Franz Kafka era una mente inquieta así que un día decidió que su mente, su genialidad, saliera de Praga, y así fue. Aunque estaba de cuerpo presente en su casa, su espíritu ya había volado hace tiempo. Voló con la ilusión de recorrer toda Europa, aprender y analizar. Entre amigos, Kafka siempre suele contar cuatro anécdotas de ese viaje intangible, y una de ellas es la que le ocurrió en La Mancha.
Se encontró a un arriero por el camino y mantuvieron una conversación muy particular, incluso se llegaron a entender. Juntos pararon en la venta a tomar algo. Cuando Kafka entró y escuchó lo que el ventero contaba sufrió una transformación mental tal, que decidió que no podía pasar un momento más de su vida sin conocer a aquel loco. Salió de allí, y como su presencia era espiritual, de nube en nube fue buscando al caballero andante.