Una noche, cuando los mellizos tenían ocho o diez meses , Alcmena, después de lavarlos y amamantarlos, los acostó para que descansaran bajo una colcha de lana de cordero, sobre el ancho escudo de bronce. A media noche Hera envió dos prodigiosas serpientes de escamas azuladas a la casa de Anfitrión, con órdenes estrictas de dar muerte a Heracles. Las puertas se abrieron al acercarse ellas, se deslizaron por el umbral y por los pisos de mármol hata el cuarto de los niñós, con los ojos arrojando llamas y el veneno goteando de sus colmillos.
Los mellizos se despertaron y vieron a las serpientes retorcerse a su alrededor y sacando como dardos sus lenguas bifurcadas ya que Zeus volvió a iluminar divinamente la habitación. Ificles gritó, arrojó la colcha de un puntapié y en una tentativa para escapar rodó del escudo al suelo. Sus gritos de espanto y la extraña luz que resplandecía bajo la puerta del cuarto de los niños despertaron a Alcmena “¡Levántate, Anfitrión”, exclamó. Sin esperar a ponerse las sandalias, Anfitrión saltó del lecho de madera de cetro, tomó su espada, que colgaba de la pared cerca de él, y la sacó de su vaina pulida. En aquel momento se apagó la luz en el cuarto de los niños. Mientras gritaba a sus esclavos soñolientos que acudieran con lámaparas y antorchas, Anfitrión entró en la habitación, y Heracles, que ni siquiera había lanzado un sollozo, le mostró con orgullo las serpientes que estaba estranguladno, una con cada mano. Cuando murieron, se echó a reir, se puso a saltar alegremente y arrojó las serpientes a los pies de Anfitrión.
Minetras Alcmena consolaba al aterrado Ificles, Anfitrión volvió a cubrir a Heracles con la colcha y fue a acostarse. Al amanecer, cuando el gallo había cantado tres veces, Alcmena llamó al anciano Tiresias y le refirió el prodigio. Tiresias, después de predecir las futuras hazañas de Herclaes, aconsejó a Alcmena que hiciera una gran fogata con las haces de aulaga, abrojos y zarzas, y quemara en ella a las serpientes a la medianoche. Por la mañana una servienta debía recoger las cenizas, llevarlas a la roca donde se había posado la Esfinge, diseminarlas al viento y alejarse corriendo sin mirar hacía atrás. A su regreso, el palacio debía ser purificado con vapores de azufre y agua de manatial salada, y su techo coronado con acebuche. Finalmente, había que sacrificar un jabalí en el altar de Zeus. Todo eso hizo Alcmena.[Otra versión]
Un día, Hermes, por orden de Zeus, depositó a Heracles en el regazo de Hera, que se había adormecido, para que el niño mamase de ella la leche de la inmortalidad; la diosa despertó violentamente de su sueño y un chorro de leche escapó de su pecho, naciendo así la Vía Láctea. También se pudo haber formadocuando Heracles mamó vorazmente más leche de la que podía contener su boca y la arrojó tosiendo.[Otra versión]
De todos modos, Hera fue la madre de leche de Heracles, aunque sólo por poco tiempo; y por tanto los tebanos le llaman hijo suyo y dicen que se llamaba Alceo antes que ella le diera de mamar, pero que cambió de nombre en su honor.
Heracles alegaba que nunca había buscado pendencia, sino que siempre había tratado a sus agresores como ellos se proponían tratarlo a él. Un tal Térmero acostrumbraba matar a los viajeros desafiándoles a una lucha a topetazos; el cráneo de Heracles resultó el más fuerte y aplastó la cabeza de Térmeno como si hubiese sido un huevo. Pero Heracles era cortés de naturaleza y fue el primer mortal que devolvió al enemigo sus muertos para que los sepultara.