3. EL FUTURO DEL MEDIO RURAL
3.1. Hacia un desarrollo rural integrado, endógeno y
sostenible:
Es más que evidente la preocupación de las autoridades locales,
estatales o supranacionales por la integración de los espacios rurales más atrasados,
apartados o desfavorecidos a la dinámica del conjunto del territorio en sus
aspectos económicos y sociales principalmente.
Jesús G. Regidor en una
obra reciente (2000) aborda,
en un contexto geográfico concreto - España y la U.E. -, «... las necesidades y posibilidades de
desarrollo de una zona rural concreta, genéricamente considerada». En ella
critica los programas comunitarios por no haber tenido en cuenta la
heterogeneidad de los espacios rurales europeos para los que estaban destinados,
lo cual ha estado en el fondo de la escasa eficacia de las políticas de
desarrollo rural. Para él, el desarrollo rural debe ser integrado, endógeno (a
ser posible) y sostenible, calificativos que llevan implícitos los
instrumentos, los elementos y los objetivos del desarrollo rural deseable:
·
Integrado
en referencia a los instrumentos, es decir, a la coordinación de las
actuaciones públicas y privadas; pero también en relación con los elementos
sobre los que se ha de actuar, lo que supone una coordinación de las políticas
sectoriales o verticales que puedan incidir en estos espacios.
·
Endógeno
en clara alusión a los elementos de desarrollo potenciales y particulares de
cada zona rural: Recursos inexplotados (físicos, humanos, culturales...);
condiciones para la acumulación de capitales; generación de economías de escala
(iniciativa privada...); y el entorno sociocultural y territorial propicio para
el desarrollo. Estos elementos no siempre están presentes a la vez en una misma
zona, por lo que existirán áreas rurales que no podrán tener un desarrollo
basado en la puesta en valor de sus recursos propios, lo cual no es óbice para
que en ellas no se produzca un desarrollo exógeno con políticas o programas que
favorezcan la localización de actividades externas.
·
Sostenible.
Sostenibilidad como objetivo en sus dimensiones económica, social y ecológica.
Económicamente en el sentido de mantener, ampliar o diversificar las
actividades económicas de manera que sean suficientes para que, desde el punto
de vista social, pueda mantener a su vez el nivel de poblamiento y elevar el
grado de bienestar de la población. Ecológicamente en el sentido de un uso de
los recursos naturales y del entorno natural y cultural de acuerdo con su
capacidad de regeneración y conservación.
El
problema es que objetivos socioeconómicos y ecológicos entran a menudo en
contradicción, si no en confrontación abierta. Para conjugarlos de modo que
unos no entorpezcan la consecución de los otros es necesario que los planes de
desarrollo rural queden enmarcados dentro de la ordenación territorial.(Regidor, 2000; 157-168)
3.2. La
ordenación territorial y el desarrollo rural:
«La ordenación del
territorio es la proyección en el espacio de las políticas social, cultural,
ambiental y económica de una sociedad. El estilo de desarrollo determina por
tanto, el modelo territorial, expresión visible de una sociedad, cristalización
de los conflictos que en ella se dan, cuya evolución no es sino el reflejo del
cambio en la escala de valores sociales». (Gómez Orea,
1994; 1)
Son los espacios abiertos, el medio físico, los que caracterizan
al medio rural, espacios que en los últimos decenios han soportado una
ampliación y diversificación de las nuevas actividades rurales, así como la
intensificación de su actividad tradicional: la agricultura. Los problemas
derivados de estos cambios son los que justifican la ordenación territorial y
de los recursos naturales de los espacios afectados con tres objetivos básicos:
·
La organización coherente, entre sí y con
el medio, de las actividades en el espacio, de acuerdo con un criterio de
eficiencia.
·
El equilibrio en la calidad de vida de
los distintos ámbitos territoriales, de acuerdo con un principio de igualdad.
·
La integración de los distintos ámbitos
territoriales en los de ámbito superior, de acuerdo con un principio de
jerarquía y de complementariedad.
De
estos tres objetivos, que marca Gómez Orea, se desprende que la ordenación
territorial no puede, ni debe quedarse, si los quiere alcanzar, en un
instrumento de ámbito local. Él mismo propone el nivel regional como el más
adecuado para la puesta en práctica de una política territorial. Asimismo
señala la planificación como el «mecanismo
técnico para llevarla a cabo», de forma que contenga una estrategia de
desarrollo económico y la distribución ordenada de las actividades en el
espacio, y esto último supone tener en cuenta las posibilidades y limitaciones
de los diferentes lugares que componen el territorio. Como dice, se trata de «leer el territorio» y elaborar una matriz de la capacidad de acogida o
vocación natural, como soporte de los distintos usos, de esa disparidad de
lugares, en relación con sus características físicas, que integran la totalidad
del territorio ordenado, entendiéndolo como espacio, procesos y recursos
naturales, para de este modo minimizar los impactos y propiciar la
sostenibilidad, previa regulación de la conducta de los usos. (Gómez Orea, 1994; 1-34)
El
problema es que sólo excepcionalmente los programas de desarrollo rural
introducen el ordenamiento territorial como instrumento o cauce básico para
alcanzar sus metas en cuanto a la gestión ambiental y al equilibrio
territorial. (Regidor, 2000; 169-171)