Traducción de textos literarios ingleses 2007/2008 - Pablo Mínguez Ortega
Las doce princesas bailarinas
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Había una vez un rey que tenía doce hermosas hijas. Dormían en doce camas en una sola habitación y cuando iban a dormir, se cerraban las puertas con llave. Sin embargo, todas las mañanas encontraban sus zapatos destrozados, como si hubiesen estado bailando toda la noche. Nadie entendía lo que ocurría, o donde habían estado las princesas.
Así que el rey hizo saber a su pueblo que si alguna persona desvelaba el secreto y descubría donde bailaban las princesas por la noche, podría tomar a la que quisiera como esposa y sería rey cuando él muriera. Pero si alguien lo intentaba sin éxito, después de tres días y tres noches, sería condenado a muerte.
Pronto llegó un príncipe. Fue muy bien recibido y al anochecer fue llevado a la habitación junto a la que dormían las princesas en sus doce camas. Allí se sentaría y vigilaría para ver donde iban a bailar las princesas; y, para que no ocurriera nada sin que él se enterase, la puerta de su habitación se quedó abierta. Pero el príncipe pronto se quedó dormido; y cuando se despertó por la mañana se dio cuenta de que todas las princesas habían estado bailando, ya que las suelas de sus zapatos estaban llenas de agujeros.
La segunda y la tercera noche ocurrió lo mismo y el rey ordenó que le cortaran la cabeza.
Después de él vinieron otros tantos; pero todos corrieron la misma suerte y perdieron sus vidas de la misma manera.
Entonces, un viejo soldado, que había resultado herido en combate y que no podía luchar más, estaba de paso por las tierras del rey, y mientras viajaba a través de un bosque, se encontró con una anciana que le preguntó a donde se dirigía.
‘No sé muy bien a donde voy, ni qué es mejor hacer,’ dijo el soldado; ‘pero creo que me gustaría descubrir donde bailan las princesas, y quizá con el tiempo, convertirme en rey.’
‘Bueno,' dijo la anciana, ‘eso no es muy difícil: sólo ten cuidado de no beber nada del vino que una de las princesas te llevará al anochecer; y tan pronto como se marche, hazte el dormido rápidamente.’
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Entonces le dio una capa y le dijo, ‘Tan pronto como te la pongas te convertirás en invisible, y entonces podrás seguir a las princesas vayan donde vayan.’ Cuando el soldado escuchó este buen consejo, se decidió a probar suerte, así que fue a ver al rey, y dijo que estaba deseando emprender la misión.
Fue tan bien recibido como lo fueron los otros, y el rey ordenó que le dieran finos trajes reales; y cuando anocheció, fue llevado a la habitación exterior.
Cuando estaba a punto de tumbarse, la mayor de las princesas le llevó una copa de vino; pero el soldado la tiró en secreto, teniendo cuidado de no beber ni un sorbo. Entonces se tumbó en la cama, y en poco tiempo empezó a roncar muy fuerte, como si se hubiese dormido rápidamente.
Cuando las doce princesas lo escucharon se rieron a carcajadas; y la mayor dijo, ‘¡Este hombre debería haber hecho algo más inteligente en lugar de perder la vida de esta manera! Entonces se levantaron, abrieron sus cajones, sacaron todos sus mejores trajes, se vistieron ante el espejo y dieron saltos como si estuvieran ansiosas de empezar a bailar.
Pero la más joven dijo, ¡No sé por qué, pero mientras vosotras estáis tan contentas, yo estoy preocupada; estoy segura de que va a ocurrirnos alguna desgracia.’
‘Inocente,’ dijo la mayor, ‘siempre estás asustada; ¿has olvidado cuántos príncipes nos han vigilado en vano? Y en cuanto a este soldado, aunque no le hubiera dado su bebida de buenas noches, se habría dormido profundamente.’
Cuando estuvieron todas preparadas, fueron a ver al soldado; pero seguía roncando, y no movió ni las manos ni los pies: así que pensaron que estaban bien a salvo.
Entonces la mayor se subió a su cama, dio una palmada y la cama se hundió en el suelo abriéndose una trampilla. El soldado las vio descendiendo por la trampilla una tras otra, abriendo la mayor el camino; y como no tenía tiempo que perder, se levantó de un salto, se puso la capa que le dio la anciana y las siguió.
Sin embargo, en mitad de las escaleras pisó el vestido de la princesa más joven, y ella gritó a sus hermanas, 'Algo va mal; alguien me ha agarrado del vestido.'
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‘¡Serás tonta!’ dijo la mayor, ‘no ha sido más que un clavo de la pared.’
Continuaron bajando y al final llegaron a una maravillosa arboleda; todas las hojas eran de plata, brillaban y resplandecían de forma hermosa. El soldado deseaba coger alguna prueba del lugar; así que partió un trozo de una rama, entonces un ruido salió del árbol. La hija pequeña dijo de nuevo, 'Estoy segura de que algo va mal -- ¿no habéis oído ese ruido? Antes nunca había pasado.
Pero la mayor dijo, ‘Sólo son nuestros príncipes, que gritan de alegría al vernos llegar.’
Llegaron a otra arboleda cuyas hojas eran de oro; más tarde a una tercera, donde las hojas eran relucientes diamantes. El soldado rompió una rama de cada una, haciendo cada vez un fuerte ruido que provocaba que la hermana pequeña temblara de miedo. Pero la mayor continuaba diciendo que sólo se trataba de los príncipes, que gritaban de alegría.
Continuaron hasta llegar a un lago a cuya orilla habían doce pequeños botes con doce hermosos príncipes que parecían estar esperando allí a las princesas.
Cada una de las princesas subió a un bote y el soldado subió al mismo bote que la pequeña. Mientras iban remando por el lago, el príncipe que estaba en el bote junto a la princesa más joven dijo, ‘No sé que será, pero aunque remo con todas mis fuerzas, no vamos tan rápido como de costumbre y estoy bastante cansado: el bote parece pesar mucho hoy.’
'Será porque hace calor,' dijo la princesa, 'Yo también tengo calor.'
En la otra parte del lago había un hermoso castillo iluminado del que salía una alegre música de órganos y trompetas. Allí desembarcaron todos, fueron al castillo y cada príncipe bailó con su princesa; el soldado, que continuaba siendo invisible, también bailó con ellos. Cuando cualquiera de las princesas se servía una copa de vino, él se la bebía entera, así que cuando ellas se acercaban la copa a sus labios, ya estaba vacía. La hermana pequeña también estaba terriblemente asustada por esto, pero la mayor siempre la hacía callar.
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Siguieron bailando hasta las tres de la mañana, entonces todos sus zapatos estaban gastados y por eso se veían obligadas a marcharse. Los príncipes volvieron a remar para cruzar el lago (pero esta vez el soldado subió al bote de la princesa mayor); y en la otra orilla se despidieron unos de otros y las princesas prometieron volver de nuevo la noche siguiente.
Cuando llegaron a las escaleras, el soldado corrió para adelantarse a las princesas y se acostó. Conforme llegaban cansadas las doce hermanas, le escucharon roncar en su cama y dijeron, ‘Ahora estamos a salvo’. Entonces se desvistieron, guardaron sus hermosos trajes y se fueron a dormir.
Por la mañana, el soldado no dijo nada de lo que pasó, pero decidió ver más de esta extraña aventura y fue otra vez la segunda y la tercera noche. Todo ocurrió de la misma forma: las princesas bailaron hasta que destrozar sus zapatos y entonces volvieron a casa. En la tercera noche, el soldado se llevó una de las copas de oro como prueba de donde había estado.
En cuento llegó el momento de confesar el secreto, fue llevado ante el rey con las tres ramas y la copa de oro mientras las doce princesas escuchaban tras la puerta lo que tenía que decir.
El rey le preguntó. ‘¿Donde van mis doce hijas a bailar por las noches?’
El soldado respondió, ‘A un castillo subterráneo con doce príncipes.' Y entonces contó al rey lo que había ocurrido y le mostró las tres ramas y la copa de oro que había llevado consigo.
El rey llamó a las princesas, les preguntó si lo que había contado el soldado era cierto y entonces comprendieron que habían sido descubiertas y de que no había necesidad de negar lo ocurrido confesando todas ellas.
Así que el rey preguntó al soldado cuál de las princesas quería como esposa y él respondió, 'No soy demasiado joven, así que elegiré a la mayor.' Y se casaron ese mismo día y el soldado fue elegido para ser el heredero del rey.
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