Un juego activo, presidido por un humor ácido, que algunos califican como a absurdo, pero que el autor uruguayo considera que “no se trata de absurdo o coherencia, se trata de que uno puede decir cosas diferentes, y algunas, para ciertos lectores, resultan más esperables o verosímiles que para otros. Entonces, se las cree, literalmente o como representación de la realidad. Cuando le resultan inverosímiles, en cambio, las califica de absurdas”.

La Compañía Ornitorrincs ha elegido su obra de teatro Democracia en el bar, escrita en 1986, que reúne en un bar, a modo de metáfora de la sociedad vigilada, seis personas poco cotidianas, que representan seis ideologías envueltas en la misma situación absurda, seis puntos de vista que con un lenguaje corrosivo conviven en un bar que un hombre, Fernández, ha comprado. O lo ha alquilado. O le lo han prestado. No está muy seguro, pero recibe la visita de un amigo, Portela, que es ciego, pero solo a veces.

La visita se convierte en un interrogatorio sobre los objetos que hay en el bar. Más tarde aparecen un cliente y un camarero. El cliente tiene prisa, pero el camarero, con una actitud lejana a la de un profesional de la restauración, induce a una conversación surrealista sobre el paso del tiempo. Cuando desaparece el camarero, llega un inspector de policía que parece dispuesto a aclarar las cosas, pero se complican más. Cuando todo acaba nos percatamos que volvemos a estar, pero alguien nos ha recordado que la libertad no existe.

Esta es la propuesta que dirige Javier Quintanilla con un reparto formado por cinco actores de dilatada trayectoria que logran ofrecer un trabajo divertido, que entre risa y risa, provoca en el espectador preguntas sobre el que se esconde detrás del disfraz del absurdo.