La etapa se presentaba dura, aunque no imaginábamos cuanto.
Pasamos muchos repechos, anduvimos por mucho monte e incluso una de las subidas era una escalera rustica en una subida a una loma.
Además de andar, estábamos ávidos de ver las construcciones arquitectónicas que nos deparaba el Camino, así que nos desviamos un kilómetro más o menos para ver el Monasterio de Obona, que mereció mucho la pena.
Seguimos hasta el Campiello donde demoramos mucho tiempo en almorzar, ya que el camarero era de ritmo lento.
De aquí hasta borres, dejando atrás el cruce con la ruta de hospitales y llegamos a Porciles. En esta aldea paramos en la Tienda de Soto como aconsejaba la guía que llevábamos.
Continuamos para llegar a Pola, y de allí, creíamos que quedaba poco hasta Peñaseita, donde se encontraba el albergue. El camino hasta Peñaseíta era largo y sobre todo tortuoso.Tuvimos momentos en los que creíamos que nos habíamos perdido, y fue entonces cuando descubrimos que los kilómetros asturianos tienen mas metros que los de otros sitios.
Alicia llegó muy cansada. Abrimos el albergue y después llegaron los belgas.
Después de la ducha y de la ya instaurada costumbre de cervecita en el bar, un paisano nos bajó en coche hasta Pola de Allanda para poder comer, ya que donde estábamos no tenía casi nada.
Comimos en la Allandesa, un menú del peregrino buenísimo del que todavía tengo añoranza.
Allí nos encontramos con otros compañeros que estaban comiendo antes de alojarse en el albergue, lo que considerábamos un error después de saber el duro trecho que les restaba.
Nos subimos en un taxi de nuevo al albergue, llevando a Pepe como compañía y algunas mochilas.
El albergue de Peñaseita estaba bien, con ciertas comodidades.
Cenamos embutidos a la fresca con los valencianos y ya estábamos repuestos para una nueva etapa.
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