HOWARD BECKER Y LA FOTOGRAFÍA

 

Hugo José Suárez

Howard Becker (1928) es un autor que cuando uno lo lee se convence de que la sociología sirve para algo. Su claridad en la exposición -a veces criticada por aquellos que están convencidos que la teoría debe estar escrita en código inaccesible- va de la mano con su capacidad de explicación de problemas sociales complejos.

 

 

Quizás lo más interesante de este autor sea la trayectoria que lo conduce a la sociología. Amante de las artes, Becker fue un apasionado jazzista de Chicago. Su juventud la pasó entre los locales urbanos tocando hasta el amanecer. Fue luego de su tránsito intenso por la música que empezó a sistematizar sus observaciones empíricas sobre el "mundo del arte" y comenzó a hacer sociología. Conoció muy de cerca las exigencias y experiencias de los artistas, desde la droga hasta las necesidades económicas o las formas de aprendizaje y transmisión no institucionalizada del conocimiento. Así, cuando llegó a la sociología, su experiencia personal se convirtió en una de sus principales fuentes analíticas. Su sello musical -y la capacidad de entrar en contacto con el público- fueron trasladados a esta disciplina, donde tocó temas fundamentales.

    Aunque inexplicablemente ha sido poco traducido al castellano, su obra es de capital importancia para entender la corriente del "interaccionalismo simbólico", a la cual contribuyó significativamente. Entre otras inquietudes estéticas, Becker practicó la fotografía y fue uno de los primeros cientistas sociales que se planteó seriamente la pregunta sobre el vínculo entre sociología y fotografía. De hecho, dirá este autor, por un lado las dos comparten un período histórico y un territorio similar en su nacimiento, pero por otro lado, las dos tienen un mismo espíritu que es descubrir-describir la experiencia humana.

    La fotografía así –como lo hemos recordado en otras ocasiones- es una "herramienta de exploración de la sociedad" . En sus análisis, Becker estudia cómo algunos fotógrafos se hacen preguntas de naturaleza sociológica, y sus imágenes son un particular esfuerzo por retratar situaciones particulares de un determinado colectivo. Así, fotógrafos como Eugene Atget, Berenice Abbott o Weegee, terminan mostrando problemáticas altamente sociológicas de la cotidianidad de sus centros urbanos.

    Otros fotógrafos se enfocan a temas clásicos de la sociología: la migración, la pobreza, la dominación, el racismo, etc. A la inversa, el autor se preocupa por la forma en la cual es utilizada la foto en revistas científicas o en investigaciones sociales. ¿Cuándo una foto debe ser considerada "periodística", documentaria o como sociología visual? Todo depende del contexto responde Becker como veremos adelante. Evidentemente la intención de Becker no es hacer de los fotógrafos sociólogos ni viceversa, sino analizar la fotografía desde herramientas sociológicas y aprovechar las potencialidades de la foto que, al congelar imágenes, deja ver situaciones sociales que con otros instrumentos no podrían ser observadas. De alguna manera, el desafío es construir una sociología del arte en la cual se inserte la fotografía. Veamos cuál fue el recorrido del autor en esta tarea.

    A pesar de su experiencia personal en los locales de Chicago, en su vida profesional Becker se ocupaba de temas más bien cercanos a la sociología de la educación: resistencia estudiantil, cultura de los estudiantes, lógicas de dominación en ámbitos escolares, etc. Fue gracias a una beca de estudios -que le permitió un año para pensar otros temas- que llegó a la sociología del arte. Su primera constatación fue el límite de los autores clásicos (como Lucien Goldmann, Theodor Adorno y Georg Lukacs) que se focalizaban en el valor estético de las obras de arte y en los criterios para definirlas como tales. Su punto de partida crítico era más bien concentrarse en analizar "las estructuras sociales donde las obras de arte se producen, distribuyen y consumen" .

    En este punto su propia práctica artística se convertía en una fuente analítica, pues conocía muy bien lo económico y lo social del oficio del artista, o lo que luego llamará las "complicidades colectivas inscritas en la música y en el cuerpo que nos hacen capaces de producir música" . Su análisis experiencial se vería enriquecido por sus aprendizajes académicos anteriores.

    En efecto, Becker había sido alumno del profesor Everett C. Hughes especialista en sociología del trabajo, cuya premisa analítica fundamental era "todo trabajo es trabajo de alguien", lo que implica, por un lado, considerar que cualquier producción social (artística, cultural, económica, simbólica) debe ser sometida a la misma norma, y por otro lado, siempre se debe construir el sistema de relaciones de un determinado proceso de producción de un bien. Esto significa, señala Becker, poner atención al trabajo de producción, distribución y consumo del arte. Sin embargo, a este acercamiento todavía se le escapaba algo de la experiencia artística, que es la relación de complicidad que se genera entre el público y el artista en el momento en el que se toca la música y que es recibida por los demás.

    La música es una producción colectiva que adquiere "significación social" cuando es tocada. La idea de "convención" será la que le ayudará a conceptualizar esta práctica emotiva e intelectual; por ella entiende la experiencia entre los músicos y el auditorio que permite que los primeros toquen "naturalmente" una melodía sabiendo que los otros la están esperando, y que quienes la esperan sepan que es eso lo que los músicos van a tocar. Es este sistema de expectativas colectivas de ambas partes – que deben ser satisfechas- el que deja fluir la experiencia musical. Afirma el autor: "La mayor parte de los que participan en los procesos musicales conoce estos arreglos convencionales; lo que permite que los eventos musicales tengan lugar y que produzcan sus efectos más o menos programados" .

    Así se explica, por ejemplo, el hecho de que músicos que jamás se han visto previamente puedan tocar una misma canción e incluso improvisar –como sucede regularmente en el jazz- con naturalidad y sin salirse de los esquemas armónicos "convencionalmente predefinidos", y que el público disfrute, comprenda y aprecie el espectáculo . En esta dirección, en un texto sobre cómo abordar la cultura desde la sociología, el autor comienza narrando su vida de "músico de sábado por la noche". Cuenta cómo lo llamaban unas horas antes de alguna presentación, y en el camino conocía a otros músicos que nunca antes había visto. No conocerse no impedía que cuando el jefe de la banda anunciaba que se iba a tocar "Exactly like you" en si bemol, todos pudieran hacerlo sin ningún inconveniente . A partir de ese hecho, Becker reflexiona sobre la "cultura" como la capacidad de acción de individuos frente a una determinada exigencia. ¿Por qué músicos que no se conocen pueden tocar canciones conjuntamente como si hubiesen practicado meses antes? ¿Y más, cómo pueden improvisar manteniendo una propuesta estética coherente y que la gente comprenda, disfrute y no se sienta defraudada?

    De alguna manera la cultura compartida sería la que permitiría, a un grupo particular, participar en un diálogo no explícito con el otro, pero con gran eficacia . Para Becker las convenciones, la producción, reproducción y consumo del arte lo llevan al concepto de "mundos del arte" (que es el nombre de su libro más importante), que se refiere al "conjunto de personas cuya actividad es necesaria para la producción (…) de lo que se define como arte" . El mundo del arte está compuesto por todos quienes juegan un rol –mayor o menor- en el proceso: artistas, curadores, consumidores, personal encargado de la limpieza de los museos o escenarios, vendedores de entradas, guardias, etc. Los artistas –creadores propiamente dichos- forman parte de esta red sin la cual no existieran ni ellos ni sus creaturas.

    Como lo hemos dicho, un "mundo de arte" se sostiene en la serie de convenciones que sus miembros aceptan para introducirse en él. Si bien es cierto que Becker pone mayor atención al proceso de producción de una obra (los mundos en los que se inserta, las convenciones necesarias, etc.) que a su contenido, sugiere que esta opción intencional responde a que es este proceso el que definirá el contenido de la creación y no la obra en sí misma. Por ello, para analizar cualquier creación artística, se debe construir el "mundo" donde es concebida.

    Este recorrido sobre la sociología del arte en Becker es importante porque cuando el autor analiza la fotografía sostiene que, al igual que un cuadro o una canción, ésta "encuentra su razón de ser en la manera cómo aquellos que están implicados en su elaboración la comprenden, utilizan y le atribuyen un sentido" .

   Estudiar una fotografía –o un corpus de imágenes cualquiera que sea- requiere levantar preguntas sobre la construcción social donde la foto juega un rol, los actores implicados, los usos, etc., pues "las fotos, como todo objeto cultural, extraen su sentido del contexto" .

 

 

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