Después de algunos años más se instaló en la venta un hombre de letras, un nostálgico de los tiempos de Heródoto. Se trataba de un morisco vestido con un sombrero de plumas de pavo real que escribía, por aquel entonces, una crónica de viajes.
-Dígame, señor ventero ¿tiene usted alguna historia curiosa que contarme?- le preguntó al ventero Cide Hamete Benengeli, el morisco, una tarde que la venta estaba vacía.
El ventero pensó un rato hasta que llegó a la concluisón de que no había mejor historia que la que narraba las aventuras de Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza. Le contó al morisco todas las desventuras más descabelladas y le enseñó el libro de tapas glaucas. Cide Hamete leyó las impresiones quijotescas recopiladas en ese libro con mucha atención y, tanto le entusiasmaron las locuras de aquel caballero andante, que decidió inventar una historia. Estuvo meses en la venta escribiendo hasta que, una mañana, unos hombres de gris se lo llevaron. El ventero recogió el material, lo juntó con los demás textos y devolvió el libro a la estantería.