Artículos sobre H.G. Wells
El gran engaño de los platillos volantes
Por Luis Alfonso Gámez
Una nave extraterrestre visita la Tierra cada seis minutos. Sólo así se explica que, en los últimos 50 años, el 5% de la población mundial asegure haber sido testigo de las evoluciones de platillos volantes. Aunque la inmensa mayoría de las observaciones tiene su origen en percepciones erróneas de cuerpos astronómicos, de fenómenos atmosféricos, de aviones y helicópteros... cuando no en meras fabulaciones y fraudes; de los 200 millones de platillos volantes vistos en el cielo desde 1947, 4 millones son auténticos ingenios alienígenas, según estimaciones de los ufólogos más prudentes.
Nuestro planeta es una especie de Benidorm cósmico al que acuden seres de todos los rincones de la galaxia y no precisamente con buenas intenciones. En 1991, «al menos un 2% de la población norteamericana presentaba los síntomas característicos de las personas que han sido abducidas. Es decir, llevadas al interior de ovnis por seres de apariencia extraterrestre para ser examinados minuciosamente y formar parte, además, de un estricto programa de 'seguimiento' a lo largo de toda su vida por parte de sus abductores» [Sierra, 1994]. A nadie puede extrañar, por lo tanto, que, a finales de los años 70, el ufólogo español ANDREAS FABER-KAISER hablase de los ovnis como del «problema número uno de la ciencia moderna».
El término platillo volante nació el 24 de junio de 1947 en Estados Unidos. KENNETH ARNOLD, un vendedor de equipos de extinción de incendios, volaba en su avioneta de Chehalis a Yakima, en el estado de Washington, cuando vio nueve objetos que volaban en formación sobre el monte Rainier. «Se desplazaban como platillos saltando sobre el agua», recordaba poco después. En un primer momento, Arnold temió que se trataba de aeronaves soviéticas e intentó informar al FBI; pero la oficina de Pendleton (Oregon) estaba cerrada, así que acabó contando la historia a los periodistas. La agencia de noticias Associated Press envió un despacho que dio la vuelta al mundo y pronto empezaron a verse extraños ingenios volantes por todo el país.
Nadie sabía lo que eran aquellos objetos que en plena guerra fría invadían el espacio aéreo norteamericano; nadie pensaba en seres extraterrestres. En el informe que redactó para el Ejército, Arnold indicó que, cuando vio los objetos, supuso que eran «aviones con propulsión a chorro». Y añadió: «Estoy convencido de que se trataba de algún tipo de avión, aunque en muchos aspectos no se ajustaban a los tipos convencionales que conocía» [Steiger, 1976]. El hombre de negocios creyó que los objetos que había visto sobre el monte Rainier eran aviones hasta que entró en escena un heterodoxo editor de ciencia ficción que vio en los platillos volantes un filón de oro.
Ciencia ficción y basura paranormal
RAYMOND PALMER había asumido la dirección de Amazing Stories en 1938, el mismo año en que ORSON WELLES había aterrorizado a cinco millones de personas con una versión radiofónica de La guerra de los mundos (1897), de HERBERT G. WELLS. «Tan pronto como [Palmer] se hizo cargo de la dirección dedicó una enorme cantidad de energía a cambiar el rumbo de la revista. Hizo bajar la calidad de las historias y aumentar la circulación» [Asimov, 1981]. Dos años antes de la observación de Arnold, Palmer abrió las páginas de Amazing Stories a RICHARD S. SHAVER, un desequilibrado mental que decía recordar cómo Atlántida, Lemuria y Mu -los continentes míticos tan del gusto de charlatanes de todas las raleas- habían sido colonizados por seres extraterrestres en un remoto pasado. Según Shaver, los alienígenas habían tenido que abandonar la Tierra hace miles de años, dejando en nuestro planeta dos tipos de robots que desde entonces habitan en el subsuelo: los teros, que hacen lo posible por ayudar a la humanidad, y los deros, responsables de gran parte de las desgracias del ser humano.La historia cautivó a Palmer hasta tal punto que, en junio de 1947, dedicó un número entero de Amazing Stories a lo que él denominaba el misterio Shaver. En octubre, aseguraba en un editorial escrito durante el verano que la observación de «misteriosas naves supersónicas, ya sean espaciales o procedentes de cuevas», confirmaba la autenticidad de las narraciones del mundo subterráneo [Lagrange, 1988]. Los tripulantes de los platillos volantes eran descendientes de los extraterrestres que habían colonizado nuestro planeta en un pasado remoto. Palmer fue despedido de su trabajo. Su apoyo incondicional a las estupideces propaladas por Shaver había incomodado a los propietarios de la revista. El imaginativo promotor de basura pseudocientífica entró entonces en contacto con Kenneth Arnold.
Un año más tarde, aparecía en los quioscos el primer número de Fate, que con el tiempo se iba a convertir en «el principal abastecedor de tonterías paranormales» de Estados Unidos [Gardner, 1983]. El artículo de portada de la nueva revista era «I did see the flying disks» y, aunque estaba firmado por Arnold, había sido escrito por Palmer. El autor había pasado por alto todas las dudas que el testigo había reflejado en el informe al Ejército y las incongruencias del relato, contradictorio en lo que se refería al tamaño y la velocidad de los objetos volantes. Describía el suceso con un tono colorista y afirmaba, entre otras cosas, que los discos habían suscitado en Arnold «un sentimiento extraño». Al eliminar del relato original los elementos incómodos e inventarse detalles inexistentes, Palmer se convirtió en el primer ufólogo de la historia.
Meses después, el 7 de enero de 1948, el capitán THOMAS F. MANTELL sufría un accidente de aviación cuando creía perseguir un platillo volante sobre la base aérea de Godman, en Kentucky. El piloto militar, que mandaba una escuadrilla de P-51, perdió el conocimiento tras sufrir una falta de oxígeno en la sangre al sobrepasar su avión los 6.000 metros de altitud. El caza se estrelló. Y Mantell pasó a la historia como el primer mártir de la ufología a pesar de haber muerto persiguiendo un Skyhook, un globo de grandes dimensiones utilizado para estudiar los rayos cósmicos y visible a más de 20 kilómetros. La descripción facilitada por los testigos que habían observado el extraño objeto desde tierra y aire se correspondía con la de «un helado de cucurucho con la parte superior de color rojo» [Klass, 1974]. Según se supo años después -el programa Skyhook era secreto en los años 40-, aquella semana se habían lanzado varios globos desde la base aérea de Clinton, situada al sur de Ohio, y los vientos reinantes habían llevado alguno hasta las proximidades de la base de Godman.
Sin embargo, muchos ufólogos prefieren creer que el avión del capitán Mantell «se adentró en el campo magnético de una colosal astronave extraterrestre» o que los tripulantes de un platillo volante abatieron el caza con el rayo de la muerte [Ribera, 1974]. El accidente de Mantell era para DONAL E. KEYHOE, comandante retirado de la Infantería de Marina, una prueba evidente de la política de encubrimiento seguida por el Gobierno estadounidense respecto a los platillos volantes, que el ex militar identificaba con naves extraterrestres. Keyhoe, autor del primer libro sobre el tema, The flying saucers are real (1950), publicó en enero de 1950 un artículo en la revista True, que sentó los dos pilares básicos de la ufología: el origen alienígena de los ovnis y el secretismo gubernamental. Su segunda obra, Flying saucers from outer space (1953), sirvió de base para la película de ciencia ficción Earth versus the flying saucers, realizada por FRED F. SEARS en 1956. «Los platillos volantes que animó [RAY HARRYHAUSEN] en el filme son tan perfectos que se los puede tomar por naves suficientemente enormes como para derribar el Capitolio, cuando en realidad son pequeñas maquetas de doce pulgadas. El realismo de esta película contribuyó a ensanchar la obsesión por los platillos volantes» [Torres, 1994].
Embajadores de otros mundos
Pasó poco tiempo desde que alguien con autoridad -Keyhoe era ex militar- estableció el origen extraterrestre de los platillos volantes hasta que alguien con imaginación mantuvo el primer encuentro tête-à-tête con los alienígenas. El elegido fue un cocinero de un puesto de hamburguesas de monte Palomar, GEORGE ADAMSKI. Después de ver un platillo volante en 1946 y presenciar las evoluciones de una escuadrilla de 184 naves interestelares en 1947, se encontró con Orthon, un venusiano, en el desierto californiano el 20 de noviembre de 1952. El extraterrestre le manifestó la preocupación del vecindario cósmico por la «radiación de nuestras pruebas nucleares» [Story, 1980]. Para desgracia de Adamski, el propio Ray Palmer reconoció en más de una ocasión que el cocinero le había ofrecido ya esta historia a finales de los años 40 para publicarla como un cuento de ciencia ficción en Amazing Stories.
El contactado aseguraba haber viajado hasta la Luna, invitado por los alienígenas. Sin embargo, las naves extraterrestres que aparecían en sus fotografías eran en realidad vulgares tapas de aspiradora lanzadas al aire. En la cara oculta del satélite terrestre, Adamski decía haber visto ríos y florecientes ciudades pobladas por paisanos de Orthon, Firkon y Ramu, venusiano, marciano y saturniano, respectivamente. Todo el sistema solar estaba preocupado por el futuro de la humanidad, y el cocinero aprovechó la revelación para abandonar la carne picada y dedicarse a impartir conferencias bien remuneradas. Murió de ataque cardiaco en 1965, poco antes de que las primeras fotografías mostraron una cara oculta de la Luna desolada y las sondas automáticas no encontraron rastro de civilización alguna ni en Venus ni en Marte ni en Saturno. A pesar de ello, para algunos ufólogos, hay que «conceder a Adamski el beneficio de la duda, si no en la totalidad de sus afirmaciones, al menos en parte de ellas» [Ribera, 1982]. Sus dos obras, Flying saucers have landed (1953) e Inside the space ships (1955), sirvieron de inspiración a otros espabilados y místicos que convirtieron la década de los 50 en la época de mayor esplendor del movimiento contactista.
«¡Prepárate! Vas a ser la voz del Parlamento interplanetario», escuchó GEORGE KING una mañana de mayo de 1954. Según supo después el contactado británico, el mensaje telepático provenía de Aetherius, un venusiano de 350 años. El alienígena había elegido a King para recomendar a los terrestres el abandono de la energía nuclear y la vuelta a las «leyes cósmicas» predicadas por grandes maestros como Jesús, Buda o Krishna, que también habían llegado a la Tierra procedentes de otros planetas. La vida en el resto del sistema solar era poco menos que idílica -no hay guerras ni indigencia ni enfermedades...- y los tripulantes de los platillos volantes tenían como misión proteger al ser humano de otros extraterrestres hostiles. La humanidad, decía Aetherius, procede de un planeta que se desintegró en un guerra nuclear y dio lugar al cinturón de asteroides. En la teología de King, no faltaban referencias a la reencarnación, Atlántida y Lemuria -destruidas en otra conflagración atómica-, el Diablo -que ha gobernado el mundo durante eones- y el masivo futuro desembarco alienígena.
DANIEL FRY aseguraba en 1966 que los visitantes le habían informado de que una supercivilización terrestre había perecido en una hecatombe nuclear hace 30.000 años. El contactado decía haber entrado el 4 de julio de 1950 en una sonda automática extraterrestre estacionada cerca de Las Cruces, en Nuevo México. Mientras hacía en media hora un viaje de ida y vuelta a Nueva York, A-Lan le enviaba mensajes telepáticos desde una nave nodriza situada en órbita terrestre. Después de la catastrófica guerra entre Atlántida y Lemuria -el extraterrestre había leído seguramente los panfletos de la Sociedad Aetherius, creada por George King- los supervivientes se habían refugiado en Marte. Ahora regresaban para -¡cómo no!- advertirnos del peligro atómico.
Los extraterrestres de TRUMAN BETHURUM, íntimo amigo de Adamski, vivían en un mundo paradisiaco, donde no existían ni las guerras ni el divorcio ni los impuestos. El planeta Clarión estaba situado tras la Luna, en órbita paralela a la del satélite terrestre. Los habitantes de Venus, Marte, Júpiter y Saturno que visitaban a HOWARD MENGER viajaban en naves sospechosamente parecidas a las tapas de aspiradora utilizadas por los hermanos cósmicos del cocinero de monte Palomar; los alienígenas de ORFEO ANGELUCCI provenían de otra realidad, pero eso no impidió al contactado contraer matrimonio místico con Lyra, una de las viajeras estelares, y los guías extraterrestres animaron a GABRIEL GREEN a dedicarse a la política y logró 171.000 votos en las elecciones para el Senado celebradas en California en 1962. La lista de contactados llega hasta nuestros días de la mano del Instituto Peruano de Relaciones Interplanetarias (IPRI) y de la italiana Fraternidad Cósmica. El mensaje es siempre apocalíptico y genera pingües beneficios a los embajadores humanos de los extraterrestres. Sin embargo, los elegidos nunca traen nada consigo a la vuelta de sus viajes de turismo interplanetario. ¿Tanto cuesta hacerse con un ventilador venusiano, un mondadientes marciano, un peine joviano o un anillo saturniano?
Las fabulaciones de una mujer ansiosa
La mayoría de los misioneros galácticos de los años 50 debió de dar por imposible la salvación de la humanidad. Entonces, entraron en escena crueles alienígenas que experimentaban con los hombres y mujeres que se cruzaban en su camino. Su primera víctima fue un matrimonio estadounidense, cuya vivencia en el interior de un ovni alcanzó fama mundial y marcó una nueva época en la historia de la ufología. Atrás, quedaban los platillos volantes en el cielo y los encuentros místicos en remotos parajes; ahora, los tripulantes de los ovnis secuestraban a seres humanos para examinarlos e incluso mantener relaciones sexuales. Todo comenzó en 1966, cuando la revista Look publicó dos artículos de JOHN FULLER, en los que se narraba cómo seres alienígenas habían secuestrado a una pareja en una carretera secundaria del estado de New Hampshire cinco años antes.
BARNEY y BETTY HILL regresaban en automóvil de unas vacaciones en Canadá en la noche del 19 de septiembre de 1961, cuando la mujer se dio cuenta de que una misteriosa luz les perseguía. El hombre creía que se trataba de un avión; pero su esposa le persuadió de que no podía ser un aeroplano. Detuvieron el coche, y Barney Hill se sintió aterrorizado tras observar la luz a través de los prismáticos y temer que les fueran a secuestrar los tripulantes de un ovni. En un intento de burlar a los perseguidores, el empleado de Correos decidió abandonar la carretera elegida para el viaje y tomar una vía secundaria. El matrimonio llegó a su casa de Portsmouth dos horas más tarde que lo previsto.
Al día siguiente, Betty Hill llamó por teléfono a su hermana Janet, una apasionada de los platillos volantes, para contarle lo sucedido. La conversación sirvió para que los Hill se pusieran en contacto con la Fuerza Aérea. Betty compró el último libro de Donald E. Keyhoe, The flying saucer conspiracy (1955), y escribió al ex militar, que por aquel entonces dirigía el crédulo Comité Nacional para la Investigación de los Fenómenos Aéreos (NICAP). En el informe oficial y en la carta al ufólogo, el matrimonio sólo habló de una luz nocturna, similar a una estrella, que luego se convertía en una «torta, rodeada de ventanas en la parte delantera, a través de las cuales se veían luces azulblancas» [Fuller, 1966]. No fue hasta que Barney tuvo que acudir al psiquiatra por prescripción médica cuando el secuestro salió a la luz. De raza negra, el hombre se sentía culpable de haber abandonado a su primera esposa y a su hijo por Betty, una mujer blanca. Mediante hipnosis, el doctor BENJAMIN SIMON tuvo conocimiento de la observación del ovni, a la que, según ambos miembros del matrimonio recordaban en estado hipnótico, había seguido un secuestro y un reconocimiento médico a bordo del platillo volante.
El psiquiatra, que sospechaba que el episodio del rapto era una fabulación, lo confirmó cuando la mujer le informó de las pesadillas que había tenido desde la noche del presunto secuestro. Los sueños de Betty Hill eran idénticos al relato obtenido de ambos testigos bajo hipnosis. La historia había sido inventada por la mujer, ya que sus recuerdos eran mucho más completos que los del hombre, a quien había contado las pesadillas durante meses. A juicio de Benjamin Simon, «los Hill no mentían» cuando contaban su historia, pero ésta estaba basada en los sueños de la mujer y no en un hecho real [Fuller, 1966]. El médico estaba seguro de que las pesadillas no habían sido causadas por un secuestro alienígena, ya que la exposición estaba plagada de inconsistencias. Así, por ejemplo, los extraterrestres de Betty hablaban en inglés y sabían manejar la cremallera del vestido de la mujer, mientras que los de Barney ni tenían boca ni se explicaban que el hombre utilizara dentadura postiza. Además, aunque los alienígenas ignoraban lo que era el paso del tiempo, cuando la mujer abandonaba la nave, uno le dijo: «Espera un minuto» [Klass, 1989].
ROBERT SHEAFFER, astrónomo aficionado, cree que el objeto que persiguió a los Hill fue el planeta Júpiter, excepcionalmente brillante aquella noche. De hecho, el matrimonio vio por primera vez el ovni encima de una estrella localizada bajo la Luna. En realidad, por debajo del satélite terrestre, había aquella noche dos planetas, Saturno -la estrella de los Hill- y Júpiter. «De haber existido un auténtico ovni, habría habido tres objetos cerca de la Luna: Júpiter, Saturno y el ovni» [Sheaffer, 1981]. Pero el matrimonio sólo recordaba haber visto dos. Quien crea que es difícil confundir un planeta con una nave extraterrestre tiene que saber que efectivos de la Policía autónoma vasca, de la Asociación de Ayuda en Carretera, de la Cruz Roja y de varias guardias urbanas cometieron el mismo error que los Hill en la madrugada del 11 de julio de 1985, cuando una caravana de vehículos siguió a Júpiter por las carreteras guipuzcoanas durante cinco horas. A pesar de que el planeta fue identificado como tal por un astrónomo que presenció los hechos, los testigos creyeron firmemente que lo que perseguían era un objeto «tripulado o, por lo menos, extraño a lo que conocemos en la Tierra» [Segura, 1985]. Respecto a las dos horas de retraso que los Hill achacaban al tiempo que había durado el secuestro, sólo hay que decir que, además de desviarse de la carretera principal y tomar una vía secundaria, el matrimonio circuló a baja velocidad durante buena parte del trayecto y realizó varias paradas para observar el ovni. Así se explica el famoso tiempo perdido.
A pesar de las inconsistencias, la falta de pruebas y la opinión del psiquiatra que trató a Betty y Barney Hill, el caso -ampliamente difundido en libros y revistas- provocó un nuevo giro en la mitología ovni y empezaron a prodigarse los secuestros, siempre siguiendo el patrón de la experiencia del matrimonio de New Hampshire. A juicio de los ufólogos, la similitud entre la mayoría de los raptos alienígenas y el episodio de los Hill autentica los primeros. ¡Extraña lógica la de los seguidores de los platillos volantes! Las fabulaciones de una mujer ansiosa por ver marcianos sirven para legitimar los relatos increíbles posteriores porque, por supuesto, no hay ninguna prueba objetiva de la presencia de delincuentes cósmicos en nuestro planeta.
De la patata lunar al condón marciano
Después de millones de visitas y cientos de secuestros -con violación sexual incluida en algunos casos-, la ufología no dispone todavía de la prueba de cargo que demuestre la existencia de exploradores alienígenas en la Tierra. Ni una sola de las miles de fotografías existentes de supuestos ovnis ha superado los análisis pertinentes. Cuando no se trata de imágenes borrosas, resulta que los ingenios extraterrestres son idénticos a las maquetas que construye el honrado testigo, como ocurre con el contactado suizo EDUARD MEIER y con el estadounidense ED WALTERS. Resulta chocante que haya filmaciones de aviones poco antes de estrellarse y ni una fidedigna de platillos volantes, aunque desde 1947 ha habido muchísimos menos accidentes aéreos que apariciones de ovnis. Los documentos sonoros incuestionables también brillan por su ausencia. A principios de los años 80, el ufólogo JUAN JOSÉ BENÍTEZ aseguró que en un barrio bilbaíno se había grabado el ruido de una nave extraterrestre. Para desgracia del novelista, el misterioso sonido era en realidad el canto de un sapo partero -Alytes Obstetricans-, como comprobaron técnicos de la Fonoteca del Museo Zoológico de Barcelona a instancias de FÉLIX ARES, JESÚS MARTÍNEZ y el autor.
Los alienígenas, además, se caracterizan por no haber aportado ningún conocimiento nuevo al género humano. ¡Qué mejor prueba que facilitar a un analfabeto la solución al teorema de Fermat o una ecuación desconocida para los hombres de ciencia! Sin embargo, en medio siglo, lo único que los extraterrestres han transmitido a sus elegidos -personas casi todas ellas de escasa o nula formación- son mensajes mesiánicos vacíos de contenido y advertencias sobre inminentes fines del mundo que no se han convertido en realidad. Tampoco han facilitado a los contactados casi ningún objeto de origen alienígena. Lo hicieron una vez, cuando Howard Menger se trajo una patata tras un viaje a la Luna. La composición en proteínas del tubérculo selenita era, según el contactado, cinco veces superior a la de una patata terrestre. Por desgracia, nadie pudo analizar tan nutritivo manjar, ya que Menger aseguró que había sido confiscado por el Gobierno estadounidense. Nada mejor que una mentira para encubrir otra.
La liberación sexual de los años 60 se reflejó en numerosos encuentros íntimos entre alienígenas y terrestres, pocas veces consentidos por los humanos. Así, una joven norteamericana de 26 años, SHANE KURZ, decía haber sido violada por un extraterrestre el 2 de mayo de 1968 en Westmoreland, en el estado de Nueva York. ANTONIO RIBERA, el más veterano de los ufólogos españoles, cree que la aventura sexual de Kurz «ofrece todos los visos de ser cierta», pero duda de la autenticidad del vis-à-vis de ELIZABETH KLARER, una sudafricana que asegura haber tenido un hijo del tripulante de una platillo volante [Ribera, 1981]. En estos casos, obvia decirlo, las víctimas no suelen hacerse tampoco con ninguna evidencia -ni siquiera un preservativo marciano- ni denunciar los hechos y someterse al correspondiente reconocimiento médico. Los extraterrestres, por su parte, son tan primitivos e irresponsables como para arriesgarse a contraer o propagar una enfermedad por no recurrir a la fecundación in vitro para sus experimentos genéticos. Como nadie ha visto nunca el fruto vivo de estos arrebatos de pasión alienígena, seguimos sin pruebas.
«Además de las innumerables mentiras -dice MARTIN S. KOTTMEYER-, la evidencia física utilizada para argumentar a favor de la realidad de los ovnis es tan trivial como la que se utiliza para apoyar las fantasías más personales de otros paranoicos, por ejemplo: anillos perdidos, luces que disminuyen, fallos mecánicos, enfermedades sin explicación aparente, fotografías sobreimpresas, y así sucesivamente. No existen casos conocidos de ovnis que fulminen automóviles y los conviertan en charcos radiactivos, que roben estadios enteros de fútbol, que alteren el orden de los aminoácidos en sus víctimas, o que dejen olvidadas láminas de 'multiquarks' de gran potencia cuando hay una colisión. Para resumir, no hay ninguna evidencia que requiera una explicación de otro mundo» [Kottmeyer, 1989].
En una galaxia muy, muy lejana...
La idea del origen extraterrestre de los platillos volantes está tan extendida que, cuando alguien niega tal posibilidad, lo normal es que le respondan: «¡Cómo puedes creer que somos los únicos seres inteligentes del universo!». Y es que la mayoría de la gente confunde la probabilidad de que existan otras civilizaciones en el cosmos con la seguridad de que estamos siendo visitados por extraterrestres. Los ufólogos no sólo presuponen que la inteligencia es algo común en la Vía Láctea, sino que consideran que la Tierra es un destino especialmente interesante en una galaxia compuesta por más de 100.000 millones de estrellas. Sólo así se entiende el enorme esfuerzo económico, tecnológico y humano que supone haber enviado a nuestro planeta 4 millones de astronaves en cinco decenios. Si, como mantienen los ufólogos, el desarrollo de vida inteligente es algo frecuente, ¿qué interés tiene el ser humano para todas esas civilizaciones que nos visitan? Porque lo que está claro es que la humanidad llama la atención a alienígenas de los más variados pelajes.
En 1970, el ufólogo brasileño JADER U. PEREIRA estudió 333 casos de supuestos aterrizajes extraterrestres y llegó a la conclusión de que la mayoría de los visitantes es humanoide, aunque hay más de una docena de biotipos diferentes [Pereira, 1978]. Las alturas de los exploradores estelares oscilan entre los 0,80 y los 3 metros, los hay rubios y absolutamente calvos, cabezones y de proporciones perfectas, con orejas puntiagudas y con garras, con un sólo ojo y con simples hendiduras en lugar de ojos. Pero también hollan suelo terrestre, aunque en menor proporción, alienígenas de «cabeza cuadrada y cuerpo en forma de campana»; seres que parecen «un trozo de terrón de azúcar abierto por la parte baja»; monstruos sin cabeza y con alas de murciélago; cajas cilíndricas inteligentes que se desplazan sobre aletas... El delirante informe de Pereira no entró a formar parte de una antología del disparate, sino que en su día fue publicado por Stendek y Phénomènes Spatiaux, las revistas serias de las ufologías española y francesa, respectivamente. Pereira, de todos modos, no se atrevió a atribuir un planeta de origen a cada tipo de extraterrestre, lo que habría convertido el estudio en una inapreciable pieza de humor. ¿Acaso el alienígena de orejas puntiagudas era un pariente lejano del señor Spock?
Los primeros contactados situaban el hogar de los exploradores extraterrestres en la Luna, Marte, Venus, Júpiter y Saturno. Adamski, Menger y otros elegidos visitaron en los años 50 ciudades alienígenas en varios mundos de nuestro sistema solar. Las patrañas divulgadas por estos contactados cayeron por su propio peso gracias a la exploración de otros planetas mediante sondas automáticas. Sin embargo, los miembros del IPRI seguían hablando en los años 70 de visitantes de Ganímedes o Io, un desierto helado y un infierno de azufre, respectivamente.
Últimamente, los amigos de los extraterrestres han optado por situar a sus interlocutores a varios años-luz de la Tierra. El espabilado de turno tiene así más tiempo para forrarse hasta que los más ingenuos se dan cuenta de que todo ha sido un cuento chino. Eduard Meier, un contactado suizo especialmente hábil fabricando maquetas que tiene debilidad por dar palizas a su esposa, una deficiente mental, dice estar en comunicación con habitantes de las Pléyades, constelación situada a unos 400 años-luz. Lástima que, como indica el director del Planetario de Pamplona, JAVIER ARMENTIA, las Pléyades sean unas estrellas demasiados jóvenes como para contar con planetas.
LOUIS WINKLER, astrónomo de la Universidad de Pennsylvania, cree que la evolución histórica de la elección del lugar de origen de los extraterrestres responde a un patrón propio de una religión. «Primero -dice-, se elige un lugar cercano, siendo relativamente fácil para los alienígenas establecer contacto. Si se prueba que este lugar cercano es insostenible, se establece que la vida existe un poco más lejos. Mientras el nuevo lugar está siendo evaluado, las ideas acerca de la naturaleza de los alienígenas pueden mantenerse sin que sean refutadas. Llevar el origen de la vida extraterrestre siempre a mayores distancias de la Tierra es una manera de preservar la idea de que los alienígenas existen y están contactando con los terrícolas. Obviamente, la elección más segura, y más remota en cierto sentido, sería la de otro lugar en la continuidad espacio-temporal o en otro universo, dado que estos orígenes parecen ser de más difícil refutación» [Winkler, 1983]. De hecho, las continuas meteduras de pata de contactados y secuestrados han llevado a los ufólogos más jóvenes a trasladar en los últimos años el Olimpo de sus dioses a otras dimensiones, donde los angelicales alienígenas de rubia melena y blanca tez están a salvo de la curiosidad humana.
El engaño ha durado ya medio siglo, pero puede irse al traste en cualquier momento. Sólo hace falta que una nave alienígena aterrice a plena luz del día en una populosa ciudad. Entonces, se demostrará que todos los libros sobre platillos volantes no son más que cuentos de hadas y que los ufólogos más reputados son meros embaucadores.
Texto extraído de: http://ctv.es/USERS/vader/ovnis1.htm
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