DEFINICIÓN DE UN GÉNERO |
El término ciencia-ficción,
traducción del Science-fiction
bajo el que circula este género en el mundo anglosajón, no comenzó
a usarse hasta el año 1927. Y no conviene aplicarlo a la narrativa de
H.G. Wells por cuanto Wells no escribió ciencia-ficción, sino novela científica.
Con este término
designaremos a aquella clase de narrativa en cuya trama argumental, y
como elemento esencial de la misma, aparezcan descubrimientos científicos,
imaginarios o reales, en torno a los cuales gire la acción de la
novela. La literatura de ciencia-ficción de que hoy disponemos, y considerando sólo la escrita en inglés, constituye por su cantidad, por su diversidad temática y por su desigual calidad literaria un laberinto de proporciones y dificultades gigantescas. Para salir de él, lo que significaría tanto como alcanzar su origen, no disponemos de un solo hilo, sino de multitud de señales y de pistas constituidas por diversos materiales (de orden sociológico, literario, religioso y científico) entre las que tendremos que elegir en función de los fines que se propone esta introducción. La aclaración anterior
tiene sentido, porque el terreno en el que nos vamos a mover es
especialmente apto para toda clase de especulaciones, incluidas aquellas
que colocan el origen de la literatura de ciencia-ficción en épocas
remotas, confundiendo este fenómeno literario y social relativamente
moderno con hechos sin explicar que pueden constituir en la actualidad
una fuente temática del género, pero que no son el género en sí. Nos
referimos, claro está, al interés que han despertado los
descubrimientos iconográficos de algunas culturas antiguas, como la
maya, y que hacen suponer la existencia de culturas tecnológicamente
avanzadas que pudieron haber desaparecido bajo los efectos de un
desastre que algunos quieren comparar con lo que hoy sería una explosión
nuclear. La tesis moral de esta interpretación es, por otra parte, uno
de los temas recurrentes de la ciencia-ficción: la evolución tecnológica
conduce inevitablemente a la autodestrucción. Ya veremos más adelante
cómo este género utópico (utópico en el sentido de que nos coloca en
una situación inexistente por futura) suele ser más bien pesimista
en relación con ese futuro al que parecen arrastrarnos las
diferentes opciones científicas en curso. También
dentro de esta tendencia ligada a remontarse a épocas lejanas para
seguir el hilo de lo que, insistimos, es un fenómeno moderno, hay
quienes, no conformándose con la interpretación de los signos iconográficos
en apoyo de sus tesis, utilizan textos antiguos, como la Biblia, alguna
de cuyas partes hábilmente manipuladas podrían guardar relación con
la temática del género. Pero todo eso, como las
aventuras espaciales, ya aludidas, o la mayoría de los relatos en torno
a los ovnis, ni son
ciencia-ficción ni se refieren al género al que hoy trataremos de
acercarnos en sucesivas aproximaciones, evitando desde luego cualquier
definición que, por amplia que fuese, no dejaría de ser reduccionista. Nos
enfrentamos aquí con un problema común a los géneros marginales. Y así
como la novela policíaca ha sido obligada a convivir frecuentemente con
la literatura de aventuras, fantástica o de terror, así también la
novela de ciencia-ficción se confunde, entre el público no
especializado, con temas tan de moda como la parapsicología, los ovnis,
o la reciente tendencia a buscar en culturas casi extinguidas las
respuestas a la angustia que proporcionan los fenómenos tecnológicos
actuales. Bien
es cierto que parte de esa confusión es achacable en alguna medida a
revistas especializadas que hacia 1956, en plena crisis del género,
decidieron vender a cualquier precio. El precio fue excesivo, porque si
la ciencia-ficción estaba sufriendo entonces ataques desde afuera
(cine, comics, televisión), que hacían pasar por el género en cuestión
«pastiches» que confundían al público, hurtándoles la posibilidad
de acercarse a los verdaderos creadores de esta narrativa, las
agresiones desde dentro podrían haber significado la muerte, por
confusión total, de la ciencia-ficción, Y estos ataques se produjeron
en publicaciones que, decididas a superar la crisis por el camino más
corto, comenzaron a publicar asuntos ajenos al género, en ocasiones
sutilmente pornográficos, que atrajeron a algunos lectores, pero que
acentuaron también la idea general de que la literatura de
ciencia-ficción era un subgénero, en el peor de los sentidos que se le
pueda dar a este término. Una vez rechazados algunos de los hilos de que disponíamos para salir del laberinto, nos queda una fina línea como resultado de este aproximarse al objeto a través de la negación; es decir, diciendo lo que el objeto de nuestro estudio no es y separando de su contorno las adherencias que podían confundirlo con temáticas que no le son propias y con medios de expresión que no pertenecen a la literatura. Conste aquí nuestro respeto por el estudio de esos asuntos (ovnis, parapsicología, aventuras espaciales, etc.), así como nuestra enorme consideración por medios de expresión tales como el comic o la televisión, siempre y cuando aquellos temas y estos contenidos formales no traten de confundirse con la literatura de ciencia-ficción. |
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