En la larga conversación que mantuvo con los escuderos, Franz Kafka percibió varias cosas. La primera, que el escudero del Caballero del Bosque se divertía en engañar al pobre Sancho sacándole toda la información que necesitaba, se aprocechaba de la labia de Sancho y su predisposición por contar lo que no convenía. La segunda, que la locura de Don Quijote no era ninguna leyenda y, la tercera, que Sancho era un hombre sencillo pero fiel a su amo, un hombre de palabra que jamás lo abandonaría.