MIGUEL DE UNAMUNO

 

Miguel de Unamuno frecuentaba la venta todos los viernes. Su padre lo había llevado desde pequeño, todos y cada uno de los viernes del año, no por amistad con el ventero, sino a escuchar las noticias de “sociedad” que allí se comentaban. Por eso, conocía muchas historias, demasiadas quizás, pero ninguna le había despertado tanto la curiosidad como aquella del demente que se hacía pasar por caballero andante.

Unamuno escribía cuentos y ensayos para una gacetilla de Salamanca, poco conocida, pero digna. Era un  buen narrador.“Saldrá una historia perfecta”, pensó  nada más escuchar las palabrejas del ventero.Así que, dio un respingo, se levantó de la mesa corcomida en la que estaba y salío en busca de aquel personaje. Subió a su caballo, se puso el sombrero, se acarició las barbas, y con ese aspecto de dandy intelectual, se lanzó en busca de Don Quijote.

 

De cómo Miguel de Unamuno presenció las última e inquietante conversación entre el caballero Don Quijote y Sancho