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2.4. El hábitat rural:

 

   « Los cambios recientes en el tamaño y la forma de los pueblos, así como en la función de las viviendas y las dependencias rurales ha provocado una mutación del poblamiento de numerosas comarcas y especialmente de las áreas periurbanas y turísticas (…) Especialmente significativo resulta el fenómeno de la homogeneización del hábitat rural, debido a un equivocado deseo de imitación de modelos exógenos, que ha afectado a todo tipo de núcleos, desde los más próximos a las ciudades hasta los más alejados…». (Calvo Palacios en Méndez y Molinero, 1993: 594)

 

   El hábitat rural desde un punto de vista ecológico hace referencia a los distintos tipos de vivienda rural, asentamientos o núcleos de población rurales y al territorio que organiza o del que extrae los recursos la comunidad rural, es decir, el medio ambiente que le rodea. El factor más importante en la configuración o estructura del hábitat rural es el modo de apropiación y de adaptación del suelo a las necesidades humanas, o lo que es lo mismo, las características históricas del poblamiento, las cuales fueron más o menos similares en todas partes hasta la aparición de los pueblos o villas, y que consistían en la asociación vivienda/explotación con formas que han perdurado hasta nuestros días: alquerías, cortijos, quintas, masías, caseríos… (Hazak, 1997)

 

   García Fernández ha comprobado en documentos históricos que el poblamiento de las áreas montañosas se hizo de un modo difuso para superar los problemas de accesibilidad y el rigor climático, condiciones del medio que no permitían la densificación de los asentamientos humanos, mientras que para las llanuras, las cartas pueblas castellanas ordenaban la reunión de las construcciones en núcleos compactos. Sancho Hazak, por su parte, interpreta los datos históricos no desde un punto de vista físico sino regional. A grandes rasgos explica la estructura de los asentamientos de la mitad septentrional peninsular en pequeños núcleos por colonización, es decir, la ocupación de nuevos territorios por la presión demográfica sobre los ya ocupados en un proceso gradual; mientras que en la mitad meridional se dan asentamientos medios y grandes separados por grandes extensiones debido a que el poblamiento se produjo de una forma más rápida, precedido de la guerra contra los musulmanes, formándose señoríos muy extensos como pago por los servicios prestados durante la contienda, lo cual explica en parte porqué los latifundios del sur son mucho más extensos que los del norte.

 

La tipología de los asentamientos rurales, referida al grado de dispersión o concentración de los habitantes, a la densidad de los asentamientos en el espacio y a la población total que albergan, obedece según García Fernández a «la ideología y los intereses de las clases dominantes y sus circunstancias técnicas y socioeconómicas» en una dimensión histórica (Méndez y Molinero, 1993: 589). Es evidente que en el último siglo el capitalismo ha impuesto sus ideas y prácticas en todos los ámbitos, incluso los ha variado sin perder su hegemonía; y también es indudable que el desarrollo tecnológico ha contribuido a ello así como a expandir esta supremacía por el territorio, de manera que el mundo rural, antaño «en la reserva», se ha visto afectado por los intereses capitalistas aunque de una forma dispar tanto en el tiempo como en el espacio. Así, en lo relacionado con el hábitat rural, los procesos de industrialización y de urbanización fueron los primeros que tuvieron incidencia en la estructura de los asentamientos rurales. El éxodo rural que alimentó estos dos procesos ha llevado a una concentración demográfica en áreas urbanas, pero también dentro de las áreas rurales. Como consecuencia tenemos una progresiva disminución en el número de entidades de población (sub-municipales), pero las que desaparecen son algunas de las entidades de población rurales (< 2.000 hab.). Hazak interpreta el abandono de éstas como «una reorganización de la población en unidades superficiales más accesibles para los condicionantes externos de habitabilidad y equipamiento contemporáneos». Al mismo tiempo se produce un incremento en el número de municipios pequeños por despoblamiento. (Sancho Hazak, 1997)

 

Más próximos en el tiempo están los procesos de periurbanización y de descentralización y difusión industrial favorecidos por el desarrollo de los medios e infraestructuras de transporte y de comunicaciones que han supuesto una ampliación del escenario de actuación del capitalismo sobre el medio rural. Esto también ha influido en la estructura de los asentamientos rurales, pero de una forma más puntual ya que son procesos más selectivos, menos uniformes sobre el espacio que lo fue el éxodo rural. A pesar de todo las tendencias apuntadas anteriormente continúan estando activas pero con menor intensidad, los municipios más pequeños (no todos) siguen perdiendo población, pero ahora lo hacen a favor de otros municipios rurales (cabeceras, periurbanos). Lo más novedoso acerca del hábitat rural que han comportados estos fenómenos, no está tanto en relación con la estructura de los asentamientos como en lo que hace referencia a la forma de éstos y de los elementos que los componen como barrios, equipamientos, viviendas, etc. Así en los municipios rurales adyacentes a los grandes centros urbanos han aparecido urbanizaciones aisladas del núcleo principal, exclusivas del uso residencial, con viviendas unifamiliares aisladas o adosadas que no recuerdan ni en estructura, elementos o materiales a la vivienda rural, ya que no están en relación con las necesidades productivas de quienes las habitan (exurbanitas). Alrededor de los cascos principales de estos municipios proliferan nuevos barrios con viviendas de similar tipología que evidencian el cambio y la segregación espacial sociales de éstos.

 

Pero los cambios también han afectado a las viviendas rurales tradicionales que han reflejado en sus plantas los cambios operados en las necesidades productivas como efecto de la mecanización agraria, del abandona de la agricultura como actividad laboral o de las nuevas prácticas en las que la casa ya no participa pues ya no se utiliza como almacén o establo. Para algunos autores la transformación del hogar es uno de los símbolos del fin de la sociedad rural tradicional.


2.5. El uso residencial:

 

   Desde hace más o menos tres décadas, desde los centros urbanos, le ha sido asignada al espacio rural una nueva función residencial como resultado de los factores de atracción y de repulsión del medio rural y del medio urbano respectivamente. A estos factores se les une otro de capital importancia en este fenómeno como es la mayor accesibilidad de parte del mundo rural, ya sea por la existencia de infraestructuras o por la generalización del uso del vehículo privado. Todo ello ha significado una nueva flexibilización residencial donde las pautas de localización, por lo general, responden a la relación distancia/coste de transporte o distancia/tiempo de desplazamiento, por lo menos en lo que a residencias principales o permanentes se refiere, y cuya consecuencia más inmediata es el incremento de los movimientos pendulares por la disociación trabajo/residencia, por lo que, lógicamente, esta nueva función residencial permanente tiene una mayor implantación en espacios periurbanos y en zonas rurales más alejadas pero bien comunicadas.

 

   A menudo este nuevo uso residencial se ha visto reforzado por el papel de las instituciones locales que han puesto a disposición de los promotores inmobiliarios importantes superficies de suelo urbanizable para atraer población.

 

o        La segunda residencia:

 

   El fenómeno de la residencia secundaria merece una alusión aparte por sus implicaciones con el medio rural, donde se muestra dinámico en el tiempo y en el espacio.

 

   Como es tradición en los objetos de estudio de la geografía su definición escapa al consenso por parte de los distintos autores que sólo coinciden en que son viviendas de ocupación esporádica o temporal.

 

Pallarés y Riera hacen un compendio sucinto de la noción de segunda residencia que aportan diversos organismos y autores, los cuales se basan fundamentalmente en criterios de localización, de implantación territorial, de tipología de la edificación, del grado de ocupación temporal, del origen funcional de la vivienda, de su finalidad y del régimen de tenencia. (Pallarés y Riera, 1991)

 

   La localización hace referencia a la distancia respecto a la vivienda habitual, lo cual deriva en un mayor o menor grado de ocupación. La implantación territorial atiende a la dispersión o concentración de éstas sobre el espacio, mientras que la tipología lo hace al carácter individual o colectivo de la construcción. Respecto a su finalidad las segundas residencias pueden estar destinadas al uso recreativo de sus propietarios o bien al alquiler a terceros lo cual enlaza con el régimen de tenencia o de usufructo ya que algunas, sobre todo en áreas litorales o de montaña, son una buena fuente de ingresos para sus propietarios. El arrendamiento es objeto de polémica entre los autores ya que algunos de ellos no tienen por residencias secundarias aquellas que forman parte de una actividad económica y sólo consideran como tal las que son utilizadas por sus legítimos propietarios. Por último, el origen funcional concierne a la finalidad de su construcción, si es para su utilización durante el tiempo de ocio, o bien, si siendo en algún momento residencias principales han derivado en secundarias como ocurre con muchas viviendas de municipios rurales que aún conservan y disfrutan esporádicamente muchas familias que engrosaron las filas del éxodo rural.

 

   El fenómeno de la residencia secundaria se ha visto propiciado por una serie de factores que Herce Vallejo concreta en:

 

·        Elevación del nivel de vida. Incremento de los ingresos familiares.

·        Las vacaciones remuneradas. Incremento del tiempo libre.

·        Expansión de los medios de transporte privado. Incremento de la movilidad y de la accesibilidad.

·        Demanda de ocio y naturaleza de las ciudades.

·        El  prestigio social de esa propiedad.

                    

Estébanez decía en 1981 que la residencia secundaria es un proceso anticipatorio de la urbanización del medio rural pues con la mejora de la accesibilidad puede convertirse en residencia principal o permanente. (Binimelis, 1996)

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J. O. J. Lundgren elaboró en 1974 un modelo de localización de la segunda residencia donde se refleja el dinamismo del fenómeno como consecuencia de los cambios producidos en las relaciones espaciales entre los grandes centros urbanos en expansión y sus inmediatos entornos rurales y periurbanos. Básicamente viene a decirnos que la expansión urbana lleva a la formación de un área metropolitana que absorbe, integra y reconvierte las áreas de residencia secundaria más próximas a la vez que genera nuevas zonas de segunda residencia más lejanas o las intensifica si ya existen. Esta dinámica de la residencia secundaria es confirmada por Pallarés y Riera para el caso del Área Metropolitana de Barcelona entre 1985 y 1990 como muestra el gráfico que han elaborado, donde se puede observar cómo la primera corona ve reducida su participación relativa en el fenómeno de la segunda residencia como consecuencia de la transformación de un gran número de residencias secundarias en principales. (Pallarés y Riera, 1991: 19)

 

En España y más concretamente en el País Valenciano el fenómeno de la segunda residencia tiene una vertiente conflictiva derivada de la situación legal del Suelo No Urbanizable en el momento de la aparición e intensificación de dicho fenómeno, a finales de la década de los 70 y durante toda la de los 80. La Ley del Suelo de 1975 apenas le dedicaba dos artículos lo cual dejaba inerme al suelo rústico frente a las nuevas demandas, así el campo y la montaña se han visto salpicados de segundas residencias bajo la apariencia de construcciones agrícolas, que a través de proyectos de transformación de secano en regadío que reducían la unidad mínima de cultivo para la construcción, han llegado a formar núcleos de población al margen y en contra de toda planificación u ordenación, y por tanto sin la dotación mínima de las infraestructuras y dotaciones necesarias. Los propietarios, generalmente proletariado urbano, actúan por mimetismo social y  pasan años autoconstruyendo su segunda residencia durante los fines de semana, dedicando parte de ellos a la agricultura de ocio en sus pequeñas parcelas.

 

Las consecuencias de esta invasión ilícita del suelo no urbanizable son de índole diversa:

 

·       Ambientalmente ha supuesto la contaminación de acuíferos por la inexistencia de redes de evacuación de aguas residuales, la proliferación de vertederos de residuos sólidos o la erosión de laderas.

·       Estéticamente contribuyen a la transformación del paisaje con edificaciones feas hechas con materiales de baja calidad y que parecen no terminar de construirse nunca.

·       Económicamente suponen un fraude fiscal por cuanto eluden las tasas de edificación y los impuestos sobre el incremento patrimonial o sobre los bienes inmobiliarios (rústicos por urbanos). Además es una competencia desleal para la urbanización legal.

·       Territorialmente son una rémora para la futura ordenación por su caótica distribución y supondrán costes para su integración como espacio urbanizado.

 

El tratamiento legal del suelo no urbanizable cambió con la Ley de 5 de junio de 1992 de la Generalitat Valenciana más estricta en el control de las actividades que sobre él pueden incidir, aunque una posterior modificación en 1997 ha relajado este control suprimiendo la hectárea como parcela mínima dejando su determinación en manos de los ayuntamientos lo cual originará situaciones dispares en áreas colindantes.


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