Con un paragüas a modo de sombrilla, Nietzsche deambuló por todos aquellos alrededores hasta que se aproximó al Toboso. A lo lejos percibió una triste figura que, muy cabizbaja, montaba un seco rocín. Le seguía otra, menuda, sobre un borriquillo que gesticulaba impetuosa. Corrió hacia ellos y, habiéndolos reconocido preguntó el porqué de tal afligidad.
-Es mi amo. Su muy bien amada doncella Dulcinea del Toboso ha sido convertida en una horrible cuidadora de puercos.
Pensativo iba don Quijote por su camino adelante, considerando la mala burla que le habían hecho los encantadores volviendo a su señora Dulcinea en la mala figura de la aldeana, y no imaginaba qué remedio tendría para volverla a su ser primero: y estos pensamientos le llevaban tan fuera de sí, que, sin sentirlo, soltó las riendas a Rocinante, el cual, sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la verde yerba de que aquellos campos abundaban. De su embelesamiento le volvió Sancho Panza, diciéndole:
-Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuesa merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes. ¿Qué diablos es esto? ¿Qué descaecimiento es éste? ¿Estamos aquí, o en Francia? Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay en el mundo, pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos los encantos y transformaciones de la tierra.