CARTA A VIRGINIA WOOLF VICTORIA OCAMPO
Revista de Occidente (1993), 146-147: 107-112
Tavistock Square, este mes de noviembre. Una puerta pequeña, en verde
oscuro, muy inglesa, con su número bien plantado en el centro. Afuera, toda la
niebla de Londres. Dentro, allá arriba, en la luz y la tibieza de un living-room, de paneles pintados por una mujer, otras dos mujeres
hablan de las mujeres. Se examinan, se interrogan. Curiosa, la una; la otra,
encantada.
Una de ellas ha alcanzado la expresión, porque ha conseguido, magníficamente,
alcanzarse; la otra lo ha intentado perezosamente, débilmente, pero algo en sí
misma viene impidiéndoselo, precisamente porque no habiéndose alcanzado, no ha
podido ir más allá.
Estas dos mujeres se miran. Las dos miradas son diferentes. La una parece
decir: «He aquí un libro de imágenes exóticas que hojear.» La otra: «¿En qué página de esta mágica historia encontraré la descripción
del lugar en que está oculta la llave del tesoro?» Pero de estas dos mujeres,
nacidas en medios y climas distintos, anglosajona la una, la otra latina y de
América, la una adosada a una formidable tradición, y la otra adosada al vacío
(au risque de tomber pendant l'éternité), es la más
rica la que saldrá enriquecida por el encuentro. La más rica habrá
inmediatamente recogido su cosecha de imágenes. La más pobre no habrá
encontrado la llave del tesoro. Todo es pobreza en los pobres y riqueza en los
ricos.
Cuando, sentada junto a su chimenea, Virginia, me alejaba de la niebla y de la
soledad; cuando tendía mis manos hacia el calor y tendía entre nosotras un
puente de palabras... ¡qué rica era, no obstante! No de su riqueza, pues esa
llave que supo usted encontrar, y sin la cual jamás entramos en posesión de
nuestro propio tesoro (aunque lo llevemos, durante toda nuestra vida, colgado
al cuello), de nada puede servirme si no la encuentro por mí misma. Rica de mi
pobreza, esto es: de mi hambre.
Su nombre,
Virginia, va ligado a estos pensamientos. Pues con usted fue con quien hablé
últimamente -e inolvidablemente- de esta riqueza, nacida de mi pobreza: el
hambre.
Todos
los artículos reunidos en este volumen (al igual que los de él excluidos),
escalonados a lo largo de varios años, tienen de común entre sí que fueron
escritos bajo ese signo. Son una serie de testimonios de mi hambre. ¡De mi
hambre, tan auténticamente americana! Pues en Europa, como le decía a usted
hace unos días, parece que se tiene todo, menos hambre.
Usted da
gran importancia a que las mujeres se expresen, ya que se expresen por escrito.
Las anima a que escriban all kinds of books, hesitating at no
subject however trivial or however vast *(2). Según dice usted, les da este
consejo por egoísmo:
Like most uneducated Englishwomen, I like reading -I like reading books in the
bulk**(3),
declara usted. y la producción masculina no le basta. Encuentra
usted que los libros de los hombres no nos explican sino muy parcialmente la
psicología femenina. Hasta encuentra usted que los libros de los hombres no nos
informan sino bastante imperfectamente sobre ellos mismos. En la parte
posterior de nuestra cabeza, dice usted, hay un punto, del tamaño de un chelín,
que no alcanzamos a ver con nuestros propios ojos. Cada sexo debe encargarse de
describir, para provecho del otro, ese punto. A ese respecto,no podemos quejarnos de los hombres. Desde los
tiempos más remotos, nos han
prestado siempre ese servicio. Convendría, pues, que no nos mostrásemos
ingratas y les pagásemos en la misma moneda.
Pero he aquí que llegamos a lo que, por mi parte, desearía confesar
públicamente, Virginia: Like most uneducated South American women,
I like writing*
(4) .Y, esta vez, el uneducated debe pronunciarse sin ironía.
Mi única
ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero
como una mujer. Si a imagen de Aladino poseyese una lámpara maravillosa, y por
su mediación me fuera dado el escribir en el estilo de un Shakespeare, de un
Dante, de un Goethe, de un Cervantes, de un Dostoiewsky,
realmente, no aprovecharía la ganga. Pues entiendo que una mujer no puede
aliviarse de sus sentimientos y pensamientos en un estilo masculino del mismo
modo que no puede hablar con voz de hombre.
¿Recuerda
usted, en A Room of One's Own
sus observaciones sobre dos escritoras: Charlotte Brontë
y Jane Austen? La primera, dice usted, quizás es más
genial que la segunda; pero sus libros están retorcidos, deformados, por las
sacudidas de indignación, de rebeldía contra su propio destino, que la
atraviesan. She will write in a
rage where she should write calmly**(5).
El año
pasado, por estos días, encontrándome en un balneario argentino, conduje, una
mañana tibia, al hijito de mi jardinero a una gran tienda (una sucursal de
vuestro Harrod's). Los juguetes
resplandecientes de Navidad y Año Nuevo nos rodeaban por todas partes. Agarrado
a mi mano, abriendo de par en par sus ojos de cuatro años ante semejantes
maravillas, mi compañero había enmudecido. Al abrochar sobre su pecho una
blusita blanca que le estaban probando, quedé asustada, enternecida, sintiendo
contra mi mano el latir precipitado de su corazón. Era el palpitar de un pájaro
cautivo entre mis dedos.
El
pasaje de Jane Eyre que usted cita, y en que se oye el
respirar de Charlotte Bronte (respirar que nos llega
oprimido y jadeante), me emociona de modo análogo. Mis ojos, fijos en estas
líneas, no perciben ya a la manera de los ojos, sino a la manera de la palma de
una mano apoyada en un pecho.
Bien sé
que Charlotte Brontë como novelista habría salido
ganando con que Charlotte Bronte mujer, starved of her proper due of experience*(6), no hubiese venido a turbarla.
Y, sin embargo, ¿no cree usted que este sufrimiento, que crispa sus libros, se
traduce en una imperfección conmovedora?
Defendiendo
su causa, es la mía la que defiendo. Si sólo la perfección conmueve, Virginia,
no cabe duda que estoy perdida de antemano.
Dice usted que Jane Austen hizo un milagro en 1800:
el escribir, a pesar de su sexo, sin amargura, sin odio; sin protestar
contra... sin predicar en pro... Y así (en este estado de alma) es como
escribió Shakespeare, añadía usted.
Pero ¿no le parece a usted que, aparte de los problemas que las mujeres que
escriben tenían y tienen aún que resolver, se trata también de diferencias de
carácter? ¿Cree usted, por ejemplo, que la Divina
Comedia haya sido escrita sin vestigios de rencor?
En todo caso, estoy tan convencida como usted de que una mujer no logra
escribir realmente como esa mujer sino a partir del momento en que esa
preocupación la abandona, a partir del momento en que sus obras, dejando de ser
una respuesta disfrazada a ataques, disfrazados o no, tienden sólo a traducir
su pensamiento, sus sentimientos, su visión.
Acontece con esto como con la diferencia que se observa en Argentina entre los
hijos de emigrantes y los de familias afincadas en el país desde hace varias
generaciones. Los primeros tienen una susceptibilidad exagerada con respecto a
no sé qué falso orgullo nacional. Los segundos son americanos desde hace tanto
tiempo, que se olvidan de aparentarlo.
Pues bien, Virginia, debo confesar que no me siento aún totalmente liberada del
equivalente de esa susceptibilidad, de ese falso orgullo nacional, en lo que
atañe a mi sexo. ¡Quién sabe si padezco reflejos de parvenue! En todo
caso, no cabe duda que soy un tanto quisquillosa a ese respecto. En cuanto la
ocasión se presenta (y si no se presenta, la busco), ya estoy declarándome
solidaria del sexo femenino. La actitud de algunas mujeres singulares, como
Anna de Noailles, que se pasan al campo de los
hombres aceptando que éstos las traten de excepciones y les concedan una
situación privilegiada, siempre me ha repugnado. Esta actitud, tan elegante y
tan cómoda, me es intolerable. y también a usted,
Virginia.
A propósito de
Charlotte Brontë y de Jane Austen, dice usted: But
how impossible it must have been for them not to budge either to the right or
to the left. What genius, what integrity it must have required in face of all
that criticism, in the midst of that purely patriarchal society, to hold fast
to the thing as they saw it without shrinking *(7) .
De todo esto retengo especialmente algunas palabras: ...it the midst of that purely
patriarchal society...
En un medio semejante al que pesaba sobre Charlotte Brontë
y Jane Austen, hace más de cien años, comencé yo a
escribir ya vivir; semejante, pero peor, Virginia.
Escribir y vivir en esas condiciones es tener cierto valor. Y tener cierto
valor, cuando no se es insensible, es ya un esfuerzo que absorbe, sin darnos
cuenta, todas nuestras facultades.
La deliciosa historia de la hermana de Shakespeare que de modo tan inimitable
cuenta usted, es la más bella historia del mundo. Ese supuesto poeta (la
hermana de Shakespeare) muerto sin haber escrito una sola línea, vive en todas
nosotras, dice usted. Vive aun en aquellas que, obligadas a fregar los platos y
acostar a los niños, no tienen tiempo de oír una conferencia o leer un libro.
Acaso un día renacerá y escribirá. A nosotras toca el crearle un mundo en que
pueda encontrar la posibilidad de vivir íntegramente, sin mutilaciones.
Yo friego bastante mal los platos y no tengo (¡ay!) niños que acostar. Pero,
aunque (no seamos hipócritas) fregase los platos y acostara a los niños,
siempre habría encontrado medio de emborronar papel en mis ratos perdidos -como
la madre de Wells.
Y si, como usted espera, Virginia, todo esfuerzo, por oscuro que sea, es
convergente y apresura el nacimiento de una forma de expresión que todavía no
ha encontrado una temperatura propicia a su necesidad de florecer, vaya mi
esfuerzo a sumarse al de tantas mujeres, desconocidas o célebres, como en el
mundo han trabajado.
V.O.
(Nº 137, noviembre 1934)
(1) Del libro de Victoria Ocampo Testimonios,
que fue editado por Revista de Occidente. La Revista publicó en su número 93
(1931) el relato de Virginia Woolf «El tiempo pasa».
(2) «Toda suerte de libros, sin vacilar ante
ningún asunto, por trivial o vasto que parezca.» (Traducciones de la autora.)
(3) «Como a la mayoría de las inglesas incultas,
me gusta leer... me gusta leer libros a granel.»
(4) «Como a la mayoría de las mujeres sudamericanas
incultas, me gusta escribir.»
(5) «Escribirá con rabia, cuando debería
escribir con serenidad.»
(6) «Hambrienta de la parte de experiencia que
le correspondía.»
(7) «Pero ¡cuán imposible debe haber sido
para ellas no desviarse ni a la izquierda ni a la derecha! ¡Que genio, que
integridad tienen que haberse requerido frente a toda esa crítica, en medio de
aquella sociedad absolutamente patriarcal, para conservarse firmemente
aferradas a lo que veían, tal como lo veían, sin temblar!».
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