir y hacer sufrir.
Aunque no debemos olvidar que la personalidad es histórica y mantiene, por cierto, sus características, pero a través del cambio, que este permanente juego entre “sí mismo” y “rol” sólo termina con la muerte, y siempre hay posibilidades para este cambio, ya sea por golpes de fortuna, por amores que remecen profundamente, por conversiones religiosas o por violentos encuentros con Dios.



 

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