Había una vez un pobre mago que se llamaba Giró. Parece un contrasentido: en los cuentos no encajan juntas la palabra mago y la palabra pobre. Pero aquel mago, a pesar de ser un auténtico mago, era muy pobre porque hacía algún tiempo que no tenía clientes.
—¿Será posible —se desesperaba— que ya no haya nadie que me necesite? Hubo un tiempo en el que tenía tantos clientes que no alcanzaba a atender a todos. Unos venían por una magia, otros por otra. Y yo, no lo digo por presumir, de magia sé mucho... Voy a irme a dar una vuelta por el mundo a ver qué ha pasado. Si ha aparecido un mago mejor que yo, quiero conocerle.
Dicho y hecho, el mago empaquetó sus cosas más preciadas —la varita mágica, el libro de los encantamientos, dos o tres polvillos milagrosos— y se puso en camino.
Andando y andando, al caer la noche llega ante una casita. Llama. Toc toc.
—Oh, muy bien, entonces entre. Vienen tan pocos amigos a verme. Acomódese. ¿Necesita algo?
—¿Yo? No, señora, no necesito nada; a lo mejor es usted quien me necesita a mí. Sabe, soy un mago, me llamo Mago Giró.
—Un mago, sí. ¿Ve esta varita? No lo parece, pero es una varita mágica: si digo dos palabritas, dos palabritas que sólo conozco yo, descenderá una estrella a iluminar su casa...
En este momento la señora lanzó un gritito:
—Uy, a propósito de luz, voy a encender. Estaba aquí sola con mis pensamientos y ni siquiera me había dado cuenta de que estaba oscureciendo. Perdóneme. ¡Ya está! ¿Qué me decía a propósito de luz?
Pero el mago estaba demasiado estupefacto para poder continuar la conversación. Miraba la lámpara boquiabierto, como si se la quisiera tragar.
—Pero..., señora, ¿cómo lo ha hecho?
—¿Cómo lo he hecho? He apretado el interruptor y la lámpara se ha encendido ¿no? Una gran cosa la electricidad.
Mago Giró registró en su mente esta palabra nueva: «la electricidad; ésta debe ser la maga que me hace la competencia».
Después se armó de valor y continuó:
—Pues, señora, le estaba diciendo que soy un mago y sé hacer una infinidad de magias. Por ejemplo, metiendo un poco de este polvito en un vaso, puedo hacerle oir la voz de una persona lejana.
—Uy —gritó de nuevo la señora—. Me ha hecho recordar que tengo que telefonear al fontanero. Me perdona un momento ¿verdad? Aquí está el número. ¿Oiga? ¿Es el fontanero? Menos mal que le encuentro. ¿Puede pasar mañana por la mañana por mi casa para arreglarme la lavadora? Gracias. No deje de hacerlo. Gracias, buenas noches. Ya está.
Mago Giró tuvo que tragar dos o tres veces antes de recuperar la palabra.
—Con el fontanero, ¿no lo ha oído? Es una gran comodidad el teléfono...
El mago también registró en su cerebro esta palabra: «Otro mago del que nunca había oído hablar. Qué barbaridad, cuánta competencia...».
—Escuche, señora, si necesita ver a alguna persona lejana como si estuviera aquí, en esta habitación, no se ande con rodeos: llevo otros polvos mágicos mediante los cuales...
—¡Cielos! —chilló la señora interrumpiéndole—. Hoy estoy francamente distraída. Me había olvidado de encender el televisor para ver el concurso desde aquí. ¿Sabe que mi hijo es campeón en descenso. Voy a encender en seguida, a lo mejor todavía llegamos a tiempo... Pues sí, vaya suerte, es aquél de allí, aquél es mi hijo, el que recibe todos esos apretones de mano. Se ve que ha vuelto a ganar. ¿Ve qué guapo es? Y pensar que casi me pierdo la transmisión. Menos mal que me lo ha recordado. ¿Sabe que es verdaderamente un mago?
—Sí, señora, ya se lo he dicho, Mago Giró.
—Ah —exclamó la señora sin escucharle—, qué gran cosa la televisión.
El pobre mago se hizo repetir dos veces la palabra para estar seguro de que su cerebro registraba sin errores. Mientras tanto reflexionaba: «Otra maga de la competencia. Ahora empiezo a comprender por qué el trabajo es tan escaso; con todos estos magos en circulación...».
Luego, pacientemente, volvió a ofrecer sus servicios:
—Entonces, escuche, señora, como le iba diciendo, soy un gran, un famosísimo mago. He entrado para ver si podía serle útil en algo. Mire, eche una ojeada, este es el libro de los encantamientos y de los conjuros, esta la varita mágica...