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LUJURIA: TRASTORNO HISTRIÓNICO

Don Juan Tenorio: José Zorrilla


Tanto la Lujuria, considerada como Pecado Capital por los Escolásticos, como la Histeria desde la Medicina Clásica, inciden sobre la importancia que los temas relacionados con la sexualidad han tenido como objeto de controversia y han supuesto como forma de ejercer un control sobre el individuo.

   Los Escolásticos fueron conscientes de que la Lujuria no sólo supone el desenfreno en los apetitos carnales o venéreos, sino que supone también el deleite en “cualquier abundancia y superfluidad de las cosas corporales”, la “pérdida del control de la mente”, la “inconstancia”, la “preferencia por los bienes del siglo” y el “horror al futuro”.

  Todas estas características que configuran una personalidad anclada en el presente, deseosa de gozar inmediatamente de los placeres, superficial y cambiante, con poca capacidad para posponer la satisfacción y con emotividad exagerada están presentes el Trastorno de Personalidad Histriónico.

  Este Trastorno de Personalidad que se ha diferenciado del diagnóstico clásico de Histeria, ha asumido de éste los aspectos de teatralidad, sugestionabilidad y comportamiento seductor, si bien no participa de los síntomas de conversión y disociativos.

  Tanto en la Lujuria como en el Trastorno de Personalidad Histriónico, late un fondo de inconstancia, teatralidad e inautenticidad que hace anteponer las satisfacciones inmediatas y superficiales a los vínculos profundos, sean en relación con Dios o con los hombres.

  A los Escolásticos parecía preocuparles especialmente el protagonismo que “lo carnal” adquría en el contexto de la Lujuria porque esto apartaba al individuo de Dios.

  En la Personalidad Histriónica nos encontramos con que el cuerpo adquiere un protagonismo expresivo, con una total plasticidad incluso a nivel gestual para obtener la recompensa narcisista que necesita.

Esta plasticidad que se percibe como inconstancia, impide, en consecuencia, el establecimiento de unas relaciones objetales maduras.

 

D. Juan Tenorio: J. Zorrilla

  

 Si existe algún rasgo de personalidad que más claramente haya sido anatemizado como pecaminoso desde la Edad media, es el de la tendencia a la exhibición y despliegue de los deseos e impulsos sexuales. La promiscuidad sexual es duramente censurada, tanto en varones como en mujeres, por una sociedad que ve en esta liberación del deseo, en esta búsqueda del placer, un atentado contra el órden establecido y contra la ley de filiación que asegura la trasmisión de linaje por vía paterna.

Aunque trataremos de analizar la personalidad de Don Juan a partir del texto  de Zorrilla, por ser éste el que más ha pasado al imaginario popular, alcanzando la categoría de mito y permanece ya en el inconsciente colectivo como el prototipo del seductor, no hay que olvidar que el origen del personaje se remonta al siglo XVII cuando se escribe “El burlador de Sevilla“ (Tirso de Molina) en España y “Dom Juan ou le Festin de Pierre“ (Molière) en Francia. (Estos modelos servirán al “Don Givanni” de Mozart).

En estas versiones del Barroco se hace muy patente el conflicto de Don Juan con la imagen paterna. Igualmente, en la versión de Zorrilla, que es la que seguiremos a partir de este momento, esta imagen paterna aparece desdoblada desde la escena de la Hostería a la que acuden los dos padres (el de Don Juan y el de Doña Inés) a comprobar si es cierto el rumor sobre la conocida apuesta.

En ninguna de las versiones del mito aparece una imagen materna, la madre ha desaparecido ya de la escena, por lo que este espacio esta presto a ocuparlo la virginal Doña Inés.

Es precisamente esta característica de virginidad la que permite que sea el único objeto de amor válido para que Don Juan pueda iniciar su “cura”.

Y es en Doña Inés en quien se cumple, y se lleva al acto, el conflicto edípico. Matando Don Juan al Comendador, padre de Doña Inés, mata al padre que le estorba la unión con la madre.

Doña Inés aparece junto a su padre como trasmisora del linaje del Comendador toda vez que suponemos que su madre ha muerto, en este drama de hijos únicos, para mayor evidencia del triángulo edípico. Criada por madres sustitutas en quien su padre ha delegado (la Abadesa y Brígida), ambas le ofrecen en una difícil disociación los bienes espirituales y materiales, la norma y la trasgresión,  el ascetismo y el goce, y ella opta por un compromiso interno aceptando el amor terrenal y placentero  de quien ha sido ya sancionado por la Ley del Padre.

Pero, cuando el Comendador comprueba que Don Juan trasgrede la Ley en todos sus aspectos, ya no le admite como el depositario de esa misma Ley, trasunto de la Ley del Padre, de la Ley de Dios, y niega la posibilidad de trasmisión del linaje. Don Juan entonces, una vez más, se salta la ley y trata de usurpar su puesto matándole.

Que Don Juan es un claro ejemplo del Trastorno Histriónico de la Personalidad parece de fácil demostración: no hay más que recordar su fanfarronería en lo desafíos, todos más de cara a la galería que porque esté verdaderamente empeñado en el objeto del duelo. Su magnanimidad con el dinero, que le permite captarse fácilmente la simpatía y el aplauso de todos. Su porte bizarro y altanero, y por fin, su proverbial inconstancia en los afectos que le hace acumular ese inaudito número de conquistas femeninas indiscriminadas de que se jacta constantemente.

Es voluble, impulsivo, falso, pero, al mismo tiempo, maravillosamente seductor. Parece que no se ha parado nunca a hacer introspección, vive en un continuo “acting-out” como si careciera por completo de vida interior, volviendo a una continua recreación de su personaje para asombro del mundo.

Pero vamos a valorar la propuesta de Zorrilla en la segunda parte de la obra, a la luz de una técnica de intervención terapéutica, no sin recordar que en las versiones del Barroco no existe salvación-curación para D. Juan que se condena en los infiermos donde es llevado de la mano del Comendador, es decir la trasgresión edípica es inflexiblemente sancionada por la Ley del Padre y sólo el deseo será purificado por el fuego del Infierno.

En Zorrilla, y probablemente como reflejo de una sociedad, la romántica, en la que la trasgresión de la ley estaba en el ánimo del pueblo, y los héroes eran tanto más admirados cuanto más rebeldes, impulsivos y apasionados fueran, Don Juan prende en el gusto de la masa porque representa un ideal secretamente albergado por todos.

La sociedad decimonónica se encuentra en la adolescencia de un nuevo modelo de sociedad que quiere hacer tabla rasa de muchos de los valores de la sociedad moderna basada en el absolutismo de un Rey que es trasunto del poder de Dios y que, en cada familia, se encarna en el poder del Padre. Y en esta sociedad adolescente, un héroe con una personalidad tan adolescente como Don Juan tenía que agradar.

La salvación por amor, y como hemos apuntado antes, un amor virgen trasunto del amor materno, parece la solución adecuada.

Así pues, ¿cómo se desarrolla la “cura” de la Personalidad Histriónica del Tenorio? En primer lugar, a partir de un encuentro, un encuentro en el sentido existencial del término, al reconocer en el amor de Inés las connotaciones de un amor total, no contaminado, independiente de las características reales del objeto de amor, un amor incondicional como lo es el de la madre y que es así porque se dirije al objeto ofrecido por el padre (no olvidemos que el padre de Inés había apalabrado la boda de esta con Don Juan) como objeto transaccional de su falo.

Cuando Don Juan percibe esta especie de amor, totalmente desconocida para él (quizás la carencia materna le hizo Histriónico al tener que buscar incansablemente el reflejo del amor del que careció), algo en su interior le mueve a desear modificar su conducta y vincularse de una forma estable y responsable a este objeto. Y en este movimiento que aparece como un deslumbramiento y cambia toda su apariencia también vemos la impulsividad del Histriónico.

Sin embargo, este brusco cambio de actitud no convence al Comendador (incluso parece que el propio Zorrilla en su madurez se acercaba a esta postura considerando inconsistente la reacción de su personaje) y aborta la posibilidad de la terapia.

Es necesaria la intervención del Padre por antonomasia, de Dios, ante quien intercede Doña Inés desde el más allá para que sea aceptada la sinceridad de la contricción de Don Juan.

Resulta curioso leer que, en su momento, esta solución que da Zorrilla fuera objeto de controversias en el ámbito teológico, sobre si se justificaba o no la salvación de un recalcitrante pecador como Don Juan.

Zorrilla hizo una autocrítica de su obra (y trató de reescribirla) acercándose a las posteriores tesis de Unamuno que consideraba al personaje inconsistente, cuando realmente es esta inconsistencia, ductilidad, volubilidad, grandilocuencia, etc. Lo que permite diagnósticarlo de Personalidad Histriónica. Y como aceradamente dijera Kierkegaard “individuo en constante formación y crecimiento, pero jamás adulto concluido”. ¿No es esta una definición más del histriónico?.

En nuestra época, ya no analizamos exhaustivamenrte si el dogma de la Comunión de los Santos justifica que la penitencia de Doña Inés en el Purgatorio obra como mediadora de la salvación de Don Juan, sino que la posibilidad de que un individuo histérico perciba en otro ser humano el amor auténtico, incondicional pero no permisivo, constante pero con exigencias y límites, capaz de ayudarle en su introspección pero sin permitir la manipulación sería adecuada terapia para este Trastorno de Personalidad.

 

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