La carreta en la que viajaba Shakespeare se detuvo en Sierra Morena. Él bajó y se dispuso a buscar algún arroyo en el que beber. Cerca ya de un riachuelo escuhó unos aullidos de algún desamparado que necesitaba ayuda. Se apresuró para ver de dónde provenían tales sonidos infernales hasta que, detrás de unas malezas, vio a un hombre espectral vestido con una armadura y a otro panzón que escuchaban atentos los lamentos de un joven harapiento. El joven paró de aullar y contó el motivo de su pesar. Shakespeare, se unió al grupo con disimulo, sacó la libreta de anotaciones y prestó mucha atención.
-Mi nombre es Cardenio; mi patria, una ciudad de las mejores desta Andalucía; mi linaje, noble; mis padres, ricos; mi desventura, tanta, que la deben de haber llorado mis padres, y sentido mi linaje, sin poderla aliviar con su riqueza; que para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los bienes de fortuna. Vivía en esta mesma tierra un cielo, donde puso el amor toda la gloria que yo acertara a desearme: tal es la hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo, pero de más ventura, y de menos firmeza de la que a mis honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mí, con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad permitía. Sabían nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello, porque bien veían que, cuando pasaran adelante, no podían tener otro fin que el de casarnos, cosa que casi la concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas. Creció la edad, y con ella el amor de entrambos, que al padre de Luscinda le pareció que por buenos respetos estaba obligado a negarme la entrada de su casa, casi imitando en esto a los padres de aquella Tisbe tan decantada de los poetas.(...)