Sí que lo recuerdas. Estás seguro de que el aspa que faltaba por montar era la derecha. Cuando estás a punto de preguntarle al obispo por el puzzle, observas que Tomás intenta atraer tu atención desde el piso de abajo. Así, te apresuras a llegar junto a él.

 – Acabo de hablar con el camarero encargado del vino – te susurra Tomás –. Admite que el asesino intentó apagar el fusible principal un poco antes. Él también estaba en la bodega en esos momentos porque había ido a buscar una botella de vino. Al parecer, de pronto vio una silueta de aspecto furtivo en lo alto de la escalera de la bodega. Pero el asesino, al darse cuenta de que allí había alguien más, se marchó. El camarero no puede decir gran cosa acerca de la oscura figura, solo que está seguro de que no llevaba gafas. ¡Está convencido de que unas gafas habrían brillado ligeramente en el haz de luz que había en lo alto de la escalera!

Sacas las fichas de los sospechosos y te alegras porque tu corazonada era correcta. Uno de ellos lleva gafas. ¡Ya puedes tachar a otro sospechoso de la lista!

Decides seguir con los interrogatorios. La siguiente es la señora Miranda. Subes a su habitación.

Tocas a la puerta y entras. La encuentras muy afligida. Tiene los ojos enrojecidos y un pañuelo húmedo entre las manos. No sabes si realmente su tristeza es verdadera.

 – ¿Puede decirme lo que estaba haciendo exactamente cuando se apagaron las luces del hotel? ¿Estaba en su habitación?

 Miranda responde entre sollozos.

 – Sí. Acababa de venir del salón porque tenía dolor de cabeza. Eran exactamente las siete y cuarto. Recuerdo que sonó la campana del reloj de péndulo del recibidor. Mientras la casa estaba a oscuras permanecí en la habitación. Todo esto me ha causado una gran confusión. Supongo que me vendría bien un poco de aire fresco. Ven conmigo al balcón unos minutos.