Conrad  miraba  cómo aquel hidalgo traspuesto, con la armadura oxidada y las barbas encrespadas intimidaba al canónigo con el desdén de un noble y los gestos de un gran orador. Todo su orgullo cabía en una mirada firme y decisiva que había olvidado, desde que se le secó el cerebro, su condición de actor secundario. Era un pobre desgraciado que, guiado por una causa noble, se ensarzaba con todo lo que no le parecía digno de honor. Conrad le felicitó por su valor, algo que agradó con creces a Don Quijote,  y montó a caballo con destino a Málaga, pues, supo entonces que su estancia en la península había concluido. A la mañana siguiente zarpó, y después de despedirse con la mirada de las tierras españolas, se dispuso a escribir una crítica en la que incluyó a caballero andante. 

Crítica X

Todos los conversos son interesantes. Los más de nosotros, si me perdonan el que traicione este secreto universal, nos hemos descubierto en un momento u otro cierta disposición a perdernos por el mal camino. ¿Y qué hemos hecho, en nuestro orgullo y cobardía? Echando miradas furtivas y aguardando el momento oscuro hemos enterrado nuestro descubrimiento discretamente, para seguir luego en la misma dirección de antes y esa esa senda tan transitada, que no tuvimos el valor de dejar y que ahora, más claramente que nunca, advertimos que no es sino el largo camino que lleva a la tumba.
El converso, el hombre capaz de gracia (hablo en sentido seglar) no es discreto; su orgullo es de otra clase. Abandona rápidamente la senda —el toque de gracia es casi siempre súbito— y orientándose en una nueva dirección incluso puede hacerse la ilusión de haberle vuelto la espalda a la misma Parca.
Conversos ha habido que, por su exquisita indiscreción, han ganado inmortalidad cierta. El ejemplo más ilustre, esa flor de la Caballería, don Quijote de la Mancha, sigue siendo para todo el mundo el único Hidalgo genuino y eterno. Como saben, el delicioso Caballero de España se convirtió a una fe imperativa en una misión tierna y sublime que lo alejó del hacer y de las costumbres propias del pequeño hidalgo provinciano. Luego sería apaleado, y con el tiempo hasta encerrado en jaula de madera por el Barbero y el Cura, apropiados ministros de un orden social justamente soliviantado. No sé si a alguien se le habrá ocurrido encerrar a Mr. Luffmann en una jaula de madera.  Y no lo traigo a colación porque le desee daño alguno. Al contrario. Me considero una persona humanitaria. Que lo tome, pues, como máxima alabanza, aunque debo decir que merece sobradamente esa clase de atención.
Por otra parte, no me gustaría que se sintiera excesivamente halagado por el orgullo de esa asociación tan exaltada. La grave sabiduría, la admirable amenidad, la serena gracia del patrón-santo secular de todos los mortales conversos a nobles visiones no son suyas. Mr. Luffmann carece de misión. No es un Caballero sublimemente Errante. Pero es un excelente Vagabundo. Tiene mucho mérito. Ese peripatético guía, filósofo y amigo de todas las naciones, Mr. Roosewelt, lo excomunicaría inmediatamente con una gran vara. La verdad es que el ex-autócrata de todos los Estados no gusta de rebeldes contra el hosco orden de nuestro Universo. Aprovechadlo lo mejor que podáis o morid, grita. Sano sucesor en la línea del Barbero y del Cura, y sagaz heredero político del incomparable Sancho Panza (otro gran Gobernador) este distinguido littérateur no guarda piedad alguna para con los soñadores. Y nuestro autor (podrán apreciarlo en sus libros) atesora algunos sueños de no poca calidad.
[...]

Joseph Conrad (Polonia, 1857-1924), Un vagabundo feliz (1910),
crítica de la obra "Quiet Days in Spain", de C. Bogue Luffmann,  en Notas de vida y letras

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