La curiosidad fue más fuerte que la prudencia, así que decidí clicar sobre su cara. El navegador me redirigió a un chat.
-Hola.
-Hola.
-¿Cómo te llamas?
-Alberto -mentí- ¿y tú?
-Marta. ¿A qué te dedicas?
-Soy fontanero -volví a mentir-. ¿y tú?
-Ejecutiva.
A estas alturas de la conversación estaba claro que era ella.
-¿Y que hace una ejecutiva en una chat de contactos? -inquirí.
-Busco una conversación. Me siento sola.
Marta me contó lo mal que lo estaba pasando. Me contó que desde hacía un tiempo estaba descolocada. Que nada de lo que hacía le llenaba y que ningún hombre le ofrecía lo que ella buscaba en una relación. Entonces me reveló que cuando estaba en la facultad había conocido a un chico con el que disfrutó mucho, pero al que trató como a un juguete. “¿Cómo se llama?”, pregunté, y ella escribió mi nombre. Le ofrecí consuelo y quedamos para hablar al día siguiente.