George B. Shaw: Hombre Y superhombre |
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TANNER. Ramsden. ¿Sabes qué es esto? RAMSDEN. (Con suficiencia) No, señor. TANNER. Es una copia del testamento de Whitefield. Ann lo ha recibido esta mañana. RAMSDEN. Cuando dices Ann, quieres decir, supongo la señorita Whitefiled. TANNER. Quiero decir nuestra Ann, vuestra Ann, La Ann de Tavy, y ahora, Los cielos me asistan, mi Ann. OCTAVIUS. (Se levanta, muy pálido) ¿Qué dices? TANNER. ¡Qué digo! (levantando el testamento) ¿Sabes quién es designado como tutor de Ann en este testamento? RAMSDEN. (Fríamente) Creo serlo yo. TANNER. Tú, tú y yo. ¡Yo! ¡¡Yo!! ¡¡¡Yo!!! ¡Los dos! (Arroja el testamento al escritorio) RAMSDEN. ¿Tú? Imposible. TANNER. Es la horrible verdad. (Se deja caer en la silla de Octavius) Ramsden: sácame de ésta como sea. No conoces a Ann tan bien como yo. Cometerá todo los disparates de una mujer respetable, y justificará cada uno de ellos diciendo que era la voluntad de sus tutores. . Nos lo cargará todo a nosotros: y no tendremos más control sobre ella que un par de ratones sobre un gato. OCTAVIUS. Jack, Me gustaría que no hablaras así de Ann. TANNER. Este individuo está enamorado de ella, otra complicación. Bueno, o bien le rechazará y dirá que no lo aprobaba, o se casará con él y dirá que tú se lo ordenaste. Le digo, que esto es el golpe más asombroso que haya recibido un hombre de mi edad y temperamento. RAMSDEN. Déjeme ver el testamento, (va hasta el escritorio y lo coge). No puedo creer que mi viejo amigo Whitefield haya mostrado tal falta de confianza en mi para asociarme con… (Su compostura flaquea mientras lee) TANNER. Y es todo culpa mía: Esa es la horrible ironía. Un día me dijo que ibas a ser el tutor de Ann; y como un tonto empecé a discutir con el sobre la insensatez de dejar a una mujer joven al cuidado de un viejo hombre con ideas obsoletas. RAMSDEN. (Estupefacto) ¿Obsoletas mis ideas? TANNER. Totalmente. Justo había acabado un artículo titulado Abajo el Gobierno de las Cabezas Canas; y estaba lleno de razones y ejemplos. Decía que lo adecuado era combinar la experiencia de la veteranía con la vitalidad de la juventud. Que me ahorquen si no tomó mi palabra y cambió el testamento – está fechado sólo dos semanas después de esa conversación – designándome como tutor junto contigo. RAMSDEN. (Pálido y resuelto) Me niego a aceptarlo. TANNER. ¿De qué serviría? Llegó negándome todo el viaje desde Richmond; pero Ann continua diciendo que por supuesto ella es una simple huérfana, y que no puede esperar que la gente que alegremente visitaba el hogar cuando su padre vivía se vaya a preocupar de ella ahora. Es la última treta. ¡Una huérfana! Es como ir hablar a un acorazado de estar a la merced de los vientos y las olas. OCTAVIUS. No es justo, Jack. Está huérfana. Y deberías apoyarla. TANNER. ¿Apoyarla? ¿En qué peligro se encuentra? Tiene la ley de su parte; tiene el sentir popular de su parte, tiene dinero de sobra y ninguna conciencia. Todo lo que quiere de mi es cargarme con sus responsabilidades morales, y hacer lo que le plazca, a costa de mi carácter. No puedo controlarla, y puede ponerme en tantos aprietos como quiera. Bien podría ser su marido. RAMSDEN. Puedes negarte a aceptar la tutela. Por supuesto que me negaré a ocuparla conjuntamente con usted. TANNER. Sí, ¿y qué dirá ella? Simplemente que los deseos de su padre son sagrados para ella, y que siempre me admirará como su tutor tanto si estoy dispuesto a enfrentarme a la responsabilidad o no. ¡Negarse! Uno también podría negarse a aceptar el abrazo de una boa constrictor una vez la tiene al cuello. OCTAVIUS. Esta charla no me gusta, Jack. RAMSDEN. ¡Ah! ¿Por qué no? OCTAVIUS. Yo os lo diré. Me tanteó sobre ello, pero rechacé la tutela porque la amaba. No tenía derecho a de que su padre la forzara a tenerme como tutor. Él se lo dijo; y ella reconoció que tenía razón. Usted sabe que la amo, señor Ramsden; y Jack también lo sabe. Si Jack amara a una mujer, yo no la compararía con una boa constrictor delante suyo, por mucho que me desagradara. (Se sienta entre los bustos y da la cara a la pared.) RAMSDEN. No creo que Whitefield estuviera en sus cabales cuando redactó ese testamento. Tiene que admitir que lo hizo bajo su influencia. TANNER. Debería estarme muy agradecido por mi influencia. Le deja dos mil quinientos por la molestia. Le deja a Tavy una dote para su hermana y cinco mil para él. OCTAVIUS. (Entre lágrimas nuevamente) ¡Ah! No puedo soportarlo. Se portó demasiado bien con nosotros. TANNER. No lo tendrás, amigo, si Ramsden impugna el testamento. RAMSDEN. ¡Ja! Ya veo. Me tienes entre la espada y la pared. RAMSDEN. (En tono grave) Es cierto. TANNER. No, Tavy: Me vas a poner enfermo. No soy un hombre honrado: soy un hombre abatido por un muerto. Tavy después de todo debes casarte con ella y quitármela del medio. ¡Y yo que me había propuesto salvarte de ella! OCTAVIUS: ¡Ah, Jack! ¿Quieres salvarme de la felicidad más completa? TANNER. Sí, una vida de felicidad. Si fuera sólo la primera media hora de bienestar, Tavy, te la compraría con todo mi dinero. ¡Pero una vida entera de felicidad! Ningún hombre vivo podría aguantarlo: sería un infierno RAMSDEN. (Con brusquedad) Chorradas, señor. Hable claro; o váyase a hacerle perder el tiempo a otros: Tengo cosas mejores que hacer que escuchar sus payasadas. (Patea con decisión hasta su mesa y se vuelve a sentar.) |
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