Ilusión de Fraser

Muchas ilusiones ópticas se esfuman cuando uno es consciente del truco, pero esto no pasa con la espiral de Fraser: incluso hay que recurrir al experimento para acabar de creérselo.

 

¿Creer el qué? Pues, sencillamente, que no hay ninguna espiral, sino una colección de círculos concéntricos: basta elegir uno de ellos y seguirlo con el cursor del para comprobarlo.

 

Este efecto se debe a que nuestro cerebro, al ver tantos movimientos dirigidos hacia el centro, supone que las líneas blanquinegras también se dirigen a él y, dado que tal hipótesis no entra en contradicción con ningún otro estímulo, no se molesta en realizar análisis adicionales, siendo engañado.