GRADO-SALAS

El inicio de la jornada, siempre muy temprano, está marcada por el abandono de Antonio, que camina con su equipaje desde S. Juan hasta grado para buscar un tren de vuelta.
Alicia y yo, continuamos el ascenso que comenzamos el día anterior hasta llegar al Alto del Fresno, donde por fin pudimos desayunar en un bar de carretera.
A partir de aquí, el camino se enrevesó, perdimos en varias ocasiones las vieiras y nos encontramos perdidos. En nuestra ruta no encontrábamos a nadie y, aunque sin mucha intención, seguimos el camino correcto. Ya al fin, pudimos preguntar a un paisano que nos informó que habían cambiado el trazado del camino a causa de unas obras par ala construcción de la autovía.
Conseguimos llegar hasta Cornellana y tomamos un almuerzo a la sombra del Monasterio y antiguo Hospital de Peregrinos. El almuerzo fue a base del hornazo que compramos el día anterior en la Feria Medieval de Grado. El frescor que ofrecía el monasterio y la tranquilidad, invitaban a sentarse en el suelo o en uno de los bancos y relajarnos. Las vistas del monasterio eran verdaderamente estupendas.
Pero teníamos que continuar nuestro camino. Habíamos leido en la guía que había un albergue con sólo seis camas en el centro del pueblo de Salas, y otro albergue a 1,5 kilómetros del pueblo. Queríamos llegar temprano para conseguir plaza en Salas, y no pasar la tarde tan aburrida como pasamos el dia anterior es San Juan.
Antes de llegar a Casazorrina, vemos como dejan en el camino a un señor mayor que comienza a caminar, por lo que se veía, también quería plaza en el albergue del pueblo, y para ello recurrió a cierta ayuda. En esta etapa,instauramos la costumbre de llegar los primeros a los albergues, hecho que predominó durante todo nuestro camino.
Después de nosotros llegó el abuelo, un chico de Palencia que hace su particular visión del camino (hace como un turismo rural, caminando por donde le apetece, sin ponerse límites. A veces hacia etapas de 5 o 10 km.) y los belgas, por supuesto.
Despues de aposentarnos y tomar nuestra ducha, salimos a pasear por el pueblo a refrescarnos con una cerveza y buscar un sitio donde comer. Mientras tomamos la cerveza, aparecieron unas peregrinas rubias y Pijísimas que revolucionaron el bollerio rural de la zona (una mesa al lado nuestro compuesta por 4 ¿mujeres? que estaban poniendose hasta arriba de cervezas y que a toda costa querían que las pijas durmieran en su casa. ¡¡Ufff, que miedo!!).
Para comer, la guía nos recomienda el Restaurante Menéndez. Los consejos de esta guía son estupendos, y comemos muy bien y a un precio buenísimo.
Nuestro paseo por el pueblo, nos lleva por distintas calles, con unos rincones maravillosos, de casas coloniales de emigrantes vueltos de las indias. La iglesia de la Colegiata de S. Maria la Mayor, una iglesia gótica con retablo renacentista, nos llevó una visita más calma, puesto que era una de aquellas iglesias que no esperas encontrar y que apetece disfrutar con cierta tranquilidad.
Nuestra visita en el pueblo, terminó con un café en un hotel tipo parador. Con un patio lleno de plantas que ofrece esa tranquilidad, principal motivo por el que los peregrinos inician el Camino.
El Albergue era espartano, con agua sin más, por supuesto no era caliente, y la gente tirada por los suelos por falta de camas, aunque nosotros si que teníamos. No había ni una sola mesa donde comer, o algun sitio donde sentarte a charlar con los compañeros de camino. La cena la hicimos a la orilla del río, sentados en un poyete comentando la jornada, y riéndonos de aquellas cosas que nos acontecían.
Y pronto a dormir, las 6:00 de la mañana llegan pronto, y el camino es mejor hacerlo a esas horas cuando es Julio. El calor puede dejarte sin fuerzas, y nosotros nos habíamos propuesto llegar a Lugo ese año.

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