GABRIEL CELAYA 

 

 

Gabriel Celaya solía caminar con paso calmado mirándose los pies. “Así pensaba mejor”solía decir. Creaba versos con los dedos entrecruzados y odiaba el color gris, ese color de posguerra que tantas veces había cubierto sus chaquetones largos. Escribía para una gaceta madrileña algún que otro poema, muy eventualmente. Le gustaba recitar sus versos muy bajito en lugares públicos para observar qué contraste hacían con el ruido del ambiente. Una mañana entró en la vcnta de la Mancha para experimentar nuevos versos y escuchó al ventero hablar de Don Quijote. “Ése loco, ése, seguro que es amante de las letras y de la libertad”, pensó. Y decidió buscarlo para conversar con él.

 

De cómo Gabriel Celaya renuncia la altivez de Don Quijote y admira la planicie de Sancho