Borges los escuchó hasta que se marcharon de la venta apresurados y sin pagar. Quería encasillarlos pero no podía, hasta que llegó a la conclusión de que eran personajes únicos y soñadores, cada uno a su manera. Y lo hicieron soñar a él también para el resto de su vida. La genialidad de aquel Don Quijote no era afín a su historia de la infamia, su genialidad iba más allá, pertenecía a ese mundo de las ideas de los que pocos pueden gozar. Borges volvió a su cuarto y no durmío, escribió a Don Quijote un poema, una más de sus reflexiones.