Traducción de textos literarios ingleses 2007/2008 - Pablo Mínguez Ortega


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Ulises (James Joyce)

-- I --

Majestuoso, el orondo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, llevando una palangana llena de espuma sobre la que se cruzaban un espejo y una navaja de afeitar. La suave brisa de la mañana hacía flotar suavemente su bata amarilla desabrochada. Alzó la palangana y entonó:

--Introibo ad altare Dei.

Se detuvo, echó un vistazo a la oscura y sinuosa escalera y gritó toscamente.

--¡Sube, Kinch! ¡Sube, jesuita miedoso!

Solemnemente se acercó y se subió a la plataforma de tiro. Se dio media vuelta y bendijo gravemente la torre tres veces, el campo circundante y las montañas que despertaban. Entonces, al ver a Stephen Dedalus, se inclinó hacia él haciendo rápidas cruces en el aire, balbuceando y agitando la cabeza. Stephen Dedalus molesto y adormilado, apoyó sus brazos al final de la escalera y miró friamente a la cara balbuceante de longitud equina que le bendecía y al pelo claro sin rasurar, veteado y con matices como un roble pálido.

Buck Mulligan echó una ojeada bajo el espejo y cubrió la palangana con elegancia.

--¡Vuelta al cuartel! Dijo en tono severo.

Y añadió con tono predicador:

--Porque esto, ¡oh bien amados! es la genuina Christine: cuerpo y alma, sangre y llagas. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño problema con esos corpúsculos blancos. Silencio todo el mundo.

Miró hacia arriba de reojo y dio un largo y suave silbido de aviso, entonces paró un momento quedándose embelesado, incluso sus dientes blancos brillaban aquí y allá como puntos dorados. Chrysostomos. Dos silbidos fuertes y agudos contestaron a través de la calma.

--Gracias, viejo amigo, gritó animadamente. Eso estará bien. Corta la corriente, ¿quieres?

Saltó de la plataforma de tiro y miró seriamente a su observador, juntando con sus piernas los pliegues sueltos de su bata. La oronda cara ensombrecida y su hosca mandíbula ovalada recordaban a un prelado, mecenas de las artes durante la edad media. Una agradable sonrisa irrumpió con calma en sus labios.

--¡Menuda burla! Dijo con gracia. ¡Qué absurdo nombre! ¡Un griego antiguo!

Señaló con el dedo en un gesto amistoso y fue hacia el parapeto, riéndose. Stephen Dedalus comenzó a subir, le siguió con pereza a medio camino y se sentó en el borde de la plataforma de tiro, mirándole impasible mientras apoyaba su espejo en el parapeto, hundía la brocha en la palangana y se enjabonaba las mejillas y el cuello.

La alegre voz de Buck Mulligan continuó.

--Mi nombre tabién es absurdo: Malachi Mulligan, dos esdrújulas. Pero suena Helénico ¿verdad? Ligero y alegre como un ciervo. Hemos de ir a Atenas. ¿Vendrás si consigo que mi tía suelte veinte libras?

Dejó la brocha a un lado y, riéndose placenteramente, gritó:

--¿Vendrá él? ¡Aburrido jesuita!

Conforme cesaba, comenzó a afeitarse con cuidado.

--Dime, Mulligan, dijo Stephen en voz baja.

--Sí, querido

--¿Cuánto tiempo va a estar Haines en esta torre?

Buck Mulligan mostró una mejilla afeitada por encima de su hombro derecho.

--Dios, ¿no es espantoso? Dijo con franqueza. Un pesado sajón. Piensa que no eres un caballero. ¡Dios, estos malditos ingleses! Revientan de dinero e indigestión. Porque viene de Oxford. Sabes, Dedalus, tienes los verdaderos modales de Oxford. No puede entenderte. Oh, mi nombre para ti es el mejor: Kinch, la hoja del cuchillo.

Se afeitó con cuidado el mentón.

--Estuvo toda la noche delirando con una pantera negra, dijo Stephen. ¿Dónde está la funda de la pistola?

--¡Menudo lunático! Dijo Mulligan. ¿Estabas asustado?

--Sí, lo estaba, dijo Stephen con energía y cada vez más asustado. Estar ahí fuera en la oscuridad con un hombre que no conozco delirando y gimiendo para sí sobre dispararle a una pantera negra. Los salvaste de morir ahogados. Pero, no soy un héroe. Si él sigue aquí, me voy.

Buck Mulligan frunció el ceño ante la espuma de su navaja de afeitar. Saltó de su sitio y empezó a buscar en los bolsillos de su pantalón con prisas.

--¡Demonios! Gritó en voz alta.

Volvió a la plataforma de tiro y, metiendo la mano en el bolsillo de Stephen, dijo:

--Préstanos tu trapo de nariz para limpiar mi navaja.

Stephen aguantó mientras sacaba y sostenía por el extremo un pañuelo sucio y arrugado. Buck Mulligan limpió la hoja de la navaja con cuidado. Entonces, volviendo a mirar el pañuelo, dijo:

--¡El trapo de nariz de un bardo! Un nuevo color artístico para nuestros poetas irlandeses: verde moco. Hasta podrías saborearlo, ¿no crees?

Se montó en el parapeto de nuevo y salió camino de la bahía de Dublín, con su cabello claro de roble pálido agitándose suavemente.

--¡Dios! Dijo en voz baja. ¿No es el mar lo que Algy llama: una dulce y gran madre? El mar verde moco. El mar tensador de escrotos. Epi oinopa ponton. ¡Oh, Dedalus, los griegos! Debo enseñarte. Debes leer los originales. ¡Thalatta! ¡Thalatta! Ella es nuestra dulce y gran madre. Ven y observa.