Marco Denevi estuvo más de tres horas observando a Don Quijote que no paraba de fantasear de un lado para otro, evocando suamor por Dulcinea. “¿Estaría ella comportándose como él?”, se preguntaba Denevi continuamente. El escritor pensaba que ese amorío medieval fruto de la locura de un lector empedernido no podía ser tan fuerte si sólo fuera Don Quijote el enamorado. Estaba convencido que esa tal Dulcinea debía de amarlo también, y que en el Toboso los actos de su locura amorosa serían el único tema de conversación. Así, imaginando, imaginando, el argentino llegó a un arroyo donde decidío escribir no sobre el caballero andante, sino sobre su enamorada, Dulcinea del Toboso.