Borges los escuchó hasta que se marcharon de la venta apresurados y sin pagar. Quería encasillarlos pero no podía, hasta que llegó a la conclusión de que eran personajes únicos y soñadores, cada uno a su manera. Y lo hicieron soñar a él también para el resto de su vida. La genialidad de aquel Don Quijote no era afín a su historia de la infamia, su genialidad iba más allá, pertenecía a ese mundo de las ideas de los que pocos pueden gozar. Borges volvió a su cuarto y no durmío, escribió a Don Quijote un poema, una más de sus reflexiones.

 Reflexión de Borges

Sueña Alonso Quijano

El hombre se despierta de un incierto
Sueño de alfanjes y de campo llano
Y se toca la barba con la mano
Y se pregunta si está herido o muerto.
¿No lo perseguirán los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
Dolencia de sus años postrimeros.
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
Y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
está pasnado que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
Los mares de Lepanto y la metralla.

 

Jorge Luis Borges (Argentina), de La rosa profunda (1975)

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