EL DESARROLLO DE LA CIENCIA-FICCIÓN |
LA CIENCIA FICCIÓN EN EUROPA |
Si
bien Norteamérica es el país donde mayor desarrollo alcanza la
ciencia-ficción, creando en cierto modo las pautas por las que habrán
de regirse aquellas áreas que cuentan ya con una tradición en este género,
no podemos olvidar que algunos de sus grandes autores contemporáneos
proceden de Inglaterra y, en menor medida, de Rusia, siendo escasas las
aportaciones de Francia, Italia, Alemania, etc. Con todo, podemos afirmar que es dentro del mundo anglosajón
donde el cultivo de este género alcanza mayores proporciones tanto en
cantidad como en calidad. No es raro que hayamos citado a Inglaterra en segundo lugar.
Se trata de un país pionero en la Revolución Industrial y muchos de
sus autores de finales del siglo pasado y principios del xx se
interesaron por la novela científica y la narrativa de anticipación.
No olvidemos que hemos citado a H. G. Wells entre los principales
precursores del género y que hasta el propio Conan Doyle, famosísimo
autor de relatos policíacos, se sintió fuertemente atraído por él.
Hay, pues, en Inglaterra una tradición que sólo necesita el empuje que
le lleve a dar con las fórmulas narrativas adecuadas para producir la
importante obra que nos ha dado en este terreno. Se da además la circunstancia de que en esta área alguno de
los autores que fueron ganados para el género provenían del campo de
la literatura no marginal o habían conseguido gran reputación como filósofos
o científicos. La aportación de ellos, pues, magnificó esta
literatura muchas veces despreciada con títulos que hoy funcionan como
clásicos en el mercado mundial. Citemos a alguno de ellos.
·
Aldous
Huxley, nacido
en Godalmieng en 1894 y muerto en Hollywood en 1963. Se graduó en
medicina, aunque no llegó a ejercer esta profesión. Publicó su
primera novela en 1921 alcanzando la fama rápidamente. Su obra es
extensa y ha gozado de una consideración crítica notable. Un
mundo feliz, aparecida en 1932, se considera ya como un clásico de
la ciencia-ficción y se cita a propósito de la progresiva pérdida de
la individualidad del ser humano.
·
George
Orwell, seudónimo de Eric
Arthur Blair, nacido en 1903 y fallecido en Londres en 1950. Se trata de
un autor altamente politizado. Participó en la guerra civil española
en las filas del POUM y en su obra demuestra una creciente preocupación
por el futuro de la izquierda socialista, motivada en parte por la
experiencia soviética. 1984 es
el título de una de las novelas más importantes y más tristes de
ciencia-ficción escritas a lo largo de todos los tiempos. En ella se
produce una amarga reflexión sobre el futuro de los hombres de un
Estado totalitario.
·
Fred
Hoyle, nacido
en Yorkshire en 1915.. Fue profesor de Astronomía en la Universidad de
Cambridge y de Astrofísica en el Instituto de Tecnología de
California. En la actualidad goza de gran reputación como hombre de
ciencia y, aparte de su descubrimiento sobre el origen de los elementos
químicos y de su teoría del estado estacionario del universo, ha
elaborado una sugerente tesis según la cual la vida llegó a la Tierra
desde el cosmos en estado de congelación. En su novela de ciencia-ficción
La nube negra narra la
destrucción del sistema solar por un gigantesco organismo cósmico
dotado de inteligencia. Resumidas
las aportaciones que a la ciencia-ficción han hecho estos tres
escritores británicos, citemos ahora otros nombres importantes de
autores especializados: john Brunner, Arthur C. Clarke, J. G. Ballard,
Brian W. Aldiss y Michael Moorcock, este último director de la revista
especializada New Worlds. Y a propósito de revistas no dejaremos de citar Authen
tic, Nebula y Science Fantasy forman el grupo más importante de las
publicaciónes británicas especializadas en el género. Antes de poner punto final a esta introducción queremos señalar
un rasgo que caracteriza a casi todas las obras: su pesimismo sobre el
futuro de la humanidad. Este
pesimismo, que se atenúa o desaparece en los autores de los países del
este de Europa, suele estar justificado por una desconfianza de orden
político más que por un rechazo hacia los avances de la ciencia. En
efecto, el escritor de ciencia-ficción disfruta con el conocimiento de
los descubrimientos científicos y, sobre todo, con el material
especulativo que éstos ofrecen a quienes viven de las ideas, pero
desconfia de la aplicación práctica de tales avances, aplicación que
en última instancia escapa del control del investigador para pasar a
manos del político. Estos
autores han comprendido más que nadie hasta qué punto estamos inmersos
en un cambio cuyas últimas consecuencias, de no corregirse el actual
estado de las cosas, no dejan de describir en sus relatos. La tendencia
hacia la autodestrucción parece formar parte constitutiva del ser
humano y de sus representantes políticos. Ahí están para demostrarlo
los numerosos misiles que desde un lado u otro del planeta nos apuntan a
la espera de que algún loco apriete por fin el botón que los haga
funcionar. El regreso a una especie de Edad Media como consecuencia de
una explosión nuclear ha sido descrito ya por numerosos novelistas. Y
según el pensador italiano Umberto Eco, ese regreso se puede dar de
todos modos sin que medie tal clase de catástrofe. Bastaría tal vez
con que ciudades-monst.ruos como Nueva York, sometidas a un crecimiento
tumoral, permaneciesen sin energía eléctrica durante un par de
semanas. El encadenamiento de sucesos terribles a partir de un hecho
como ese, que a simple vista puede parecer trivial, conduciría
finalmente a los ciudadanos a matarse entre sí por un pedazo de carne. Y, sin llegar a sucesos tan espectaculares, la simple visión
de un mundo donde el control de los individuos alcance el grado de 1984,
la novela de Orwell, o de Farenheit
451, de Bradbury, ya es lo suficientemente aterradora como para
prestar más atención a este género, alguna de cuyas predicciones se
han cumplido con creces.
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© Grupo Anaya,S.A.,1982 |