ENTREVISTAS A TOM SHARPE
Foto: © L.M. Palomares

Contrasta la escasa atención que Sharpe recibe de la crítica con las numerosas entrevistas realizadas al autor para periódicos y semanales en sus múltiples visitas a España, entrevistas de las cuáles reproducimos aquí tres.
Lúcido, contradictorio, tenazmente ingenioso y sorprendentemente serio. Así se muestra Tom Sharpe en estas entrevistas, en las cuales podemos acercarnos a su personalidad a través de los temas más variopintos: el arte, la literatura, la crítica (y los críticos), la prensa (y los periodistas), la política (o Margaret Thatcher), Suráfrica, su padre, la muerte, la siesta, la felicidad... Nos habla, en fin, de su peculiar manera de entender la realidad.

NOTA: Haz click sobre ella para acceder directamente a la entrevista deseada.

ENTREVISTAS:
TOM SHARPE./ TOMÁS GARCÍA YEBRA.

TOM SHARPE. UN DIABLO TRAS LA OREJA./ SOLEDAD ALAMEDA.

TOM SHARPE, UN INGLÉS BURLÓN./ IGNACIO CARRIÓN.



TOM SHARPE.
TEXTO:TOMÁS GARCÍA YEBRA/ EL SEMANAL, 2 DE JUNIO DE 1996.

En cuanto llega el crudo invierno y la bruma se despereza por las calles de Cambridge, Tom Sharpe hace las maletas, se agarra al brazo de su mujer y viaja a España. Hace cinco años le comentó a Carmen Balcells -agente literario de grandes figuras de las letras- que deseaba un lugar tranquilo y con buen clima donde pasar el invierno. Carmen Balcells le aconsejó la Costa Brava. Sharpe aceptó la sugerencia y Balcells le buscó un hotelito en la localidad de Llafranc, provincia de Girona, rodeado de pinos, calas y preciosos rincones para pasear. Sharpe no necesita más. Ha ganado mucho dinero, pero el dinero -según él- sólo le sirve para "estar despistado todo el día".
El autor de Wilt (la obra que le hizo famoso en nuestro país) ocupa dos habitaciones de este hotel situado al borde de la playa. Una habitación es para él. La otra para su mujer. "Mi mujer y yo -dice- nos llevamos bien porque no nos vemos. Cuando nos cruzamos por el pasillo nos saludamos y cada uno se dirige a su habitación. Mi mujer es muy correcta. Realmente admiro su paciencia". Desde la terraza de su habitación (para ser precisos, un minúsculo balcón con una mesa y dos sillas) se abarca la playa, el puerto y unas enormes grúas que acarrean arena de un extremo a otro. "Todos los años, en el mes de Mayo, comtemplo el mismo espectáculo: grúas que transportan arena. La corriente lleva la arena a un lado y las grúas la trasladan al punto de partida. El mar y el hombre, no se cuál de los dos es más cabezota".
La habitación le resulta muy cómoda. Desconozco el motivo: al abrir la puerta hay que hacer una ligera presión para apartar la
primera pila de libros. Una vez franqueada, nuevas torres de libros surgen por el flanco izquierdo. Libros de todos los tamaños que crecen en sentido vertical y aparecen colocados en difícil equilibrio. Si una columna se vence, el efecto dominó provocaría
el desmoronamiento de todo lo que allí hay impreso. A Sharpe no parece que le importe. Enfrente de los libros está la cama.
Cerca hay un tablero de madera que soporta el ordenador, la impresora, una lámpara y el equipo de música. El escritor introduce una cinta de jazz y ensaya unos pasos de baile con sus enormes zapatos rojos. José Aguilar dispara su cámara como si fuese una metralleta. "Mi mujer no cabe aquí. O cabe mal", dice entre paso y paso de baile. Alarga las manos, tapa el objetivo y le dice al fotógrafo con voz tenebrosa: "Soy un monstruo". Se troncha de risa. Cuando se cansa de hacer el ganso, se sienta y pregunta: ¿Se va a inventar la entrevista?
-¿Por qué lo pregunta?
-En mis tiempos de reportero, yo siempre me las inventaba.
-Se supone que he venido a Llafranc para charlar con usted.
-Sí, claro, yo también preguntaba y tomaba notas, pero luego me  las inventaba. Es más divertido así. -Le miro a los ojos y le hago unas confesiones, por ver como anda de reflejos:"Señor Sharpe, no me la puedo inventar porque no soy periodista"."Eso
no importa -replica al instante-, yo tampoco soy escritor. ¿Qué es usted, de la policía?".
A pesar de sus ventas millonarias, la crítica no le dedica mucho espacio en los suplementos literarios. Le suelen despachar con
unas cuantas líneas. Sharpe dice que en Gran Bretaña sucede algo parecido. "Los críticos de allí me desprecian. Devoran mis novelas con el sano placer de destrozarlas. Yo agradezco el esfuerzo y les invito a tomar una ginebra en mi compañía, porque
cuanto más empeño ponen en su cometido más libros vendo".
-¿Es verdad que su mujer es el crítico en quien más confía?
Le doy a leer los folios a medida que los escribo. Si sonríe sé que mis lectores se van a desternillar. Si no, le pego con una zapatilla. Mi mujer siempre termina sonriendo. Por eso soy tan buen escritor. Aunque mejores son mis traductores. Por los comentarios que oigo, me consta que las traducciones extranjeras superan mis originales. ¿No es maravilloso?
-Lo es.
-Es más difícil traducir que escribir. La prueba la tiene en la poesía. ¿Cómo traducir a Yeats? Una de las causas por las que
Yeats es el mejor poeta en lengua inglesa es porque no se puede traducir. Pero la narrativa es ota cosa. Y la comedia, que es lo que yo hago, encierra poca dificultad. Se puede traducir y se debe mejorar.

En una de las columnas de libros diviso tres novelas de Agatha Christie. Le pregunto que le parece esta escritora. Me respon-
de que nunca ha leído una novela suya. Comienzo a sospechar que Tom Sharpe se está enfrentando a la conversación con
cierta coña marinera. Anoto mis sospechas en un papel. Sharpe se levanta con rapidez a ver qué he escrito. Como no sabe
castellano se vuelve a sentar. "¿Qué se puede esperar de los escritores y de los periodistas?", rumia en voz baja, como musitando. Enciende un puro y redondea la frase: "Siempre hay que esperar lo peor...Por curiosidad, ¿qué ha escrito en esa hoja?".Alza una ceja. No respondo. Alza las dos cejas y espera la siguiente pregunta.

-En su última novela, Lo peor de cada casa , hace una crítica lacerante de los yuppies ingleses y del régimen de
Margaret Thatcher. ¿Tan malo fue para su país el thatcherismo?
-No pudo ser más nefasto. Supuso un paso atrás en el desarrollo social. Creó una desigualdad de clases realmente indignante. Por un lado surgió esa casta de estúpidos aventajados, los yuppies, y por otro ensanchó la población de los desfavorecidos. Era partidaria del éxito individual, del triunfo de la persona, pero en cualquier colectivo hay ciudadanos con menos capacidades y oportunidades que los demás. ¿Qué hay que hacer con ellos? ¿Apartarlos? ¿Humillarlos? Ella lo creyó conveniente y por eso me parece un ser despreciable.
-Timothy Bright, el protagonista de Lo peor de cada casa, es un yuppie estúpido, pero se hace rico.
-La riqueza y la inteligencia no siempre van parejas. Con el régimen de Margaret Thatcher sucedió casi lo contrario. Eso es lo
que he querido reflejar en la novela: Bright es un zombi, producto de una sociedad esquizofrénica que lo encumbra. Cada modelo social, y cada Gobierno, tienen lo que se merecen.
-¿No hubo nada positivo en el régimen de la señora Thatcher?
-Tenía el poder, pero en sus manos era peor que tener una bomba. Ya le digo que fue nefasto. Y en todos los aspectos. Gran
Bretaña, a lo largo de la historia, ha sido un ejemplo de libertad y tolerancia. Ella organizó un aparato represivo que no conocía este pueblo desde hace siglos. El colmo fue lo que ocurrió en Gibraltar. Los militares asesinaron a tres terroristas irlandeses.No llevaban armas. Aún así los liquidaron a sangre fría. Menos mal que esta señora ha desaparecido de la escena política. Su forma de actuar empezaba a recordar a El Salvador y a la Argentina de hace unos años. Si sigue más tiempo en el poder, no sé, a lo mejor hubiera estallado la revolución.
-¿Por qué no la ha retratado en Lo peor de cada casa?
-No es una persona novelable. Yo hago comedia, pero no puedo permitirme la frivolidad de reirme del sida ni de actuaciones
criminales. Y Margaret Thatcher es como el sida: un ser luctuoso. Si llega a vivir Shakespeare, es posible que a él si le hubiese
inspirado.
-Podría haberlo hecho de una forma sarcástica.
-¿Dónde encuentra usted la comicidad o el sarcasmo en lo que estoy contando?

Sharpe ha cambiado de tono. No bromea. Oyéndole hablar de la ex-primer ministro del Gobierno británico, a uno se le viene a la cabeza la imagen de Satanás con el tridente. "Lo peor que le puede ocurrir a una persona -concluye el escritor- es llamarse Margaret Thatcher".
-¿La corrupción en su país es comparable a lo que ha sucedido en España?
- La corrupción es endémica. No es un brote esporádico que afecte a unos países y sobrevuele por otros. Pero lo que me preocupa no es la corrupción en sí, sino que sea un hecho socilmente aceptado. El ejemplo más palpable lo tenemos en las últimas elecciones celebradas en su país. El pueblo no sancionó al gobierno de Felipe González. Obtuvo muchos votos. Demasiados. Lo que significa que en la escala de valores de los ciudadanos -y no sólo de los españoles- ganar dinero con trampas es un pecado que se perdona. Cuando era joven, si alguien hacía un desfalco en Inglaterra quedaba marcado para toda la vida. Ahora no. Se toma como una debilidad, como una flaqueza más de la carne.
-¿Qué le pareció el triunfo del Partido Popular?
-No conozco ese partido.En realidad no conozco España.Tampoco conozco Cataluña. Ni siquiera conozco el hotel donde vivo. Se lo dije antes: si en algo valoro el dinero es porque me permite estar despistado todo el día.
-Ha dicho que nunca escribirá libros de viajes ni tampoco sobre España. ¿Eso es porque "no ve"?
-En efecto. Prestar atención a la actualidad es un asunto de políticos. Yo no tengo tiempo.
-¿Ni siquiera lee el periódico?
-Nunca.
-¿Tampoco ve la televisión?
-Sí, a veces veo ...(dice algo extraño, en clave de jerga, que el políglota José Aguilar interpreta como la carta de ajuste).
-Está usted muy loco.
-¿Loco?...¿Por qué?..Tengo un amigo en Inglaterra que lee cuatro periódicos,escucha la radio, ve todos los noticiarios de televisión. Al final del día hablo con él y compruebo que no se ha enterado de nada.
-¿Se puede prescindir de la actualidad?
-Una cosa es enterarse de lo que ocurre y otra saber lo que ocurre. El amigo que le digo puede contarme con pelos y señales
los acontecimientos del día, pero no tiene ninguna visión personal. No sabe de nada. Es una persona irritantemente inculta.
-¿Una especie de zombi, como Timothy Bright?
-Parecido. Personas que reciben estímulos y no los asimilan.
-¿No se cansa de ser tan ingenioso?
-Todos los días, pero hay otra persona que se cansa más que yo: mi mujer. Lo que ocurre es que no lo exterioriza. Es una persona extremadamente correcta. Más tarde, si lo desea, se la presento.

Thomas Ridley Sharpe, "el novelista más divertido de nuestros días", en opinión del diario The Times, nació en 1928 y se educó en Cambridge.En 1951 se trasladó a Suráfrica hasta que fue deportado por "actividades antigubernamentales". Su etapa surafricana quedó reflejada en Reunión tumultuosa(1971), su primera novela. En ella una mujer blanca, de recia estirpe británica asesina a un cocinero negro. El Gobierno intenta tapar el asesinato atribuyendo el crimen a otra persona de menor alcurnia. La búsqueda de esa persona desencadenará una serie de situaciones burlescas. Pero el éxito no llegaría hasta la aparición de Wilt (1976), personaje obstinado en matar a su mujer y que utilizó en otras obras. También podriamos mencionar El temible Blott. La versión televisiva en Gran Bretaña reunió en la pantalla la cantidad récord de más de once millones de telespectadores.

-¿Cómo son los días de Tom Sharpe en Llafranc?
-Monótonos y rutinarios: me levanto pronto, doy un paseo, escribo, tomo el aperitivo, como, duermo la siesta, vuelvo a escribir, doy otro paseo, hablo con personas normales, nunca con escritores o periodistas, ceno y me voy a dormir.
-¿Y su mujer?
-Me vigila.
-¿Qué haría usted sin su mujer?
El escritor me mira complaciente.
-A lo mejor se moriría-sonrío.
-A lo mejor... Por cierto, ¿no me ha preguntado que tomo de aperitivo?
-¿Qué toma usted de aperitivo?
-Una ginebra que fabrican en Menorca. La mejor ginebra que se destila en el mundo. La elaboran de la misma forma que en el  siglo XVIII, cuando la llevaron a esta isla los ingleses. Hay que tomarla con una rodaja de limón.- Sharpe, al finalizar la entrevista, se empeñó en invitarnos a un trago de esta ginebra en el bar del hotel. El camarero nos advirtió que si no la elogiábamos el escritor no nos volvería a hablar.
-¿Por qué los críticos valoran tan poco el humor?
-Porque no se pueden lucir. De los problemas y tragedias humanas cada cual tiene su opinión, pero ¿qué se puede decir del humor? Si lo explicas lo estropeas. Los críticos lo saben y evitan teorizar. Haga la prueba: cuente un chiste y luego intente explicarlo. Resultaría ridículo.
-¿Qué humoristas le gustan?
-La gente de la calle. Sus comportamientos, a poco que indagues suelen ser de lo más disparatados.
-¿El mundo es un disparate?
-(Se queda pensando). Creo que sí... Si no lo fuera me hubiera muerto de hambre.
-Entre los escritores, ¿quiénes son sus preferidos?
-Conrad es de los que más me interesa. Seguramente porque es opuesto a mi.
-¿Agatha Christie?
-Es la segunda vez que me lo pregunta esta mañana. En este tiempo no me ha dado tiempo a leerla.
-¿La monarquía británica se irá a pique en los próximos años?
-Espero que sobreviva. Soy partidario de respetar la historia y las tradiciones civilizadas.
-En una ocasión dijo que Lady Di y el principe Carlos eran dos tontos en apuros.
-¿Deberas lo dije?
-Está en letras de molde.
-Hoy no lo digo. Hoy opino que es peligrosa porque es lista. Él es un principe que tiene que saber desempeñar su papel. Con eso sería suficiente.
-¿Qué tal su apetito?¿Le gusta la comida catalana?
-Aquí suelo comer muchas alubias. El año pasado me hice unos análisis depués de mi estancia en Llafranc. El médico me encontró más entero que nunca y me preguntó por la alimentación que había llevado. Le dije que en España me atiborraba a alubias. Se quedó asombrado, pero me aconsejó que las siguiese tomando.
-¿Ha asistido a alguna corrida de toros?
-Las cornadas deben ser entre iguales. El refinamiento, con sangre por medio, no me produce ningún placer.
-Hay maldades muy refinadas que se producen sin ningún derramamiento de sangre.
-Sí. Y esas me interesan todas.
-Cuando regrese a su país, dentro de unos días,¿qué es lo que más echará de menos de España?
-La alegría. La alegría y la siesta son los mejores inventos de los españoles. Pero no lo propague usted  mucho, no sea que se enteren los ingleses. Aunque da igual. Los ingleses nunca se enteran de nada.

Intento hacerle alguna pregunta más, pero Sharpe me comunica que ya hemos hablado suficiente y que me calle. En esos momentos entra su mujer por la puerta. El escritor le dice que ahora mismo vuelve, que se va un momento con estos dos entrometidos (por nosotros) a tomar una ginebra. "¿Sabes? -mira a su esposa- no concen la ginebra de Menorca. Claro, ¿qué se puede esperar de dos periodistas?". Seguidamente nos arropa con su desgalichada humanidad y nos indica la dirección del bar.
 



TOM SHARPE. UN DIABLO TRAS LA OREJA.(ADAPTACIÓN)
TEXTO: SOLEDAD ALAMEDA /EL PAÍS, 14 DE JULIO DE 1991.

"Wilt me gusta porque es alguien que hace ya algunos años que renunció a la visión romántica de la vida, que ha aprendido que hay que sobrevivir haciendo cosas que a menudo no nos gustan". Tom Sharpe, que habla así de su personaje literario preferido suscribiría estas palabras para sí mismo. "Wilt soy yo", ha dicho en otro momento. Es un hombre muy alto, muy blanco, muy sonriente. Está contento de su trabajo, "con el que me gano el pan", porque para él la literatura es eso: un trabajo que hay que realizar con sensatez, con horario y tratando de escribir aquello que el lector pide. Porque de otro modo nadie va a comprarse un libro, y si eso no se logra el escritor ha fracasado.
-Está en nuestro país para promocionar su obra literaria. ¿Hasta qué punto un autor que ha vendido más de seis millones de dólares en libros necesita someterse a este ritual de dejarse entrevistar?
-La cifra está equivocada, he vendido cerca de once millones de dólares en libros.
-Perdone, pero con más razón puede evitarse las promociones.
-No me molesta, incluso me divierte hacer entrevistas. Es cierto. Tengo una vida muy tranquila, pero venir aquí es agradable. Los periodistas de su país hacen las preguntas con interés. Y yo estoy acostumbrado a los británicos, que llegan con el magnetófono enchufado y mientras hablan contigo miran el reloj muchas veces.
-¿No se cosidera bien tratado por la prensa británica?
-La prensa británica está en manos de perros de presa, como Maxwell y Murdoch. Durante una época The Times se convirtió en el organo de las necesidades de Murdoch; son señores que no tienen mucho interés en las noticias, lo tienen en los beneficios. Cuando me entrevistan periodistas españoles tengo la impresión de que conocen mis libros, de que les interesan.
-De una manera o de otra, usted acaba hablando de Suráfrica; es uno de sus temas preferidos. ¿Cree que, abolido
el apartheid, y mientras la nueva situación legal se abre camino en la vida cotidiana, las luchas tribales impedirán
la normalización?
-Todos los países de Africa son artificiales, no existían antes del colonialismo. Esto crispa la situación, porque existen todavía las viejas disputas, las rivalidades de tribu. La única salida es una solución federal, del mimo tipo que hace falta en Europa.
-¿De dónde procede su gran interés por Suráfrica?
-En 1864, mi abuelo, que era carpintero, emigró a Austalia, donde prosperó en la construcción de Melbourne. Cuando llegó
la quiebra de los bancos se trasladó a Johanesburgo, donde se vivía la fiebre del oro. Fue uno de los primeros constructores de la ciudad. Allí se conocieron mis padres y allí estuve yo hasta los seis años.
-Yo había pensado que tal vez existía alguna relación entre su estancia en Africa trabajando con los más pobres, y
el hecho de que su padre fuera nazi, racista. Como si se debiera a un deseo de enfrentamiento con su padre, o algo así.
- No. Mi padre había muerto ya, y más que nada fue un nazi excéntrico. Él estuvo en Suráfrica como pastor cuando tenía 38
años, después de la muerte de su primera mujer, y en ese tiempo incluso asistía a una escuela que impartía las enseñanzas de
Gandhi. Luego sus ideas se fueron transformando de una determinada manera, algo rara. Sus ideas, de un cierto socialismo,
fueron distorsionadas por los sucesos que veía. La revolución rusa, por ejemplo, le dejó sin salida. ¿Qué hacer? Él tenía unas
ideas platónicas, románticas.
-He leído en alguna parte que usted a los quince años quería ser de las SS.
-Sí, es cierto; y también sabía disparar porque mi padre me regaló una pistola. Pero cuando tenía diecisiete años salieron unos documentos sobre el hallazgo de los aliados en algunos campos de concentración. Para mí supuso un verdadero choque. Tenía pesadillas todas las noches; duró un tiempo y creo sinceramente que nunca he logrado sobreponerme del todo a aquello. Me parece que la mejor manera de explicar su enormidad es que lo compare con la impresión que puede sufrir un cristiano que en un momento descubre, más allá de cualquier sombra de duda, que el mismo Cristo es el diablo. Me siento muy orgulloso de
haber sobrevivido a aquella crisis.
-Acabó escribiendo un libro, El bastardo recalcitrante, inspirado en su propio padre. He leído que antes de escribirlo usted comentaba que no debía ser humorístico, pero al final sí lo fue.
-El punto de partida no era mi padre; era un héroe suyo. Pero cuando avancé un poco,mi propio padre se apoderó de la historia, fue echando a su héroe y colocándose en su lugar. Y es humorístico, una vez más, porque ésa es la manera que tengo de escribir, la manera que me ha elegido. Yo hubiera escogido una literatura llena de simbolismo, de significados trascendentes, pero uno no elige estas cosas.
-El humor elige a Sharpe. ¿Se considera usted un típico escritor de humor británico?
-Hay un contraste entre estilo y contenido. Sucede sobretodo en las primeras novelas, donde empleaba un estilo más bien británico, pero chapado a la antigua. Es decir, para explicar cosas más bien sencillas utilizaba un estilo muy ornamental.
-Alguien que conoce bien su obra me decía que sus novelas tienen la estructura de una obra teatral: planteamiento, nudo y desenlace.
-Es una forma tradicional de escribir. En ese sentido no reclamo ninguna originalidad. Creo que es un estilo que hace más facil
mantener la atención del lector.
-Su sentido del humor, ¿hasta que punto es debido a esa adolescencia tan torturada que tuvo, a la necesidad de superarla?
-No sabría que decirle porque yo no entiendo el humor. Sé lo que hace reir pero nunca he entendido porque se produce la risa.
-¿Usted cree que el humor es diferente en cada país o que todo el mundo se ríe por lo mismo?
-Creo que hay un humor inglés, y ustedes también tienen un humor especial. Me llamó la atención que cuando, grabando un
programa en televisión, me dio un infarto lo que de verdad les horrorizaba a los españoles era que yo bromeara sobre la posibilidad de morirme. Bromear sobre la propia muerte es bueno, aunque es una idea que me horroriza, la muerte.
-En sus libros ataca instituciones, grupos sociales, gente corriente...
-Las instituciones están fastidiadas, porque la gente está, como dicen ustedes, jodida.
-¿Cree que al lector le gusta que le critiquen, verse ridiculizado?
-No, nunca he conocido a nadie que confiese esa afición a ser criticado, y yo personalmente odio que me critiquen, sinceramente.
-La gente entonces, cuando lee sobre personajes que pueden ser como ellos y que son ridiculizados, ¿no se reconocen?
-Hay un personaje en Wilt que es idéntico a un hombre que conozco, que está vivo y es un gran admirador de mis libros. Bueno, pues todo el mundo sabe que ese del libro es él, menos él mismo.
-Antes hablaba de la muerte y el horror que le produce. ¿A un escritor como usted le consuela la idea de sobrevivir en la literatura?
-En absoluto. Sería como pasarse la vida cargando con la lápida de la propia tumba. Ésa es una de las grandes fantasías que
existen, un autoengaño total.
 



TOM SHARPE: UN INGLÉS BURLÓN.
TEXTO: IGNACIO CARRIÓN/ EL PAÍS, 2 DE JUNIO DE 1996.

Su estudio está lleno de ordenadores de la última generación, pero Tom Sharpe sigue escribiendo en una vieja Adler, modelo extinto del que tiene tres más, de repuesto y sin estrenar, porque es un autor prolífico cuyo humor no se agota. Vive a caballo entre dos pueblos: Great Shelford, en el condado inglés de Cambridge, y Llafranc en la Costa Brava española. Le encanta el buen vino, el tabaco cubano y dormir la siesta en el suelo. Su mente es tan joven que a nadie le importa adivinar su edad.
-Me intriga saber qué piensa del ser humano un humorista maduro como usted.
-Creo que el ser humano es una criatura muy peligrosa. Sobre todo si está asustada. Y todavía más si no sabe que está asustada.
-¿Está usted asustado?
-Ahora no.
-¿Y qué siente como ser humano?
-Lo que debe sentir una rata que, haga lo que haga desde el momento de nacer, va abocada al cepo.
-Buena frase.
-Es de mi hermanastra. Ella sintió eso, que era como una rata atrapada en el cepo, cuando tenía ocho años. Me lo dijo el otro día. Ahora ya ha cumplido los 82. Y eso, que el ser humano sea como una rata, no da ninguna risa.
-Sobretodo cuando se acerca uno al cepo. ¿Le tiene usted miedo a ese cepo?
-La idea de morir me aterra.
-¿Lo dice en serio?
-Completamente en serio. No pasa un día sin que piense en ese momento. Sin que la idea de la muerte me venga más de una vez a la cabeza.
-A lo mejor ésa es una de las razones por las que usted es un maestro del humor negro.
-La gente cree que uno escribe, o produce cierta clase de arte, para crear orden. Para imponer orden en el caos. Supongo que yo no soy una excepción. Pero no lo consigo. Lo que yo creo en mis libros es desorden. Llego a un punto de irracionalidad absoluta a partir de una lógica inicial. En mi interior estoy lleno de digresiones. De dudas. Empiezo con una idea. Un personaje. Una situación. Y me pongo a escribir sin saber donde voy a acabar. Nunca sé de antemano donde va a llevarme ese personaje.
-¿Le cierra el paso para impedir que le arrastre como una rata al cepo?
-A veces me lleva al precipicio.
-¿Y qué comtempla desde allí? ¿La felicidad del mundo y de la gente?
-La felicidad no existe. Es una ilusión.
-Me sorprende que diga usted eso. Y sobre todo que me lo diga riendose a carcajadas. ¿No es usted feliz?
-Sí, ahora soy feliz. Por eso puedo decirle que la felicidad es sólo una ilusión.
-¿A qué tipo de felicidad se refiere? Porque al menos algún tipo de felicidad sí que existe. ¿O no?
-Para mí la felicidad es una buena cena y una buena conversación con media docena de amigos.
-¿Y no hay otra cosa digna de mencionarse en la ruta del cepo?
-No, ya es bastante. Soy un escéptico. Lo único razonable que uno puede ser en este mundo después de haber sido educado en la religión cristiana.
-He leído que usted padece alguna fobia. ¿Cómo las maneja?
-No puedo ir a las iglesias, sobretodo cuando hay funerales y actos especialmente ceremoniosos, porque me entran unas ganas irrepremibles de hacer algo ofensivo. Y temo hacerlo, de verdad.
-¿Qué querría hacer?
-Pues pegar un grito. Pero un grito bestial en el momento álgido de la ceremonia. Ponerme a gritar. Por eso tampoco me atrevo a ir a los conciertos.
-¿Y el vértigo a la altura?¿Lo ha vencido ya?
-No. Eso sigue. Me da mucho miedo subir a un edificio alto. En los hoteles pido habitación lo más cerca posible de tierra firme. He ido al psiquiatra, pero no hemos adelantado gran cosa.
-¿No tendrá miedo a suicidarse?A ver si es solamente eso y lo ha enmascarado con lo del vértigo.
-No sé. Quién sabe. Hubo un tiempo en que anotaba todos mis sueños. Porque yo sueño muchísimo. Ahora me he cansado. Duermo. Sueño. Paso mis altibajos emocionales. Y sigo viviendo.
-Sin embargo, usted no da la imagen de un ser atormentado. Usted se ríe. Bebe buen vino. Goza de la vida. Fuma puros habanos. Y hace reir a otros con sus novelas. Incluso conversando. Usted no es un escritor al estilo de Thomas Bernhard, por citar un caso. El escritor que saca un poco la cabeza y al momento se hunde.
-No, no. Eso no. Además me gasto un dineral en vino y en cigarros. Vino bueno y la mejor clase de habanos. ¿Le apetece uno?
-No, muchas gracias. ¿Qué le produce optimismo?¿El vino?¿La literatura?¿El éxito?¿Todo eso junto?
-En realidad lo único que me da cierto optimismo es el convencimiento de que el mal es algo estúpido. Que la gente perversa es estúpida. Y que los perversos se destruyen antes o después.
-Y la gente que no es perversa, ¿qué hace?¿esperar a que los perversos se destruyan a sí mismos?
-Pues mire, ¿ve usted esta botella de Paternina del año 1928?
-Interesante botella. Por mí no la descorche, por favor.
-No, no voy a abrirla. ¿Quiere saber por qué la tengo aquí?
-Diga, diga.
-Hace poco, estando yo en Tenerife, se me acercó un desconocido y me dijo:"Señor Sharpe, usted me hace reir muchísimo, con sus libros me lo paso en grande, ¡tome esta botella de Rioja embotellada en el mismo año que usted vino al mundo!". Y se dio media vuelta y desapareció.
-Así deberían ser todos los admiradores, y no como la mayoría que sólo dan las gracias por el autógrafo.
-Desde luego. He sacado la botella para que vea que los que no son perversos hacen estas cosas. Y me encantaría que usted incluyera esta anécdota en la entrevista para que el lector sepa que su detalle generoso me llegó al alma.
-Prometido. Pero ahora cuénteme algo excéntrico que haga usted.
-No sé que decirte, como no sea que me gusta dormir la siesta en el suelo. No estoy seguro de que sea una excentricidad, pero me sienta estupendamente. Es una vieja costumbre. Si hace frío me echo una manta por encima.
-¿Qué hace un día en su vida de escritor normal en un reino absolutamente normal como es, de momento, el Reino Unido?
-Me levanto a las ocho y treinta. Doy un largo paseo de una milla. Desayuno. Y a continuación...
-Un momento, ¿qué desayuna?¿por casualidad papillas?
-Sí, señor. Me tomo un buen plato de porridge. Soy diabético. Y a eso de las nueve subo a mi estudio, que ahora le enseñaré para que vea en el desorden que lo tengo, y me siento a escribir con mi máquina antigua de la marca Adler. Sólo utilizo el ordenador para corregir cuando mi hija pasa al disco el original que yo escribo con la máquina. Y luego, a las doce y media, bajo a comer con Nancy, mi mujer. Alimentamos convenientemente a los cuatro gatos y al perro. Acto seguido, ya sabe, me tumbo en el suelo y duermo la siesta. Cuando me despierto, me siento en mi estudio y escribo hasta que me canso. O bien leo.
-¿Escribe en silencio?
-Depende. Muy a menudo pongo música. La música permite percibir el silencio del ruido.
-Ya entiendo. ¿Y ha pedido usted consejo a otros escritores alguna vez?
-Yo no soy Dostoyevski. Ni Tolstoi. No era necesario. En mi propio país no me toman en serio. Dicen que no soy un escritor sutil. Tengo fama de elemental. Los críticos repiten que mi humor es demasiado vulgar. Muy crudo. O sea, que no me ando por las ramas. Mientras que en España, en Alemania, en otros países, menos en Estados Unidos, tengo mucho más éxito que en Gran Bretaña. Entienden y aceptan mucho mejor mis libros. Les divierten mis libros.
-Bueno, todo llegará. En cuanto usted se muera, y no deseo ese desenlace, subirá en la estimación de los críticos. Entonces dirán que algunas de sus novelas merecen ser leídas.
-A lo mejor es así. Tampoco me preocupa demasiado.
-Y usted, como hombre, ¿como se considera?¿un tipo valiente, cobarde, déspota, voluble?
-Soy cobarde. Un cobarde serio. Soy seriamente un cobarde.
-¿Le gustaría no serlo?
-No creo. Una cosa que me gusta es oír marchas militares para sentir lo peligroso que es el poder. Lo peligrosos que son los héroes. Y sus medallas. Si no le importa voy a poner esa música.
-No, en absoluto. ¿Es nazi o algo por el estilo esta marcha?
-Oiga, oiga,...Pum, pum, pum...Los tambores...¿no siente el horror del poder y de la  fuerza bruta en cada golpe de tambor?
-Sí, señor Sharpe, sí.
-Es tremendo.Tremendo.
-Dígame una cosa. A sus espaldas estoy viendo la biografía de Franco escrita por Preston. Un gran libro. ¿Qué juicio le merece Franco?
-Era mezquino incluso con su familia. Muy mezquino.
-¿Piensa usted escribir sus memorias como acostumbra la mayoría de los escritores británicos?
-No. No tengo esa intención.
-¿Por qué?
-Las memorias son la cosa más aburrida que existe. Yo soy un escritor burlesco. Es el término que mejor se ajusta al tipo de escritor que soy yo. Y a la obra que produzco. Pero aunque no vaya a escribir mis memorias tomo notas de cuando en cuando. No las releo nunca. Escribo sobre el mundo que está fuera de mí. No me rerfiero a mi mundo interior, a mi intimidad.
Empecé escribiendo obras de teatro muy serias. Por lo menos pretendían serlo. Y no tuve ningún éxito. Hasta que de pronto descubrí mi vena burlesca. Y eso fue una liberación. La descubrí en Suráfrica casi por casualidad.
-¿Echa de menos no ser un escritor de los considerados serios?
-Siempre estoy tentado de escribir libros amables y al mismo tiempo serios. Pero fracaso. Cuando me doy cuenta ya estoy metido en un mundo lunático. Y la verdad es que ese mundo lunático es muy divertido.
-¿Le parece lunático el mundo de Carlos y Diana?¿No le tienta una novela de esa pareja?
-Sí, sí. Pero la ley de libelo en Gran Bretaña es feroz y ridícula. Es muy absurda.
-Es una forma de censura...
-Sí, es censura. Si usted le pone un nombre inventado a un personaje, el nombre más inocente que se le ocurra, mister Gasfire, por ejemplo, y hay un individuo que se llama así y ese individuo ve la forma de sacar dinero, le demandará. Exigirá una indemnización. Muchas veces hay que pagar. A mí me ha ocurrido.
-¿Qué puede decirme de su última novela que se ha publicado en España, Lo peor de cada casa?
-Que me ha costado mucho esfuerzo, la verdad. Como le decía, siempre tengo la pretensión de hacer un libro serio. Y no hay forma. Por ese camino voy al desastre. Y entonces el libro da un giro y se vuelve cachondo. Ese giro no es brusco. Casi va contra mi intención. Intento frenarlo. Controlarlo. Es un giro pausado. Y de ahí viene mi dificultad.
-Bueno, la dificultad y también el acierto.
-¿Cree usted que acierto?
-Lo creen miles y miles de lectores suyos en toda Europa, sí.
-Me anima eso.
-¿Y qué es lo último que está escribiendo?
-Una novela sobre un pastor protestante que, a través de unos diarios, descubre que su familia es un fraude tan grande como él. Estoy empezando, y no tengo ni idea de lo que va a ocurrir.

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