LA UTOPÍA TECNOLÓGICA Y LA MENTALIDAD TECNICISTA

Este problema del tecnocentrismo no es algo nuevo. En realidad empezó a gestarse de la mano de una cierta mentalidad que tuvo sus orígenes en el Renacimiento y alcanzó un claro perfil en la Ilustración. Habíamos dicho que la tecnología es tan antigua como el ser humano mismo, lo que es una manera de decir que el hombre siempre ha producido y aplicado tecnología --desde que se confeccionó una ropa rudimentaria para cubrirse y utilizó la piedra como instrumento para aumentar su fuerza--. La tecnología tenía su lugar y estaba muy lejos de constituir el centro de toda la vida del ser humano. El concepto de Aristóteles --techne-- recoge de manera general esto.

A partir de la techne se irá evolucionando hasta llegar a lo que hoy conocemos como técnica y tecnología. Esta evolución ha conocido etapas. Hacia el siglo XVII se va a producir una bifurcación en la concepción de lo que es la técnica. Mientras por un lado se sigue desarrollando en directa relación a la persona humana, por otro comienza a generarse una mentalidad que irá poniendo a la técnica --y en cierto sentido a las ciencias experimentales-- como lo central, considerando el método en que se enmarca como la única fuente segura de conocimiento de la realidad y en el fondo como la solución a todos los problemas del ser humano. Es decir, comienza lo que hemos calificado como tecnocentrismo.

El fenómeno, sin embargo, irá creciendo lentamente. Sus primeras manifestaciones aparecerán, como hemos dicho, hacia el siglo XVII. Resulta de enorme interés la atención que se despertó en algunos pensadores del Renacimiento que se proyectaron hacia la búsqueda de la sociedad perfecta en lo que se ha llamado la utopía después de la obra de Tomás Moro --editada en 1516--. Pero será en realidad un siglo después de Moro, con las obras de dos renacentistas tardíos, que se introduzca propiamente la reflexión sobre el papel de la técnica. Se trata del inglés Francis Bacon (1561-1626) y su relato inconcluso Nueva Atlántida --editado en 1627--, y del italiano Tomaso Campanella (1568-1639) con su obra La ciudad del sol --editada en 1623--.

Es sumamente interesante el papel que le otorgan a la tecnología algunos de estos pensadores que han llamado utópicos. Diversos autores se han detenido en este asunto. Se puede mencionar por ejemplo a Ernst Bloch --quien profundiza en lo que llama las utopías técnicas--. Lewis Mumford, por ejemplo, afirma: «Las utopías más importantes del tiempo, Cristianópolis, la Ciudad del Sol, por no decir nada del fragmento de Bacon o de las obras menores de Cyrano de Bergerac, todas giran alrededor de la posibilidad de utilizar la máquina para lograr que el mundo sea más perfecto: la máquina fue el sustituto de la justicia, de la sobriedad y del valor de Platón; incluso si lo era asimismo de los ideales cristianos de la gracia y la redención. La máquina se presentó como el nuevo demiurgo que debía crear unos nuevos cielos y una tierra nueva. Al menos, como el nuevo Moisés que había de conducir a una humanidad bárbara a la Tierra de Promisión»[44].

Debe dársele un lugar destacado en la evolución de esta mentalidad tecnocentrista a Francis Bacon. Para no pocos se trata del primer pensador que enfocó su atención en la tecnología y su relación con lo que podría llamarse el mundo económico-social. Destaca sobre todo su obra Nueva Atlántida. Ésta constituye una curiosa proclama de fe en la técnica como instrumento tanto del conocimiento de la realidad como de la transformación de la naturaleza para la edificación de una sociedad ideal. Incluso se podría decir que para él la técnica es el saber supremo. Y aunque está en cierta manera ordenada a un orden moral y quizá también teológico-espiritual --la isla había sido evangelizada milagrosamente a través de unos escritos de San Bartolomé--, en la práctica ocupa el lugar central de la paradisiaca y desconocida isla de Nueva Atlántida. En efecto, nada merece tanta atención como el cuidado y desarrollo de las técnicas, en las que ven el secreto de la felicidad.

Bacon imagina una isla donde se ha generado un sistema de aliento y protección de la técnica. Según su relato un famoso y sabio rey habría creado en el pasado una «orden o sociedad» que llama la Casa de Salomón, dedicada al «estudio de las obras y criaturas de Dios»[45]. Bacon ensaya una interesante descripción del objetivo de esta Casa que bien podría pasar como un intento de definir la técnica: «El objeto de nuestra fundación es el conocimiento de las causas y secretas nociones de las cosas y el engrandecimiento de los límites de la mente humana para la realización de todas las cosas posibles»[46]. La orden ocupaba un lugar preeminente en la vida de la sociedad de la Nueva Atlántida, con una jerarquía interna --conformada al parecer por sacerdotes cristianos--.

No les falta razón a quienes sostienen que Nueva Atlántida es una obra que se adelanta a su tiempo en lo que a la técnica se refiere. En efecto, Bacon imagina una sociedad en la que se tienen conocimientos técnicos y científicos muy avanzados en casi todos los campos de la vida del ser humano. Algunos incluso son sorprendentes. Así, por ejemplo, se dice: «Imitamos el vuelo de los pájaros, podemos sostenernos unos grados en el aire. Buques y barcos para ir debajo del agua que aguantan la violencia de los mares, cinturones natatorios y soportes»[47] --es decir, cuentan con aviones y submarinos--. También han inventado el telescopio y el microscopio, y unos aparatos que aplicados a las orejas aumentan el alcance del oído, así como unos «instrumentos especiales para transferir sonidos por conductos y tuberías en las más singulares direcciones y distancias»[48] --¿acaso un tipo de teléfono?--.

Pero no es este curioso sentido de anticipación lo más importante de la obra de Bacon en relación a la técnica. En su Nueva Atlántida plasma algunas de sus ideas que han llevado a que se le considerara en los tiempos de la Ilustración como un "profeta" del progreso tecnológico y científico. Bacon le otorga un papel central a la técnica como el instrumento útil que ponía la naturaleza al servicio de la humanidad. Presenta una especie de "glorificación" de la técnica. Para ello era clave el rol que jugaba la Casa de Salomón, dedicada al cultivo y desarrollo técnico. Nada hay más importante en la Nueva Atlántida que la técnica, la que desplaza otros aspectos de la vida. Para Bacon la técnica estaba por encima de todo. El local de la Casa de Salomón es presentado como una síntesis del saber y a la vez una especie de museo y catedral de la técnica. Allí se celebra una suerte de culto tecnológico, con «ciertos himnos y servicios de alabanza y gracias a Dios por sus maravillosas obras»[49]. «Para celebrar nuestras ceremonias y ritos --hace decir Bacon a los habitantes de Nueva Atlántida-- disponemos de dos larguísimas y hermosas galerías: en una de ellas colocamos los modelos y muestras de todo género de las más raras y excelentes invenciones; en las otras instalamos las estatuas de los inventores célebres»[50]. Los técnicos han desplazado a todos los demás --humanistas, educadores, filósofos, teólogos, santos, etc.--. La isla de Nueva Atlántida parece un reino gobernado por tecnócratas, y aunque aparecen referencias a Dios en realidad quedan marginadas de su sentido verdadero y de la vida de los ciudadanos de ese mundo utópico.

Entre otras cosas, el pensamiento de Bacon parece ser en el fondo una reacción contra la perspectiva de la filosofía aristotélica. El autor de Nueva Atlántida consideraba que esta filosofía no daba la debida primacía a la utilidad. Él, en consecuencia, trata de proponer un tipo de conocimiento que permita dominar la naturaleza. Desde esta perspectiva descalifica a la ciencia tradicional porque piensa que la ciencia debería orientarse hacia el dominio, hacia la práctica y hacia la utilidad. Para Bacon las filosofías de Platón y Aristóteles deberían ser sustituidas. El pensamiento de Santo Tomás, y de otros escolásticos, lo juzga igualmente inadecuado. En su lugar, para él, debería aparecer una ciencia experimental universal con un nuevo tipo de lógica.

De los escritos de Bacon destaca el que lleva por título Novum Organon Scientarum seu indicia vera de interpretatione naturae et regno hominis (1620)[51]. En esta obra, conocida simplemente como Novum Organon, hace el intento de presentar una nueva lógica que lleve al conocimiento útil y al dominio de la naturaleza. El criterio de lo verdadero o de lo bueno queda desplazado por el criterio de "utilidad". El criterio de transformación de todo lo posible queda como central y cuanto no está en esa dinámica, o la obstaculiza, queda relegado. La lógica que propone para respaldar su perspectiva estaría recogida en un nuevo método que llama científico. Su pretensión no es otra que desarrollar un conjunto de normas que permitan un conocimiento científico ordenado a la modificación de la realidad, a través de experimentos que deberían ser metódicos, ordenados, reflexivos y dirigidos por la razón. Por supuesto el método como era entendido y aplicado excluía todo otro ámbito de la realidad y como tal era eminentemente reduccionista. Lo cierto es que su propuesta además de reductiva a nivel ontológico era tan complicada, y poco científica, que fue totalmente inservible; en contra de sus propias premisas resultó inútil.

Junto con la obra de Bacon, Nueva Atlántida, se debe mencionar también el libro de Tomaso Campanella, La ciudad del sol. Se trata de otra obra de carácter utópico en la que la técnica va a ser colocada también como la fuente suprema de conocimiento de la realidad y de solución de los problemas del ser humano, aunque con un papel no tan central ni preeminente como en la obra de Bacon. La técnica para Campanella era en cierto sentido el factor determinante en la configuración de la cultura. Por ejemplo destaca en su obra la importancia del invento de la imprenta, de la pólvora y de la brújula. En un pasaje en el que se relata lo que dicen los habitantes de la ciudad del sol, se afirma: «Hablan también de la maravillosa invención de la imprenta, de la pólvora y de la brújula, cosas éstas que constituyen otros tantos indicios e instrumentos de la reunión de todos los habitantes del mundo en un solo redil»[52]. Y en otro fragmento llega a decir: «el descubrimiento de la imprenta y del arcabuz, y no se puede dudar que ofrecieron a los hombres el motivo, o más bien la ocasión, para mudar profundamente las leyes...»[53]. Es decir, la tecnología --a través de artefactos concretos-- jugaría un papel capital en la configuración de la sociedad humana. Como en el caso de Bacon, en la obra de Campanella la dinámica intramundana aparece clara. La técnica y la manipulación de las cosas constituyen la fuente de lo superior en el ser humano. La técnica está en el centro de todo y condiciona todo lo demás. Algo como lo que siglos después Karl Marx planteará en relación a lo que llama estructura y medios de producción en relación a la superestructura. En esa línea, hoy, y después de Harold Innis, y sobre todo de Marshall McLuhan --con su homo typographicus y la aldea global--, Campanella resultaría un verdadero "adelantado" de su tiempo.

Así como Bacon y Campanella se anticiparon al futuro, también iniciaron algunos graves vicios en la aproximación a la técnica que después serán asumidos y desarrollados por los ilustrados --desde su endiosamiento de la razón y la ciencia--. Galileo Galilei (1564-1642) y René Descartes (1596-1650), por ejemplo, desarrollarán su pensamiento en inocultable sintonía con los planteamientos de estos utópicos renacentistas. Por esta razón, no parece descabellado calificar a Francis Bacon y, en cierta medida a Tomaso Campanella, como los iniciadores de lo que después devendrá en la mentalidad tecnologista y el tecnocentrismo, es decir la mentalidad que absolutiza de tal manera el papel de la tecnología que termina desplazando otros ámbitos del saber y de la realidad, con grave desmedro del fin último del ser humano. Esta aproximación constituye un reduccionismo metodológico[54] --tanto valorativo como práctico-- cuya norma suprema es la eficacia por la eficacia sin ningún interés por la verdad o el bien y mucho menos por la belleza. Es una mentalidad que se expresa en el cientificismo y que en el fondo no es otra cosa que una máxima confusión de los medios con los fines o, si se quiere, la perversión de los medios. Esta mentalidad evolucionó y se fue difundiendo sobre todo por obra de los iluministas. De la Ilustración pasó al positivismo y de allí a los liberalismos y a ese derivado antitético que es el marxismo. Hoy en día se descubre muy extendida, como se puede colegir de lo que hemos mencionado en relación a los tecnófobos y tecnófilos.

Es ésta la mentalidad que se descubre en los que propugnan las perspectivas tecnocentristas y los promotores de lo que podríamos llamar hoy la utopía tecnológica. Así como Bacon propuso una utopía donde la técnica era el saber supremo y el centro de toda la vida social, el siglo XX ha visto cómo se ha reeditado ese viejo sueño tecnocentrista. Pero a diferencia de los tiempos de Bacon y Campanella, esta nueva utopíatecnológica no sólo tiene defensores, sino también serios detractores que lejos de anhelar la realización de esta utopía buscan la manera de evitarla.

El inglés Aldous Huxley, por ejemplo, ponía como pórtico de su novela de fuertes tonos críticos a un futuro en exceso tecnologizado, Brave New World[55], un texto de Nicolás Berdiaeff: «Las utopías aparecen como más realizables que lo que se creía en otro tiempo. Y nos encontramos actualmente frente a una cuestión muy angustiante de otra manera: ¿Cómo evitar su definitiva realización? Las utopías son realizables. La vida marcha hacia las utopías. Y quizá comienza un siglo nuevo; un siglo donde los intelectuales y la clase cultivada soñarán los medios de evitar las utopías y de retornar a una sociedad no utópica, menos "perfecta" y más libre». Como se ha dicho, Huxley forma parte de un conjunto de escritores del género de ciencia ficción que ha sido llamado utopía negativa, antiutopía o distopía[56]. Lo que les preocupa a estos autores es que de pronto la utopía --que siempre había sido solamente un cuadro imaginario, sin tiempo pero sobre todo sin lugar-- se asome como algo posible. Pero ya no como una sociedad ideal, sino como una amenaza contra el ser humano. Entonces la utopía, que había sido algo "anhelable", se convierte en algo "temible", "terrible". Lejos de querer que se alcance la utopía se trata de evitar que se acerque.

El problema principal de las nuevas utopías tecnológicas está en la perspectiva tecnocentrista que tienen detrás y que lleva a una desnaturalización de lo que es la tecnología y en consecuencia a una proyección que termina por orientarse a la deshumanización del ser humano, en diversos sentidos, particularmente en una amputación de su trascendencia. Estas nuevas utopías reeditan a su modo lo que Bacon proponía algunos siglos atrás.

[44]Lewis Mumford, Técnica y civilización, ob. cit., p. 76. El tema ha sido motivo de análisis desde diversos puntos de vista. Se puede mencionar por ejemplo entre los autores hodiernos a Paolo Rossi, La nascita della scienza moderna in Europa, Laterza, Roma 1997.

[45]Francis Bacon, Nueva Atlántida, en Utopías del Renacimiento, Fondo de Cultura Económica, México 1995, p. 252.

[46]Allí mismo, p. 263.

[47]Allí mismo, p. 270.

[48]Allí mismo, p. 269.

[49]Allí mismo, p. 272.

[50]Allí mismo, pp. 271-272.

[51]Título que de por sí constituye una proclama.

[52]Tomaso Campanella, La ciudad del sol, en Utopías del Renacimiento, ob. cit., p. 196. También afirma que los verdaderos inventores de la imprenta y la pólvora fueron los chinos (ver p. 150).

[53]Allí mismo, p. 201.

[54]Ver Luis Fernando Figari, Reconciliación y Nueva Evangelización, en V Congreso Internacional de la Reconciliación, Nueva Evangelización rumbo al Tercer Milenio, Vida y Espiritualidad, Lima 1996, p. 147.

[55]Publicada en 1931. El título ha sido traducido al castellano --con evidente dificultad-- como Un mundo feliz.

[56]Del inglés Dystopia.
 
 

http://ekeko.rcp.net.pe/IAL/vm/bec/etexts/tecno05.htm