Aquella noche dormí en casa de mis padres. Laura no dio señales de vida en todo el día siguiente y su móvil estuvo apagado todo el día. Así que fui a casa. No había nadie. Pero el ordenador de Laura estaba encendido y la página del correo electrónico abierta. Leí el asunto del primer mensaje. “No puedo entender que te vayas a casar…”. El remitente era un tal Marco Valentino. A un clic estaba la posibilidad de conocer la identidad de ese italiano. Aunque también podía esperar y saber de boca de Laura quién era.