El principito arrancó también con un poco de melancolía los últimos brotes de
baobabs. Creía que no iba a volver nunca. Pero todos aquellos trabajos le
parecieron aquella mañana extremadamente dulces. Y cuando regó por última vez la
flor y se dispuso a ponerla al abrigo del fanal, sintió ganas de llorar.
-Adiós -le dijo a la flor.
Esta no respondió.
-Adiós -repitió el principito.
La flor tosió, pero no porque estuviera resfriada.
-He sido una tonta -le dijo al fin la flor-. Perdóname. Procura ser feliz.
Se sorprendió por la ausencia de reproches y quedó desconcertado, con el fanal en el aire, no comprendiendo esta tranquila mansedumbre.
-Sí, yo te quiero -le dijo la flor-, ha sido culpa mía que tú no lo sepas;
pero eso no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Trata de ser
feliz. . . Y suelta de una vez ese fanal; ya no lo quiero.
-Pero el
viento...
-No estoy tan resfriada como para... El aire fresco de la noche me
hará bien. Soy una flor.
-Y los animales...
-Será necesario que soporte
dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas.
Si no ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras,
no las temo: yo tengo mis garras.
Y le mostraba ingenuamente sus cuatro espinas. Luego añadió:
-Y no prolongues más tu despedida. Puesto que has decidido partir, vete de una vez.
La flor no quería que la viese llorar: era tan orgullosa...
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