FRIEDRICH NIETZSCHE
Hacía un tiempo que Friedrich Nietzsche aprendía idiomas a escondidas. Lo hacía por las noches, cuando todos dormían. Sacaba de debajo de la almohada unas gacetillas que conseguía por un amigo comerciante e intentaba leer. Ya sabía italiano, además de inglés y francés, y ahora se entretenía aprendiendo español con una gaceta de Salamanca. El nuevo idioma le resultaba francamente difícil, pero no se rendía. Le parecía complicado porque Nietzsche tendía a sospechar de cada frase, de cada palabra que había escrita. Como consecuencia a la ínfima confianza que le suscitaban las gaectas, decidió aterrizar en tierras españolas para mejorar el idioma y comprobar la credibilidad de aquellos boletines.
Antes de llegar a Salamanca paró en la Mancha. Se instaló en la sucia venta durante unos días. Se colocaba siempre muy cerca del ventero, que era el que más hablaba, para así poder aprender más. Una mañana le escuchó predicar acerca de un caballero andante que recorría aquellas tierras. Nietzsche sospechó tanto de sus palabras que se fue en busca del caballero para comprobar la veracidad de la noticia.