2 Agosto 2007

Tom Sharpe


Lo primero que se oye al entrar en su casa de tres plantas es el tableteo anacrónico y rotundo de una máquina de escribir en el primer piso. Una Smith Corona canadiense, auténtica pieza de museo; eléctrica porque Sharpe padece problemas de piel y los dedos se le desescamarían si tuviera que golpear las teclas de una máquina manual. Montsi nos invita a elegir entre el ascensor o la escalera de caracol. Entramos en su estudio, muy soleado y con un gran ventanal; durante unos instantes Sharpe sigue tecleando, absorto. Termina el párrafo. Es lo primero que ha escrito hoy. Tengo la sensación de que interrumpo, pero se desvanece en cuanto nos estrecha la mano. Da la impresión de que está encantado de que le interrumpan. “Me encanta escribir”, dice. Pero con nuestra llegada parece aliviado, liberado de ese esfuerzo que le pasa factura y que al mismo tiempo le sostiene. El manuscrito está encima de la enorme mesa de pino de su despacho, donde hay tazas, habanos, ceniceros, teléfonos y cuadernos donde garabetea anotaciones que nunca vuelve a leer… Para él es muy importante que los folios de ese primer borrador se vayan amontonando, verlo crecer. Sentir que su trabajo diario se traduce en algo tangible.

Le digo que yo tengo una Olivetti en el cuarto de los trastos, que a veces la echo de menos, y que una vez entrevisté a un señor cuya profesión era limpiar máquinas de escribir, el último mohicano de un oficio extinto… Y me mira con simpatía. Y hablamos del esfuerzo casi pugilístico que supone plasmar tus pensamientos limpiamente y de una tacada, sin el recurso a los retoques sobre la marcha que te permite un procesador de texto. “Soy muy caótico escribiendo. No planeo una trama. Nunca sé lo que voy a escribir mañana. Improviso”. Sharpe procura escribir 800 palabras diarias. Las cuenta obsesivamente. Y cuando llega a 80.000 da por terminado el manuscrito y comienza la fase de correcciones, que entonces sí, ya realiza con ayuda informática. Le pregunto cuántas palabras lleva de su nueva novela. Me responde con precisión: 30.305. No ha llegado todavía al ecuador. Quiere terminarla antes de cumplir ochenta años. “Una vez escribí un libro en tres semanas”, presume con nostalgia. Pero la edad pasa factura. Y los achaques. Y el insomnio. “Me despierto a la una de la madrugada y me quedo mirando el techo durante horas. Oh, es un suplicio”.

Y hasta ahí puedo leer...

URL: http://www.lacoctelera.com/laluzenmi/post/2007/08/02/tom-sharpe
Page last modified: 22st of November 2008

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