La cosa comenzó en Galilea

En efecto, también en esta ocasión “la cosa” comenzó allí. En Galilea nace Santiago, llamado el Mayor para distinguirle del otro apóstol de igual nombre. Mientras pesca con su hermano Juan en el célebre Lago de Galilea le conoce y elige Jesús como discípulo suyo. Pronto se le ve muy junto al Maestro en momentos tan significativos como el de la Transfiguración. Y desde Galilea sube con Jesús a Jerusalén. Muerto y resucitado éste, y después de la fuerte experiencia del Espíritu que todos tienen en Pentecostés, parece que predica el Evangelio en Judea y Samaría. Desaparece luego de la escena, regresa de nuevo a Jerusalén y es aquí decapitado por Herodes Agripa, siendo el primer apóstol del Señor que sufre el martirio. Aquí terminan los datos de la historia y comienzan otros más oscuros que no tienen por qué ser falsos. Tratan éstos de aclararnos dónde predicó Santiago al marchar de Palestina.


¿Vino Santiago a España?

Los Hechos de los Apóstoles no hacen referencia alguna. Y hemos de atenernos al “Catálogo de los Apóstoles”, documento del siglo VI, para enterarnos de que en el reparto del mundo que hicieron los apóstoles para su evangelización, a Santiago le tocó España. Aquí llegó y no para hasta tocar el “fin de la tierra” o Finisterre gallego. Quizás aquí encontrase un mayor eco s enseñanza al amparo del misticismo celta. No obstante, regresa rápido a Jerusalén donde, como hemos visto, le espera el martirio.

Este es el momento -y seguimos en zona de leyenda- en que dos discípulos suyos, Teodoro y Atanasio, recogen su cuerpo, lo embarcan, siguen hacia el oeste por el Mediterráneo, atraviesan el estrecho de Gibraltar, hasta que la corriente del Golfo les aparca al borde de la ribera del Ulla, en Ira Flavia.

Ya en Galicia, su reina Louve, que antes de su conversión al cristianismo no consiente que se levante un templo para albergar los restos del Apóstol, una vez convertida, regala para tal fin su palacio.

¡Quién iba a decir, pese a esto, que aquí iba a quedar olvidada la tumba de Santiago durante la friolera de ocho siglos!


El campo de La Estrella

Corre ya el año 813, han ocurrido multitud de acontecimientos como la invasión de España por los musulmanes y la reconquista que emprenden los príncipes cristianos. Y es ahora cuando, estando una noche de vigilia en oración el ermitaño Pelayo, observa cómo aparece una estrella sobre un campo, sugiriendo un tesoro escondido en su seno. Luego, los acontecimientos se suceden en cadena: Por orden del Obispo de Ira Flavia comienzan unas excavaciones, se descubre la tumba, Alfonso II, rey de Asturias y Galicia, levanta una iglesia, y de aquel campo de la estrella nace Compostela.

La noticia vuela, no sólo por España, sino por Europa entera. Santiago de Compostela se convierte en símbolo de la reconquista de España. El Apóstol pelea incluso con las huestes cristianas en Clavijo. Al pueblo no le parece suficiente su título de Apóstol del Señor y le endosa el de “Matamoros”. Se le dedican templos y capillas por todas partes. A la par, la devoción y el culto a las reliquias de los santos, con las consiguientes peregrinaciones a venerarlas, crece más y más en toda la cristiandad. Y, por si fuera poco, el incipiente santuario de Santiago es apadrinado por el abad de la potente abadía francesa de Cluny.

Con todas estas variantes a su favor, ¿a quién puede extrañar que se iniciara una corriente ininterrumpida de peregrinos de toda Europa hacia la tumba del Apóstol?, ¿ni que los peregrinos hiciesen camino al andar? Nacía así el “Camino de Santiago”.


La edad de oro de la Ruta Jacobea

Tiene lugar durante los siglos XI al XIII y se encuadra dentro del gran incremento que experimenta el fenómeno de las peregrinaciones durante este tiempo, hasta el punto de exaltar la cristiandad medieval.

Ya desde el siglo XI era notable la cantidad de peregrinos que afluían de Francia, Inglaterra, Italia y hasta del Sacro Romano Imperio Germánico. Pero ahora llegan ya personajes de la importancia de la emperatriz Matilde (1137) o del rey de Francia (1154). La fama de Compostela llega a tal punto que se homologa como meta de peregrinación con Roma y Jerusalén.

La aristocracia es quien frecuenta primero el ya llamado “Camino de Santiago”; pero pronto lo transitan gentes de todas las clases sociales. Hasta tal punto que en pleno siglo XIII llegan a 500.000 el número de peregrinos que lo recorren en busca de la gran indulgencia que fluye de la tumba del Apóstol.

La mayoría llegan a la península ibérica siguiendo cuatro itinerarios: La “via Turonensis” (por Tours), la “via Lemovicensis” (desde Vézelay), la “via Podensis” (desde Le Puy), y la “via Tolosana” (desde Arles). El conjunto semeja una tupida red de senderos que confluyen en España (Puente la Reina) para formar el llamado “Camino francés”.


El “olvido” del Camino…

Sin embargo y como ocurre con todo, también la peregrinación ha venido siendo enjuiciada y zarandeada de un modo diferente en cada época. Durante los siglos XVI y XVII, siguen afluyendo peregrinos pero ya en mucha menor cantidad. Muchas circunstancias influyen en el cambio: Las autoridades comienzan a identificar al peregrino con el sospechoso vagabundo; los ideólogos, con un irracional; el movimiento protestante, enemigo acérrimo del culto a los santos, busca una espiritualidad centrada únicamente en Cristo y más interior; y las malhadadas guerras de religión por destrozar y hasta borrar los caminos.

La Iglesia católica en Trento defiende, sí, el culto a los santos y a sus reliquias, pero ello favorece que se multipliquen los santuarios y las peregrinaciones pasan a ser muchas y más cortas.

Por si fuera poco, con las ideas renacentistas, se desprestigia cada vez más la pobreza y el indigente ya no es percibido como virtuoso, sino como peligroso. Claro, que si de esta mentalidad pasamos a la del “Siglo de las Luces”, peor que peor. Los hijos de la “Enciclopedia” denigran y fustigan al pobre peregrino al que llaman “viajero loco por una devoción trasnochada y, además, mal entendida”. Poco, muy poco queda ya en la mitad del siglo XIX de cuanto significó el “Camino de Santiago”.


De vuelta hacia Santiago…

Nos ha tocado, sin embargo, ser testigos en estos últimos tiempos de un esperanzador reverdecer del “Camino”. También en este caso han sido muchas y variadas las circunstancias que se han puesto en juego para favorecer este hecho.

En 1870 los arqueólogos investigadores que realizaban sus excavaciones en la Basílica compostelana, descubren el sepulcro primitivo, hallazgo seguido por el de tres esqueletos que son estudiados y autentificados como los de Santiago y dos de sus discípulos.

Pese a todas las opiniones contrarias, el Papa León XIII confirma esta autenticidad en 1884. Es esta una fecha que constituye algo así como el pistoletazo de salida de una caravana de nuevos peregrinos que, no sólo no cesa, sino que se incrementa cada día.

Ya en 1987, el Consejo de Europa declara al “Camino de Santiago” “Itinerario Cultural Europeo”.

El mismo pontífice Juan Pablo II peregrina a Compostela el Año Santo de 1989 y reúne a un millón de jóvenes del mundo entero junto a la tumba del Apóstol.

Los “Años Santos Compostelanos”, años jubilares que se celebran cada vez que la festividad del Apóstol -25 de julio- coincide en domingo, atraen cada vez más peregrinos, tal como confirma la “oficina Central de Peregrinaciones”.

Y en fin, la notabilísima mejora que ha experimentado la infraestructura de comunicaciones, albergues, información, etc., junto con la tendencia viajera de la sociedad actual, todo ha colaborado para que el “Viejo Camino” vuelva a estar hoy pletórico de vida.

(Extraído de la Revista Orar.
"Orar por el Camino de Santiago" Nº 149-150)