Cuando Cardenio concluyó su historia, todos comprendían ya la magnitud de su tristeza y de su locura. Mientras Don Quijote se compadecía del joven y Sancho preparaba a su jumento, Shakespeare, que había pasado totalmente desapercibido, perdió casi toda curiosidad en aquella pareja, sólo le llamó la atención la extraña demencia del susodicho caballero. Decidió marcharse porque ya había encontrado, casi por casualidad, las bases para su nueva historia, personajes y argumentos todos de una. Así que, sin ningún saludo ni despedida, montó de nuevo en aquella carreta que le acercaría un poco más a su hogar.