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2. TRANSFORMACIONES EN EL MUNDO RURAL

 

Los cambios más recientes que han conocido los espacios rurales de los países desarrollados han sido de índole diversa: demográficos, sociales, culturales, económicos, físicos, institucionales, de accesibilidad e incluso de imagen. Todos ellos han sobrevenido de forma interrelacionada, siendo a menudo causa y efecto entre ellos y tienen un origen común: el mundo urbano. Pero la construcción social de lo rural varía de unos países a otros lo cual hace más difícil cualquier generalización, aunque sí se pueden detectar procesos similares en la Europa Occidental, con las lógicas diferencias entre Norte y Sur.

 

2.1. Movimientos migratorios:

 

   Las migraciones están en la base de las profundas mutaciones demográficas y sociales de los espacios rurales. Son la expresión de las desigualdades entre el medio rural y el medio urbano, incluso entre distintos espacios rurales. Según Pérez Díaz «la emigración no es sólo un desplazamiento espacial» de la población, «también es social» teniendo como causa «el contraste entre mundos y situaciones». (citado por Camarero, 1993).

 

·        Éxodo obligado:

 

En relación con la redistribución de la población Camarero nos habla de una primera fase que llama la del Éxodo Obligado, el cual deriva del «precario equilibrio entre población y recursos», desde una óptica ecológica. En las primeras décadas del siglo XX los países desarrollados acababan de hacer o estaban inmersos en la transición demográfica, es decir, el paso de unas tasas de natalidad y de mortalidad altas a otras bajas. Pero el cambio no fue sincrónico entre ambas tasas. Primero descendieron las de mortalidad debido a los avances higiénico-sanitarios y a un cierto desarrollo de la agricultura (basado en la expansión espacial sobre todo) lo cual trajo consigo una mejor alimentación de la población. Más tarde, asociado a los nuevos modos de vida, descendieron las tasas de natalidad. El desfase en el descenso de las tasas de mortalidad y de natalidad provocó un crecimiento vegetativo de la población muy importante lo que no hizo sino aumentar la presión demográfica sobre la tierra a través del aumento en la demanda de alimentos, y esto en «un contexto de baja innovación tecnológica, sólo es posible mediante la roturación de nuevas tierras y mediante la expansión en el espacio de las poblaciones», es decir, aumentando las superficies cultivadas y colonizando nuevos espacios. (Camarero, 1997)

 

En el caso de España la satisfacción de esta demanda se produjo con una productividad agrícola similar a la de siglos anteriores (la densidad demográfica de los distintos espacios rurales era casi directamente proporcional a la productividad). A principios del siglo XX el espacio agrario estaba saturado y su expansión era difícil con la tecnología existente a lo que se sumaban los periódicos momentos de sequía característicos del clima. Con todo esto las hambrunas también se hacían crónicas. La solución fue la emigración, primero hacia destinos en ultramar y tras la Primera Guerra Mundial hacia las ciudades del interior peninsular.

 

Entre 1900 y 1950 la población rural española apenas varió en número a pesar de que la Segunda Guerra Mundial y la autarquía había reagrarizado en parte a España. Esto en cierto modo prueba que el campo ya no admitía más población.

 

·        Crisis del modelo tradicional y éxodo rural:

 

Con el final de la autarquía y la apertura económica al exterior propiciada por el Plan de Estabilización de 1959 se inicia el despoblamiento del campo español. El fin del aislacionismo trajo consigo la consolidación del proceso de industrialización en España, aunque con más de dos décadas de retraso respecto de otros países europeos. Este proceso, enmarcado en lo que se ha llamado el milagro económico español o la etapa del desarrollismo (1960-1974), tuvo consecuencias en el mundo rural, que pasó a ser fuente de mano de obra atraída por una industria en expansión, con mejores salarios a lo que se añadían las mejores condiciones de vida de las ciudades sedes del proceso industrializador, tanto en el estado español como en los países europeos donde se urbanizaron grandes contingentes de la población rural española.

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La industrialización y el éxodo rural significaron la crisis de la agricultura tradicional. El campo español se quedó en poco tiempo sin jornaleros y muchos pequeños propietarios abandonaron sus explotaciones en busca de mayores rentas. La escasez de activos agrarios encareció de forma progresiva la mano de obra agrícola, al mismo tiempo se reconvirtieron cultivos abandonando producciones tradicionales para atender la nueva demanda alimenticia de las ciudades que a los cereales y legumbres añadían leche, carne, frutos y hortalizas. Para sustituir el trabajo humano y afrontar la intensificación de los cultivos se recurrió a la mecanización y otros inputs agrarios. Muchas explotaciones familiares no pudieron adaptarse a estos cambios que requerían el endeudamiento por lo que los hijos de estas familias también tuvieron que marcharse. Los conocidos trabajos de Pérez Díaz y, sobre todo, de Naredo, Leal, Leguina y Terrafeta, hacen innecesario que se reproduzca aquí el proceso de crisis de la agricultura tradicional y de modernización y especialización posteriores. La salida de todos estos efectivos demográficos produjo un considerable descenso de la demanda en origen, local, con lo cual los pequeños comerciantes que la satisfacían también se vieron abocados a la emigración que de este modo se convertía en causa y efecto de ella misma. Camarero lo resume en el siguiente esquema:

 

El éxodo rural como fenómeno de reequilibrio en la distribución de la población debería haber sido beneficioso para el medio rural ya que reducía la presión demográfica, pero no fue un fenómeno meramente cuantitativo, también fue cualitativo. El despoblamiento se hizo de una forma selectiva en generación y en género lo cual trastocó notablemente la estructura de la población rural. Afectó sobre todo a los jóvenes y, dentro de ellos, de una forma más intensa y duradera a las jóvenes. El resultado fue el envejecimiento y la masculinización de la población rural y ambas consecuencias supusieron a su vez un límite a la capacidad genésica y por tanto un menor crecimiento vegetativo, en muchos casos negativo.

 

En relación con sus efectos cuantitativos y espaciales está el aumento de los desequilibrios interregionales en la distribución de la población como reflejo de la progresiva especialización funcional del territorio estatal. El paso de la región homogénea a la región funcional, producto del proceso de industrialización, unido a las dificultades del medio y a la distancia a los grandes centros urbanos han hecho aparecer grandes vacíos poblacionales que algunos autores identifican con el «rural profundo».

 

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