Conrad miraba cómo aquel hidalgo traspuesto, con la armadura oxidada y las barbas encrespadas intimidaba al canónigo con el desdén de un noble y los gestos de un gran orador. Todo su orgullo cabía en una mirada firme y decisiva que había olvidado, desde que se le secó el cerebro, su condición de actor secundario. Era un pobre desgraciado que, guiado por una causa noble, se ensarzaba con todo lo que no le parecía digno de honor. Conrad le felicitó por su valor, algo que agradó con creces a Don Quijote, y montó a caballo con destino a Málaga, pues, supo entonces que su estancia en la península había concluido. A la mañana siguiente zarpó, y después de despedirse con la mirada de las tierras españolas, se dispuso a escribir una crítica en la que incluyó a caballero andante.
Joseph Conrad (Polonia, 1857-1924), Un vagabundo feliz (1910),
crítica de la obra "Quiet Days in Spain", de C. Bogue Luffmann, en Notas de vida y letras