El Dominical no.236, suplemento de El Nacional.La publicación de Las puertas de la percepción (1954) y Cielo e infierno (1956) le valió a Aldous Huxley un cierto prestigio como guru de la droga. Sin embargo, sus inquietudes al respecto de la importancia de las drogas en las manifestaciones religiosas y culturales de la humanidad, ya venían perfilándose con anterioridad. En 1931, un año antes de lanzar Un mundo feliz, publicó un pequeño ensayo llamado "En busca de un nuevo placer".
En él, llegaba a la conclusión de que la diversión y por extensión el tedio del hombre moderno eran básicamente los mismos que los que habían experimentado los antiguos griegos y romanos. Ya desde entonces, para minimizar los contradictorios vacíos de la dinámica diversión-tedio, Huxley soñaba con una droga que transfigurara al mundo y lograra que al despertar tuviéramos la cabeza ligera y el físico ileso.
El asunto ofrecía amplias perspectivas si se le abordaba sistemáticamente. Pero mientras él escribía este ensayo en el que se proponía un "imaginario producto sintético que haría felices y dóciles a las generaciones futuras", el doctor Irvine Page, afamado bioquímico norteamericano, se preparaba para regresar a Alemania: después de haber estudiado en aquél país durante tres años la química del cerebro, no había podido obtener empleo en su patria.
Huxley señalaría más tarde esta coincidencia en Brave New World Revisited (1958) y se uniría a la sorpresa del doctor Page, quien desconcertado reflexionaba: "Es difícil comprender por qué necesitaron tanto tiempo los hombres de ciencia para dedicarse a la investigación de las reacciones químicas en sus propios cerebros".
Sin embargo, lo que no es difícil entender en este contexto es por qué el tema de la droga aparecería con tanta importancia en Un mundo feliz, al año siguiente. Uno de los pilares de la sociedad descrita en esta novela, famosa por sus niños de probeta perfectamente acondicionados y estratificados socialmente, era el uso del soma, la droga ideal. Nadie consumía tabaco, alcohol, heroína, cocaína o cualquier otra droga imperfecta.
La ciencia había conseguido fabricar un compuesto en tabletas que se ingería diaria y reglamentariamente por las clases bajas y trabajadoras (gamas, deltas y epsilones) mientras que las clases altas y dirigentes (alfas y betas) la usaban a discreción en momentos de depresión o apocamiento. "Eufórica, narcótica, agradablemente alucinante" no producía secuelas incómodas o destructoras. Sin embargo, no se trataba de un vicio privado sino de toda una institución política que prevenía contra la inadaptación personal, la inquietud social y la difusión de las ideas subversivas. Invirtiendo la frase de Marx, "la religión es el opio del pueblo", Huxley llegó a decir más tarde que en Un mundo feliz "el soma es la religión del pueblo".
En los últimos capítulos de la novela, "Su Fordería Mustafa Mond", uno de los "world-controllers" de ese universo subrepticiamente totalitario, explica al sorprendido Salvaje que el soma es "cristianismo sin lágrimas", un dispositivo de seguridad que, en una sociedad que satisface inmediatamente todos los deseos, y en la que no se desea lo que no se debe desear, sirve para calmar las eventuales cóleras y reconciliarse con el prójimo. Mustafa Mond define así la felicidad:
La gentes son felices; tienen cuanto desean, y no desean nunca lo que no pueden tener. Están a gusto; están seguras; nunca están enfermas; no tienen miedo de la muerte; viven en una bendita ignorancia de la pasión y la vejez ¡no están cargados de padres ni madres; no tienen esposas, ni amantes que les causen emociones violentas; están acondicionados de tal suerte que, prácticamente, no pueden dejar de comportarse como deben. Y si cualquier cosa no anda bien, ahí está el soma
Se trata de un sucedáneo de la religión, como la entendían las sociedades "antiguas", pues habiendo alcanzado la juventud y la fortuna sostenidas, no había necesidad de algo inmutable que sirviera de consuelo. El mismo orden social ya ha alcanzado la estabilidad. El paraíso artificial, la utopiácea, había sido alcanzada.
Para los habitantes de Un mundo feliz, ya había sido resuelto el problema de qué colocar en el lugar de Dios después de que Nietzsche lo había declarado "oficialmente muerto". Todo, sin cataclismos, angustias ni apocalípsis. Mustafa Mond explica muy sobriamente que la gente cree en Dios si ha sido acondicionada para creer en Dios. En una sociedad que ha eliminado el sufrimiento en todos sus aspectos, no hay necesidad de ese consuelo al que acudían principalmente los viejos o los enfermos. Dicho acondicionamiento ha sido eliminado por inútil. Cuando el Salvaje protesta diciendo que es natural creer en Dios y pregunta si realmente Mustafa Mond no cree en Dios, recibe la siguiente respuesta: "No; creo que muy probablemente lo hay [...] Pero se manifiesta de diversas maneras a los diversos hombres [...] Ahora... [...] se manifiesta como una ausencia; como si no existiese en absoluto". En estas palabras se percibe que la sociedad de Un mundo feliz había dejado de interesarse en este tipo de problemas. El culto a Ford (y a Freud también) es un culto a la sociedad, a la estabilidad alcanzada, una suerte, diría, de ultrapositivismo hiperpragmático. Las ceremonias religiosas son realmente éxtasis grupales en los que se cumple la misión de mantener la cohesión social en un rito que impide la peligrosa soledad. En esa sociedad, cualquier especulación metafísica está prohibida.
Al respecto, hay que recordar que el abuelo de Aldous Huxley, el famoso Thomas Henry Huxley, naturalista y fisiólogo inglés discípulo de Darwin, había propuesto un tipo de comportamiento muy similar. Siguiendo las ideas del evolucionismo positivista, acuñó el termino agnosticismo en 1869. Al hacerlo, manifestaba su desconfianza en la resolución de problemas, sobre todo metafísicos y religiosos, a los que no pudieran aplicarse los métodos de la investigación científica. Para el abuelo Huxley, la materia, la fuerza, las leyes naturales, son nombres de estados de consciencia nuestros, reglas valederas sólo en la experiencia, sin que nada de todo esto lleve a una realidad trascendente divina. Huxley nieto retomó las ideas de su abuelo y las proyectó en la antiutopía de Un mundo feliz.
En ella criticó la sociedad de consumo (el american way of life), la publicidad y la manipulación, la instrumentalización empobrecedora de la ciencia, el totalitarismo (Mussolini y Stalin en el horizonte), y la eliminación del pensamiento metafísico. La solución que planteaba ante los problemas demográficos y ante la guerra, el hambre y la miseria, ya experimentados en la Primera Guerra Mundial y amenazantes en el panorama de un ominoso segundo conflicto, es un callejón sin salida. La felicidad como satisfacción material inmediata de los deseos, como eliminación de toda carencia de este orden, es alcanzada a través del lema del Estado Mundial: "Comunidad, Identidad, Estabilidad". Su costo es el recorte de la cultura, de la libertad.
Un año después de la publicación de Un mundo feliz, la atención que Huxley mantenía sobre la influencia de la química del cuerpo en el estado de ánimo, las posibilidades crecientes de su manipulación científica, y sus alcances en la vida individual y social, produjo una anécdota curiosa. Al pasar por Chichicastenango, Guatemala, Huxley se sorprendió por la religiosidad sincrética de los indios del lugar alrededor de las dos iglesias del pueblo. En su diario de viaje, Beyond the Mexique Bay, nos dice que "no hay mejores católicos ni casi mejores paganos en todo Guatemala". Sin embargo, otro tipo de sincretismo lo esperaba en la casa de un indio.
En una habitación grande y limpia, que funcionaba también como cuartel de una de las múltiples cofradías religiosas del pueblo, se distribuían unos bancos junto a las paredes y en un extremo había un altar con una imagen moderna y barata. El cielo raso estaba festoneado por bandas de papel coloreado, dobladas y cortadas para formar "fantásticos" frisos con hombrecillos, pájaros y estrellas. Colgado en otro de los muros, había un calendario de obsequio de la casa farmacéutica Bayer. El diseño de éste era bastante común: arriba se mostraba una cromolitografía de la Santísima Trinidad rodeada por grupos de santos y acompañada de la inscripción "Gloria Patri, Filio et Espiritu Sancto"; en medio, un almanaque para 1933; y abajo, "una parrafada lírica sobre las virtudes de la aspirina combinada con la cafeína". Nada de esto nos sorprende sino la lectura que Huxley hace de las relaciones de contigüidad entre estos elementos: "Todo el asunto estaba perfectamente calculado para hacer creer a un indio que las píldoras estaban garantizadas de algún modo por Dios mismo y que junto con la Cafiaspirina trabaja un pedacito de sustancia divina". Un poco descabellado, si aplicamos el mismo razonamiento a otros muchos calendarios que se obsequian en el país, pero a final de cuentas perfectamente válido dentro de la "ingeniería" imaginativa de Huxley.
Para 1953, el campo de la investigación psicofarmacológica había crecido considerablemente. Después de 20 años, el panorama era muy distinto al que se había enfrentado el doctor Page, pues abundaban los estudios sobre la dinámica de enzimas y otras substancias que regulan el comportamiento del cerebro. El LSD-25 había sido descubierto accidentalmente en 1938 por Hofman en los laboratorios Sandoz en Basilea y comenzaba a sembrar gran entusiasmo por sus posibles aplicaciones psicoterapéuticas. Con él, se intentó curar a morfinómanos y alcohólicos, así como a neuróticos obsesivos y melancólicos y a otros pacientes con diversos padecimientos de la psique. En 1953, la psilocibina, proveniente del hongo sagrado Psilocybe Mexicana ingresó en el mundo occidental también sintetizada por Hofman. Años después, también fue aplicada para tratar casos de alcoholismo, por el doctor Timothy Leary, el mismo que en 1963 organizó la IFIF (International Federation for Internal Freedom), especie de clínica de LSD en la que se experimentaba, bajo observación científica, la "vida transpersonal". Con sede en un hotel de surfistas en Zihuatanejo, la clínica pronto tuvo que disolverse pues una mujer estadounidense, notablemente desequilibrada, después de ser rechazada por el grupo (al cual no había sido invitada), armó tal escándalo que los organizadores y participantes fueron expulsados del país.
La mescalina, procedente del peyotl mexicano, había sido aislada desde los años veintes y fue precisamente un estudioso de sus virtudes para el tratamiento de la esquizofrenia, el doctor Humphrey Osmond, quien invitó a Aldous Huxley a participar como conejillo de indias en un experimento. No lo tomaba por sorpresa, pues era el siguiente paso lógico en el camino que Huxley con tanto interés había ido recorriendo. Para entonces ya había recogido bastante material acerca de las diferentes experiencias visionarias y las maneras de llegar a ellas. Así, una "luminosa mañana de mayo" de 1953, Aldous Huxley ingirió cuatro décimas de gramo de mescalina disueltas en medio vaso de agua y se sentó a esperar los resultados.
En Las puertas de la percepción (1954) está narrado el periplo de Huxley. Nada del otro mundo, si se quiere encontrar en él, por ejemplo, el arrebato alucinante de un William Burroughs. Huxley posee principalmente un impulso ordenador, clasificador, científico, analítico. No se le puede pedir un "desorden de los sentidos" rimbaudiano. Esto no es una debilidad, un aspecto negativo. La tradición de la literatura inspirada en la droga que comenzó a principios del siglo pasado con Coleridge, De Quincey, y Wilkie Collins en Inglaterra y Poe en Norteamérica y que alrededor de 1840 se mudó a Francia con los haschichins --Gautier, Nerval, Baudelaire-- sufrió un importante cambio con la generación beat de Neal Cassady, maestro de Jack Kerouac, William Burroughs y Allen Ginsberg.
La droga había sido consumida hasta entonces como una experiencia personal, íntima, incluso secreta como en el caso de los grupos ocultistas en los que participaban hombres de la talla de W B Yeats y Aleister Crowley. La novedad de los años cincuenta y sesenta consistió en que la invitación al lector se hacía muy manifiesta. Esto sucedía de dos maneras. Una fue la de Ginsberg, Burroughs y Kerouac y gran parte de la generación de la psicodelia. Fue primordialmente acto de protesta, un acto político que invitaba a rechazar los horrores y defectos de nuestra civilización. Tenía todo el sabor romántico de los hippies. La otra fue la de Huxley, Leary y Alan Watts: una experiencia en que la mística y la ciencia se combinan. Huxley los precedió a ambos. Leary daba clases de psicología en Harvard en 1960 cuando, de vacaciones en Cuernavaca, comió las seis setas de "Carne de Dios" que cambiaron su vida. Alan Watts, famoso especialista en budismo y religiones orientales, se interesó en el LSD después de leer a Huxley, con quien entabló una amistad. Huxley, en contacto con las investigaciones que en el ramo realizaba el departamento de neuropsicología de la UCLA, lo recomendó con los doctores de esta universidad. Huxley decía: "El LSD y los hongos alucinógenos han de ser usados, me parece, en el contexto de una total lucidez, de modo que conduzcan a un esclarecimiento del mundo cotidiano, el cual se convierte en un mundo de maravilla y belleza y de divino misterio, cuando la experiencia es lo que siempre debiera ser". La droga utópica de Huxley vuelve a aparecer.
La experiencia de Huxley con la mescalina puede ser resumida en pocas palabras. El lugar y la distancia dejan de tener importancia. Se da una percepción en función de la "intensidad de existencia" o "ser-encia". Se produce una indiferencia completa por el tiempo o, lo que es lo mismo, un perpetuo presente. La contemplación que se alcanza es en un principio la de un esteta: las formas son las que sobresalen. El esteta contempla solamente las formas, elimina su dimensión utilitaria y el atractivo que su estructura y su funcionamiento tienen para el espíritu científico. Pero casi simultáneamente la visión del esteta es complementada por una experiencia sacramental de la realidad. Las impresiones visuales se intensifican muchísimo y "el ojo recobra esa inocencia perceptiva de la infancia, cuando el sentido no está inmediata y automáticamente subordinado al concepto".
Al final del ensayo, que contiene toda una serie de observaciones sobre pintura y cultura en general que es imposible tratar en este espacio, Huxley señala indirectamente uno de los problemas de la experiencia que nos narra: su traducción, su verbalización. Velada o inconscientemente invita a seguirlo pues denuncia una tiranía de la educación predominantemente verbal en la cual hay poco espacio y valor para las percepciones directas. Aboga por una combinación equilibrada pues, ya que es imposible prescindir ni como especie ni como individuos del razonamiento sistemático (el subrayado es mío), es sano mantenerse abierto al contacto directo. Se trata de defender una educación artística pues
El artista está congénitamente equipado para ver todo el tiempo lo que los demás vemos únicamente bajo la influencia de la mescalina. La percepción del artista no está limitada a lo que es biológica o socialmente útil. Se filtra hasta su conciencia, a través de la válvula reducidora del cerebro y del ego, algo del conocimiento perteneciente a la Inteligencia Libre.
Es curioso notar que la reconstrucción verbal y razonada de la experiencia en Huxley deja ver todo su espíritu científico y tecnológico. El esquema de la válvula reductora sirve como base de todo el ensayo.
Cielo e infierno (1956) es una continuación del ensayo anterior, sólo que sin la experiencia directa. Se trata de una extensión en que realiza un análisis antropológico-cultural de la experiencia mística. En su juventud, Huxley casi pierde la vista por una enfermedad de los ojos. La experiencia visual de la droga agudizó su sensibilidad hacia el papel de la visión en las experiencias religiosas y místicas. Así, recorre desde el brillo de los joyas religiosas, hasta el cine, pasando por los fuegos artificiales, la lámpara de Athanasius Kircher, la iluminación de gas y eléctrica de calles y teatros, etc. es el resultado de la "educación por las drogas". Nada de transcripciones tartamudeantes de viajes alucinantes. Eso lo deja para el lector y su propia intimidad.La afición científica que despertaron las drogas en la vida intelectual de Huxley nunca rebasó su flemático y cortés espíritu anglosajón, casado públicamente con la mesura y la contención. Sin embargo, un último deseo delata el otro lado, quizá el contrapeso. Cuando se encontraba en sus últimos días, el 22 de noviembre de 1963, Aldous Huxley le pidió a Laura Archera, su mujer, que le administrara una dosis de LSD. Laura le dio dos y Huxley murió bajo los efectos del alucinógeno, tal como lo hace Linda, la madre del Salvaje de Un mundo feliz, durante el tratamiento terminal a base de soma que se aplicaba en aquella sociedad. ¿Miedo a la muerte? ¿Derecho a no sufrir? ¿Amor a la experiencia con alucinógenos? ¿Curiosidad científica? ¿Realización de un sueño que había sido novelado? No lo podemos saber. Si Huxley aún viviera, por alguna maravilla parecida a las que describe en Un mundo feliz, habría celebrado su centésimo aniversario este año Si su lucidez continuara la misma, quizá nos iluminaría al respecto. Quizá también hubiera ampliado su último trabajo publicado, Literature and Science (1962) en el que, ya en una actitud no tan de apocalipsis tecnofóbica, pretende establecer una conciliación entre los dos mundos en que como anfibio vivió: la ciencia y el arte.