Profanos, renegados, impíos...

El de Quentin Tarantino es un mundo urbano con ausencia de moral y exceso de violencia. Pulp Fiction es, sin lugar a equívocos, su más fiel exponente.

Sanguinolentas, truculentas, folletinescas. Así son las tres pequeñas historias cruzadas que conforman la columna vertebral de Pulp Fiction, película de culto que catapultó a la estratosfera del éxito a su artífice y director, Quentin Tarantino, hombrecillo raro que, de ser el dependiente de una tienda de vídeo, pasó a convertirse en el enfant más terrible de los indies norteamericanos y en la ineludible referencia de un tipo de cine que ya es emblemático de la década de los noventa. Tras el sorpresivo éxito de Reservoir Dogs (1991), esa brillante salvajada inenarrable que es su opera prima, Tarantino reapareció con Pulp Fiction (1994), pieza de gran envergadura que, sin ocultar su nostalgia por el cine más marginal y caduco más cutre y subterráneo, se convirtió en un icono cultural de la modernidad, creó escuela y puso en circulación un estilo narrativo que no tardó en ser plagiado hasta el hastío.

Aunque su look visual no es, en absoluto, desdeñable, el auténtico secreto de Pulp Fiction está en su guión, abrumadora cascada de palabras que es liberada por unos personajes sólidos como rocas que no exhiben ni una sola fisura en su arquitectura. En un tiempo en que la corriente principal del cine de Hollywood impone que las palabras van supeditadas a la acción, aparece Tarantino con un tipo de cine, básicamente verborreico, donde las palabras son la acción. No se trata, sin embargo, de un cine acartonado. Mucho menos teatral y ni por asomo intelectual. Es un cine moderno, de intención comercial que se nutre de la más auténtica cultura pop, cuyas referencias esta al alcance de cualquier ciudadano y que, para bien o para mal, usa -y abusa- de manera casi indiscriminada de la violencia urbana.

Distanciándose de pensadores como David Mamet o Woody Allen, Tarantino saca partido a sus propias vivencias. Mientras muchos de sus colegas calentaban el pupitre de las más sofisticadas universidades, él sorbía con avidez todas las películas que llegaban al vídeo club en el que era dependiente. Los otros estudiaban las maravillas del montaje en la obra de Griffith y, entretanto, él miraba -y admiraba- el cine de kung fu venido de Hong Kong, los viejos títulos de la blaxploitation, la más rastrera serie B de acción y los gore italianos, que eran pura salsa de tomate imitando sangre. Pulp Fiction es la inteligente sumatoria de todos estos referentes. Con una estructura narrativa sumamente compleja, la película es una suerte de maraña de asombrosa coherencia, donde el tiempo de la narración, en una peripecia francamente prodigiosa, juega un papel fundamental. Pulp Fiction esta llena de conversaciones poco elaboradas que, en no pocas ocasiones, parecen divorciadas de las acciones.

Allí, en esa dinámica de la contradicción, se concentra buena parte de sus atractivos. Por eso, justamente, se ha hecho memorable la larga e ingeniosa conversación sobre las hamburguesas que sostienen Samuel L. Jackson y John Travolta. Una conversación que perdería su fuerza, a no ser porque, mientras la sostienen, los dos hombres se dirigen a un piso en el que van a asesinar a unos chicos a sangre fría. Lo que mueve al asombro no es tanto el crimen (algo que se ve en cualquier película norteamericana de hoy) ni el hecho de que las hamburguesas cuarto de libra de McDonald's, en parís, se llamen Royal de Luxe. Lo que estremece, probablemente, es la situación, el hecho de que el crimen adquiera, entro de este universo, un carácter tan cotidiano. Y es que, el asesinato es a Tarantino lo que sacar una fotocopia a un oficinista. No hay una concepción de moral al uso y si sus personajes son profanos, renegados, impíos y malvados, lo son solamente para el espectador que vive fuera de la pantalla, porque en este mundo ficticio no hay lugar para la moral convencional. Lo que sí hay es la necesidad del perdón y, en este sentido, todas sus criaturas van en pos de la redención.

Pero, como indica el título, aquí todo es ficción. Tarantino no ha sacado sus ideas de la realidad. Las ha sacado de l a desprestigiada literatura de quiosco, de las llamadas Pulp Fiction, truculentas novelas policiales destinadas a un público masivo, y las ha sacado también del cine serie B, cuyas reglas tan bien conoce. Sin embargo, lo inteligente no está en que emule esas formas de la cultura popular, sino en que aplica la fórmula desde su terreno y las devuelve reinventadas, tamizadas por su inteligente manera de escribir y hacer cine. Por eso, Pulp Fiction se convierte en cult-movie.

1. EL BOXEADOR DEL RELOJ DE ORO. (Bruce Willis)

Un papel inusual en la carrera de Bruce Willis, que le ofrece la oportunidad de demostrar una faceta distinta, casi desconocida de su registro habitual. El boxeador articula el segundo bloque de Pulp Fiction y es, junto a María de Medeiros, uno de los más entrañables de la película.

2. EL SIRVIENTE DEL MAFIOSO (John Travolta)

Muy lejos queda el cuasi amanerado Travolta de Fiebre del sábado noche. Tras años de esplendor y otros tanto de decadencia, el entonces bailarían reaparece gordo y avejentado, pero espléndido, para dar vida a un mafioso de poca monta. Dos escenas memorables: el delirante baile que se pega en el restaurante y la ya mítica escena de la inyección de adrenalina.
 

3. LA AMANTE INTOXICADA. (Uma Thurman)

Lívida y morena, Uma Thurman es una típica mujer tarantiniesca, de esas que, como la Bridget Fonda de Jackie Brown llevan una vida de inercia y diversión amparadas por el aura de poder de los hombres que las protegen. En Pulp Fiction, Thurman pasa de todo y, quizá por ello, le pasa de todo.

4. EL PREDICADOR CRIMINAL. (Samuel L. Jackson)

Un habitual de Tarantino. Su participación en Pulp Fiction es de las más destacadas. Mitad asesino, mitad místico, la última cosa que han escuchado todas sus víctimas, que son muchas, es un curioso versículo bíblico de Ezequiel que sirve de heraldo para la insólita transformación que sufre el personaje en el último bloque de la película.

5. EL ASALTANTE (Tim Roth)

Después de Pulp Fiction, el nombre de este actor empezó a sonar con fuerza. Su personaje, un asaltante indeciso, es prólogo, epílogo y elemento vinculante de las tres historias.

6. LA ASALTANTE. (Amanda Plummer)

Honey Bunny es la antítesis de Uma Thurman y el otro polo de los personajes femeninos de Tarantino, hermanada, quizá, con la protagonista de Asesinos Natos.

7. LA NOVIA INGENUA. (María de Medeiros)

Medeiros exuda ternura. Y Tarantino sabe sacarle provecho a tanta dulzura, otorgándole un personaje hecho a su medida. Tonta, ingenua y adorable, es ella la que olvida el famoso reloj del boxeador.

8. EL GENTIL CAMELLO. ( Eric Stoltz)

El cine de Tarantino está poblado de tipos como este. Trapichea con drogas, a veces adulteras, y luego paga las consecuencias. Previsor, tiene guardadas inyecciones de adrenalina.

9. EL MAFIOSO PELIGROSO (Ving Rhames)

Sin ser el protagonista, alrededor de este personaje se articula toda la película. Es el vaso comunicante de las tres historia y, de alguna manera, es el generador de las acciones.

10. LA GENTIL CAMELLA (Rosanna Arquette)

Otro prototipo de fémina tarantiniesca. Va de moderna-moderna y también de histérica-histérica. Papel secundario pero muy lucido como novia del camello Stoltz.

11. EL BUEN MILITAR (Christopher Walken)

Con su particular hieratismo, Walken se dispara el monólogo más delirante de toda la película, en el que explica los orígenes del reloj que es eje de la historia del boxeador.

12. EL LIMPIADOR (Harvey Keitel)

El cinismo es el móvil de este personaje, interpretado por Keitel, un habitual de Tarantino. Su eficacia para borrar toda huella de un asesinato en tiempo récord es realmente asombrosa.

13. EL ANFITRIÓN FORZADO (Quentin Tarantino)

Tarantino se ha reservado este peculiar personaje. Hecho un manojo de nervios, presta su casa para borrar las huellas del crimen, pero da un ultimátum a los matones: no tienen tiempo.

14. EL CAMARERO (Steve Buscemi)

Es Buscemi otro de los habituales de Tarantino. Su cara de póquer y su aspecto de pescado en pescadería son sus principales aporte a un papel mínimo: el camarero del restaurante.