Segundo final
El mago, al oír a la vieja señora y observar su casa y las máquinas que tenía, se dio cuenta de que en el mundo moderno ya no había lugar para los antiguos encantamientos.
—Los hombres se han hecho unos vivos —se decía— y han inventado toda clase de tretas en las que los magos ni siquiera habíamos pensado. Querido Giró, hay que adaptarse. Es necesario ponerse al día, como se dice ahora. Dicho de otra manera: o cambias de profesión o se te avecina una vejez difícil.
Como no era tonto, Mago Giró trazó su plan en dos o tres días de exploración y reflexión. Alquiló un gran local, se puso a vender aparatos electrodomésticos, incluso a plazos, y en poco tiempo se convirtió en un rico negociante, se compró un coche, un chaletcito y, en el Lago Maggiore, un barco de vela y los domingos salía de paseo por el lago. Si no hacía viento no se preocupaba: hinchaba la vela mediante una pequeña magia y en pocos minutos iba de Stresa a Canobio. Nunca puso motor, para ahorrar el dinero de la gasolina.