El ventero de aquella rancia venta de la Mancha todavía estaba perplejo de lo que acababa de ocurrir. La venta era pequeña, húmeda y sórdida. En ella servían el peor y mal remojado bacallao y el pan más mugriento del mundo, pero pesar de ello, siempre estaba llena de arrieros, mozas y otros, que por parecer comerciantes, no eran más que intelectuales en busca de ideas. Lo que éstos no suponían es que habían llegado al lugar perfecto.
-¿Qué le ocurre al señor ventero que tan blanco está y tan salidos de sus órbitas tiene los ojos?-le preguntó un arriero que acababa de llegar.
- Acaba de marcharse un hombrecillo extravagante, alto, enjuto, cuya locura no le deja decir ni una palabra con sentido, y que, haciéndose pasar por héroe de caballerías, me ha pedido que lo nombre caballero... Don Quijote de la Manchase hacía llamar. Los intelectuales que allí sentados escuchaban atentos las majaderías que contaba el ventero de aquel chiflado, sintieron unas ganas terribles de conocerlo y salieron en su busca. Cada uno de ellos lo encontró en lugares y situaciones diferentes, ninguna de ellas poco interesante. Y cada uno con su pluma , le dedicó alguna que otra historia.
Los intelectuales que allí sentados escuchaban atentos las majaderías que contaba el ventero de aquel chiflado, sintieron unas ganas terribles de conocerlo y salieron en su busca. Cada uno de ellos lo encontró en lugares y situaciones diferentes, ninguna de ellas poco interesante. Y cada uno con su pluma , le dedicó alguna que otra historia.